¡Corte-n!

Hay palabras que tienen caché y estatus. Magistrado es una de ellas. Resume lo más pulcro de alguien al servicio de la sociedad. Representa una alta dignidad a la que pocos llegan y en la que asumen la obligación de actuar con un sentido de responsabilidad absoluta con el pueblo.

En los Estados Unidos, un magistrado es, literalmente, una persona superior. La gente del común, el pueblo, respeta más a un juez de la Corte Suprema de Justicia o Tribunal Supremo, como también se le conoce, que al mismísimo presidente de la nación. ¿Que si tienen poder? Sí, y mucho. Sus decisiones pueden derogar leyes y sientan jurisprudencia para llevar a un país por el buen rumbo. Y eso está bien, porque el poder queda depositado en unos pocos en favor de lo público. Los magistrados sirven de por vida al país y asumen su rol con un sentido estricto de responsabilidad, tanto que, en el caso de los Estados Unidos, hasta la fecha no ha habido ningún caso de algún magistrado destituido por corrupción o faldas, cosa que es muy común en otras latitudes.

A ver… en resumen, un magistrado es una persona sabia, admirada y respetada. Cosa contraria a lo que pasa en la tierra del Sagrado Corazón. En Colombia tierra querida, himno de fe y armonía (como decía Lucho Bermúdez), los magistrados manejan un estilacho bastante desconcertante que con el pasar de los días devela cada vez más que no son tan sabios ni merecen ser tan admirados ni respetados.

Por estos días un personaje, osando de su investidura de magistrado, está demostrando que en este terruño, por poder, se hace lo que “dé la gana”. Se trata Jorge Ignacio Pretelt Chaljub, magistrado de la Corte Constitucional, quien deja muy mal parados a todos sus colegas y qué pena con los que tratan de hacer bien su trabajo, pero es que una naranja podrida trae consecuencias rápidas en el bulto.

Este señor está metido en un rollo genial de tráfico de influencias, presiones, sobornos. Hechos impresentables. Van casi tres semanas en las cuales el personaje en cuestión se aferra al poder. Que se haya alejado de su cargo unos días es un simple paño de agua tibia, porque renunciar –que es lo que pide el sentido común- ni se asoma en las curvas. Palabras más, palabras menos, está demostrando que en Colombia sí se puede ser porfiado. Claro, el descaro, el cálculo político y los intereses de la chequera pesan mucho más que la dignidad de un país. Confirmado: comprar conciencias en este país es un deporte nacional.

A punta de mañas este tipo y los demás que están metidos en esa mermelada pegajosa a la cual se le acaba de abrir la tapa demuestran la profunda crisis de valores que tenemos en el país. Eso refleja mucho lo que somos como sociedad. Una sociedad donde el que tenga un poquito de poder avasalla a los otros, donde la doctoritis pesa mucho más que la dignidad de cualquier persona.

Sin decirlo de frente, Pretelt está cantándoles en la cara a los colombianos la linda frase: ¿Ustedes no saben quién soy yo?, esa misma acuñada por algunos de los mal llamados privilegiados. Ojalá que este magistrado y los otros de la Corte, corten por lo sano y reivindiquen su dignidad con algo tan sencillo como una cartica que diga: renuncio.

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