Crisis en las negociaciones de La Habana

Una nueva y enorme brecha de discordia se abrió entre los negociadores “de paz” en La Habana. La crisis actual es, quizás, la más grave de las que ha tenido que enfrentar ese experimento. Por primera vez, Humberto de la Calle Lombana, jefe negociador del Gobierno de Santos, admite públicamente que las Farc “están minando la confianza y creando obstáculos” en esos diálogos y que esa actitud los está “alejando del propósito de paz y reconciliación”.

Tal evaluación escalofriante, si hubiera sido lanzada por alguien de la oposición, habría recibido una réplica brutal del presidente Santos quien cree ver en todas partes “enemigos agazapados del proceso de paz”.

Las Farc, al mismo tiempo, dejan ver, con su nueva andanada de insultos, que están furiosas porque el ministro colombiano de Defensa Juan Carlos Pinzón no ha caído todavía. Con sus recientes montajes mediáticos, las Farc, en efecto, querían desmontar la inteligencia militar y deshacerse de los Generales que fueron injustamente removidos por el presidente Santos a raíz del episodio Andrómeda. Empero, ellos aspiraban, a algo más: a forzar la destitución del ministro Pinzón, quien se ha convertido en la bestia negra no sólo de las Farc sino de los patrones de éstas, las dictaduras de Cuba y Venezuela y de los jefes del Foro de Sao Paulo.

A ese bloque totalitario no le gusta nada la gestión ministerial de Juan Carlos Pinzón, quien no acepta coquetear con la noción de “soberanía limitada” que ese bloque quiere imponerle a la diplomacia y a la política militar colombiana a través de las negociaciones en Cuba. Las gestiones de Colombia ante la Otan, por ejemplo, en las cuales Pinzón juega un papel importante, desatan la furia irracional de La Habana, Caracas y Managua.

El otro elemento de la crisis de la “mesa de diálogo”, quedó visto a raíz de lo ocurrido con el general (r.) Jorge Enrique Mora Rangel. Éste, como miembro de la delegación del Gobierno en el diálogo con las Farc, hizo saber, hace unos días y en privado, que estaba molesto con la campaña estigmatizadora de las Farc contra las Fuerzas Militares y con la llegada de conocidos narcotraficantes, como alias Fabián Ramírez, a las negociaciones en La Habana.

Es la primera vez que un miembro de los dos grupos dialogantes deja ver su cólera y la posibilidad de retirarse de ese asunto. Desde luego, Juan Manuel Santos evitóin extremis esa salida, la cual habría significado la muerte y el entierro de esa obscura aventura. El general Mora terminó por negar, desde Cuba, que él quiso abandonar la mesa aunque resaltó la existencia de “dificultades” en esa negociación.

De todas formas, el tal malestar existió como lo constataron los periodistas María Isabel Rueda y Julio Sánchez Cristo, de la W Radio, así como el ex senador Pablo Victoria. Este último, en un artículo del 28 de febrero pasado, destapó el asunto del malestar al afirmar que el general Mora tenía, además, un segundo motivo de exasperación: que él le había confesado al general destituido Barrero que Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo “se reunían con las Farc a tratar ciertos asuntos, reuniones a las que Mora no era invitado o, mejor, de las que era excluido”.

Este gravísimo punto, que no ha sido confirmado pero tampoco impugnado por nadie hasta hoy, mostraría que en el seno del equipo de negociadores del gobierno hay fuertes anomalías, como la existencia de un micro-fracción dentro del equipo negociador y que, en consecuencia, la información que éste maneja sólo circula entre ciertos delegados y no entre todos. ¿Están esos dos negociadores utilizando métodos desleales para privar al general Mora de información clave? ¿Están destruyendo la confianza, la igualdad y la transparencia que debería reinar entre los miembros de ese grupo negociador?

Por otra parte, la destitución del general Barrero habría sido el resultado, según Pablo Victoria, de un “enfrentamiento entre este general y Sergio Jaramillo” sobre Andrómeda. En el epicentro de esa temática estaría, por otra parte, el G-2 cubano, un servicio de espionaje cubano que parece moverse en Bogotá sin mayores entrabes. Lo que plantea el tema del papel que están jugando ciertos organismos extranjeros en el llamado “proceso de paz” y en los esfuerzos subversivos para desorganizar las Fuerzas Militares y de Policía de Colombia.

La tercera muestra del deslizamiento hacia el colapso del “proceso de paz” fue señalada, con preocupación, por los gremios del campo. Rafael Mejía, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), acaba de hacer saber a la prensa que el Gobierno de Santos, en su opinión, “no tiene política agraria”, y que por eso van a reevaluar en la SAC el respaldo que le habían dado inicialmente a la negociación de La Habana. Mejía explicó que Santos les había prometido que esas negociaciones iban a respetar la propiedad privada y el modelo de libre mercado. No obstante, concluyó, “con los hechos [Santos] nos ha demostrado que ha cambiado”. Puede deducirse que para el líder de la SAC, el tinglado de La Habana violó los límites temáticos que se había fijado y avanza hacia una negociación totalizante que involucra los grandes intereses del país, dentro de los cuales se encuentran los del sector agrario, algo que los gremios del campo combatirán con toda determinación. En este expediente vuelve a aparecer el nombre del cuestionado Sergio Jaramillo quien en la mesa de La Habana defiende una tesis explosiva sobre expropiación de las mejores tierras en zonas centrales del país.

El viraje de la SAC, y su confluencia de hecho con las posiciones críticas del gremio ganadero (Fedegán), significa un progreso en la urgente clarificación sobre la naturaleza real de los diálogos de La Habana y una ruptura con el mito elaborado por el presidente Santos en el sentido de que las Farc adoptarán, gracias a los diálogos en Cuba, los valores de la democracia. Los colombianos sabemos que eso es imposible. Las Farc niegan esa posibilidad en todos los tonos. Tras el eventual “fin del conflicto”, las Farc querrán estar en el centro de la escena política para aplicar un programa colectivista que no tiene nada que ver con los valores y prácticas de la democracia.

Los jefes de las Farc quieren ser los nuevos amos del país y no unos ex terroristas retirados y pacíficos dedicados a fomentar el desarrollo social y cultural del país y a sacar los frutos de la colaboración de clases, como hacen las élites de los países más avanzados del mundo.

Humberto de la Calle Lombana se engaña cuando piensa que las negociaciones en La Habana culminarán en un “acuerdo para terminar el conflicto” y que, una vez dado ese gran paso, las Farc asumirán un “compromiso con los valores y procedimientos de la democracia".

Esa ilusión absurda del tránsito milagroso del totalitarismo comunista a los principios democráticos, aparece en filigrana en el “fuerte regaño” que el jefe negociador habría hecho, según El Tiempo, a los jefes de las Farc en Cuba. Nada permite pensar que la banda sangrienta de Timochenko va a arrojar al basurero de la historia, en menos de seis meses, su comunismo de 50 años, su programa liberticida y sus métodos de ultra violencia contra los colombianos. Por eso las negociaciones de La Habana están hundiéndose.

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