Cristina, la zarina argentina

Los periódicos del mundo, esos que salen todos los días impresos en el papel obtenido del corte industrial de la madera, recurso renovable, menos en la Colombia salvaje, esos periódicos conllevan un inmenso trabajo de los fundadores, administradores, columnistas y periodistas de planta. Un periódico que logre sobrevivir a las crisis económicas, a las tempestades cíclicas de los publicistas, a las dictaduras, a las turbas incendiarias fascistas, es porque tiene una historia larga detrás del papel y la tinta cotidiana.

 

En la República Argentina el gobierno promulgó, en 2009, la Ley de Medios por la cual se sienta doctrina en materia de “democratización de la palabra”, “el nacimiento de nuevas voces”, “la pluralidad de las opiniones” y otras expresiones en los considerandos que conducen a una determinación del gobierno que obliga a la desinversión de las empresas que poseen diferentes medios de comunicación. Esa palabreja “desinversión” quiere decir que esas empresas deben poner en pública subasta financiera sus acciones o títulos de propiedad en canales de televisión o en emisoras de radio y conservar la prensa escrita, el periódico diario. Si no lo hace voluntariamente, el gobierno interviene con funcionarios que se toman las instalaciones y sacan a la subasta pública los bienes de comunicación social para que sean adquiridos por las empresas oficiales o por los nuevos inversionistas ligados al régimen. Esa manera de romper el derecho de propiedad es la aplicación del “socialismo del siglo XXI”.

 

Este objetivo de doblegar la prensa independiente que ha emitido opiniones críticas a las actuaciones estatales viene en “crescendo” desde la época del difunto marido de Cristina Fernández, Néstor Kirchner, cuando era gobernador en la provincia de Santa Cruz. Víctima directa de esta política es el Grupo Clarín, periódico que existe desde hace 67 años, con una circulación diaria de diez millones de ejemplares. Uno de sus más notables hombres de pluma aguda es el pintor Hermenegildo Sábat, muy conocido, además, por sus personajes del arrabal porteño e ilustradores del mundo tanguero. Clarín ha despertado la animadversión ideológica y política de la zarina argentina. No hay discurso donde no se refiera en términos agresivos y descorteses a los periodistas y medios que no les sean abyectos. Su gobierno y los encopetados peronistas de izquierda que lo forman no toleran la menor crítica. Esconder o tergiversar las cifras estadísticas de la nación, por ejemplo, se ha convertido en un repetido juego clandestino que engaña a la nación y al mismo Fondo Monetario Internacional. Señalar  ese hecho eriza la masa encefálica de Cristina Fernández viuda de Kirchner quien ordenó la “desinversión” del Grupo Clarín a la fuerza.

 

Clarín, el periódico, solo representa el 20% de sus ingresos. El resto proviene de sus canales de televisión. Por lo tanto quitárselos “legalmente”  es ahogar el periódico impreso que rápidamente pasará a la historia de las quiebras comerciales inducidas por el estado. Cristina había dado muestras de su populismo socialistero hace algunos meses, cuando ordenó a sus patoteros, los piqueteros,  ese grupo lumpen que ella utiliza para actuar a la brava,  que cercaran las oficinas e instalaciones de Clarín y no pudiera circular libremente.

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