DE LA EUFORIA A LA CRUDA REALIDAD

No se necesitaba ser experto para saber que las negociaciones con las Farc no serían sencillas. Era obvio, dadas la naturaleza de esa organización y los antecedentes de los diálogos pasados.

Pero es tanto el esfuerzo del Gobierno por conseguir apoyo para sus negociaciones con los terroristas, son tantos los que piensan con el deseo, y es tal el nivel de euforia insuflado entre la población, que a quienes vemos con moderado escepticismo el proceso se nos estigmatiza como enemigos de la paz.

Pues bien, las intervenciones en Oslo de “Iván Márquez” y su banda fueron un baldado de agua fría para los calenturientos.

Las Farc mostraron que sus tiempos no son los del Gobierno, que su discurso sigue anclado en el pasado y que para ellos la paz es cambiar el modelo de Estado y de régimen económico para instaurar un sistema “socialista” como el del Teniente Coronel.

Ahora sí se entendió que las negociaciones ni serán fáciles ni serán rápidas. Son un campo minado. Y el Gobierno empezó equivocándose al distinguir entre la finalización del conflicto y “la paz estable y duradera”.

Al hacerlo, aceptó la tesis de las Farc, expresada de nuevo en Noruega, de que la paz no es “el silencio de los fusiles, sino cambios estructurales”.

La diferenciación no sólo resucita la teoría de las “causas estructurales de la violencia”, sino que abrió las puertas para que las conversaciones no se centren en la desmovilización, el desarme y la reinserción de los violentos, lo único que debería discutirse con los terroristas, sino en aquellos elementos económicos y políticos cuyo cambio traería “la paz”.

Peor, al incluir una agenda temática con asuntos tan amplios como el desarrollo agrícola o la participación democrática, permitió que las Farc sostengan que lo que se acordó con el Gobierno fue la resolución común, conjunta y previa de esos temas estructurales antes de abordar la desmovilización y el desarme.

Algunos dirán que esa lectura del acuerdo es amañada y no coincide con el texto firmado.

Me atrevo a recordar otra olvidada lección del pasado: para la guerrilla el sentido de las palabras es diferente y la ambigüedad de los términos le sirve tácticamente. Así que esa interpretación fariana no debería sorprender. Ya antes la guerrilla había mostrado su habilidad para darles “otro” sentido a las palabras.

Por eso frente al argumento del Gobierno de que “la agenda fue producto de un acuerdo y es responsabilidad de las Farc ceñirse a ella” y que “el modelo económico no está en discusión”, los guerrilleros sostienen que para la paz se requiere “la transformación estructural del Estado” y agregan que el acuerdo dice que deben abordarse esos asuntos antes que los de “los fusiles”. Superar la ambigüedad en el lenguaje y acotar en verdad la agenda son los primeros escollos por superar.

El otro es el tiempo. A las afirmaciones del Gobierno de que “la opinión apoya este proceso, pero no está dispuesta a las dilaciones” y de que se requieren “unas conversaciones rápidas y eficaces”, las Farc sostienen que este “no puede convertirse en un proceso contrarreloj”, que esta “no puede ser una paz exprés” y que “la paz exprés solo conduce a los precipicios”.

No me cansaré de insistir en que dilatar las conversaciones le conviene a las Farc tanto si su verdadera intención es usarlas como en el pasado, es decir, como parte de la combinación de todas las formas de lucha, como si esta vez en verdad sí quieren dejar las armas.

Hay que recordar que el solo hecho de que el Gobierno se siente a la mesa con ellos les es útil.

Basta mirar lo que está ocurriendo: para la comunidad internacional las Farc dejaron de ser una organización terrorista para convertirse en un interlocutor legítimo del Estado colombiano.

La presión será brutal. Ojalá sea verdad que, como con astucia dijo De la Calle, el Gobierno no se siente “rehén de este proceso”.

Yo, sin embargo, lo dudo: la reelección presidencial está en juego.

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