De pícaros y cuevas

Esta vez perdió Petro, pero la próxima ocasión, con idénticos argumentos, nadie garantiza que la sentencia no sea la opuesta.

Si algo demostró el carnaval Petro, aparte de la reinante inseguridad jurídica, es que las prácticas tramposas y la corrupción están en el ADN de buena parte de la clase política y las altas cortes. Ya se perdió el pudor a emplear el método que sea con tal de alcanzar los fines que uno se proponga.

Es lamentable que Petro y su partido, que combatieron a corruptos, permitan que los abogados de todo un alcalde de Bogotá recorran caminos que transitan los defensores de los mafiosos para obstaculizar la justicia.

Igual de decepcionante es comprobar, una vez más, que los tribunales son un sainete y que en ese mundillo todo es posible. Lo mismo da que sea alta o baja corte, todos se pisan las mangueras, y las leyes son tan desdibujadas que la balanza puede inclinarse hacia cualquier lado. Esta vez perdió Petro, pero la próxima ocasión, con idénticos argumentos, nadie garantiza que la sentencia no sea la opuesta.

Tampoco tranquiliza conocer que algunos autores y firmantes de los fallos son en sí mismos una deshonra. Tan escuálido es el respeto que el país siente por los magistrados, que devalúan el contenido de sus veredictos.

Es un despropósito que un togado de la catadura moral de Ovidio Claros, integrante de la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, tenga la potestad de determinar lo que es correcto. Si en su vida profesional y personal no supo apreciar con nitidez la diferencia entre el bien y el mal, no sé qué autoridad le asiste para dictar sentencia.

Lo mismo que sus jefes, Francisco Ricaurte, encumbrado en la presidencia del Consejo Superior de la Judicatura; y Pedro Munar, a la cabeza de la Sala Administrativa. Por si no recuerdan, los dos fueron presidentes de la Corte Suprema (Munar lo fue gracias a la palomita de un mes que le concedió su amigo Jaime Arrubla).

Sus antiguos colegas, conocedores de sus habilidades para moverse por las alcantarillas, los mandaron a controlar esa cueva. Hay que admitir que supieron hacer el trabajo. Apartaron a los decentes y ya están a la cabeza de un órgano que será vital cuando las nuevas Cámaras discutan otra reforma de la justicia y ellos deban defender a muerte sus privilegios. Ya demostraron que tienen piel gruesa y que las críticas les rebotan.

En cuanto a Petro, no creo que salga pronto de su Palacio. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos le dará la razón porque ese organismo es una extensión de la justicia politizada y algo torcida que padecemos en esta región del planeta. Es decir, seguirá comprando tiempo y tirándose la ciudad.

NOTA 1. Dice Cristo, expresidente del Senado: “Votar en blanco es votar por los malos”. ¿Votar por su partido, el Liberal, empachado de mermelada y ávido de que le sirvan más en el siguiente gobierno, es votar por los buenos?

Cierto que critico a Petro por las tutelatones y demás inventos pícaros, pero son travesuras infantiles al lado de lo que Cristo, Serpa y Samper hicieron para sostener el gobierno del socio de los Rodríguez Orejuela.

NOTA 2. Me habría quedado en San Cristóbal protegiendo una barricada. Los días que estuve en la capital del estado Táchira comprobé que la revuelta venezolana es más social que política. Se hartaron de hacer colas para todo, de la escasez de productos básicos en un país riquísimo, de la inseguridad y de que un gobierno tiránico los insulte, persiga y excluya, como si no fuesen venezolanos, solo por pensar diferente. Por eso están en las calles. No podemos abandonarlos.

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