Debilidad del estado de cosas

A muchos los escandaliza la posibilidad de que los capitanes del fascismo farquiano acaben en el Senado. Pero cuando el gobierno Gaviria sedujo a Escobar con una cárcel de oro, Colombia respiró con alivio.

A Pablo Escobar le gustó decir en sus buenos ratos que era un hombre de izquierda, algo que espantaba a los otros malandrines de su banda de locos, casi todos de la godarria camandulera de Antioquia, dados a las limosnas y a mandarle recados a la Virgen para que bendijera los cruces y las caletas, como en tiempos de Domingo de Berceo. De cualquier modo, entre dos atrocidades, Escobar construía barrios para los destechados y pagaba las clínicas de las madres enfermas de sus sicarios que amaban a sus viejas, tanto, a las cuchas sagradas, que es lícito sospechar un enredo edípico tenebrosamente manejado en esas fieras adolescentes enfermas de codicias, capaces de matar como quien escupe. Mientras Escobar tranquilizaba su izquierdismo abriendo zoológicos para el pueblo e inaugurando campos de fútbol.

A ‘Timochenko’ y los suyos también les gusta llenarse la boca con el ardiente cuento del izquierdista, aunque suene más bien a la obra de un mal polvorero. Como si la izquierda fuera eso macabro que practicaron los comunistas en todas partes, desde su aparición en los círculos de los utópicos y los anarquistas como Bakunin en el siglo XIX. El marxismo de los farquianos se parece al marxismo tanto como el cruzado a Jesús. Bakunin al fin declinó su altivez y escribió de rodillas una carta al zar para pedir clemencia por sus errores.

Se extraña la ausencia de la siquiatría en la mesa de La Habana. Las ciencias de la mente tienen que decir sobre el modo como las tendencias homicidas que heredamos del chimpancé vía Caín se manifiestan en algunas personas y no en otras. Es posible que la economía, lo que la escolástica bolchevique llama las condiciones objetivas, solo justifique el impulso tanático y sea un factor desdeñable en la formación del sociópata terrorista. Que como ‘Tirofijo’ y el Che evoca a la muerte. Llamando a vencer o morir. Es la tentación del mártir purificar la historia con su sangre. Convertirse en chivo expiatorio.

La historia guarda una bella lista (aunque corta) de hombres que decidieron enmendar las perversiones del mundo por la paciencia activa, a punta de poder moral y fuerza interior. Toreau, Gandhi, Martin Luther King y el último Mandela. Si algo bueno ha tenido el proceso de paz, a pesar de lo tedioso que se vuelve a veces, es que puso a pensar al país en el perdón, la justicia, la reparación. En problemas morales. Es difícil imaginar a los hombres de las Farc, con el carácter ya deformado después de una escaramuza larga y sucia sometiéndose al test de Rorschach y rindiendo honores al catecismo por la confesión de boca, la contrición de corazón, la satisfacción de obra y el propósito de enmienda. Pero el examen moral beneficiará a la sociedad colombiana. Tal vez descubramos la etiología del mal de ese niño que por un plato de lentejas pone al paso de otro un cilindro de gas cargado con mierda porque lleva un uniforme que le prestaron. Quizás lo hace por una hipertrofia de la habilidad para simbolizar que nos distingue, para crear ídolos y enemigos compensatorios de la confusión. Las ideas a veces intoxican. Hay memes perniciosos.

A muchos los escandaliza la posibilidad de que los capitanes del fascismo farquiano acaben en el Senado. Pero cuando el gobierno Gaviria sedujo a Escobar con una cárcel de oro, al cuidado de un ciego voluntario llamado Homero, Colombia respiró con alivio.

Todo son carencias educativas en personalidades débiles dadas a las masturbaciones intelectuales, plagadas de prejuicios parasitarios que les colonizan el espacio interior. Quién sabe si la compasión ayude al perdón de los genocidas. Tal vez inevitables en la tribu cruel que componemos entregada a la rapiña desde el origen. Tal vez el canalla costea la porción de mal que su tiempo está condenado a digerir.

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