Desconcierto

'Colombia va por buen camino' es el mensaje que el Gobierno nos hace llegar a diario. Pero cada mañana nos encontramos con un país acosado por hechos sombríos.

No creo que sólo yo lo padezca. Me parece que lo padecemos todos desde el momento en que no sabemos hasta dónde las ilusiones tropiezan con la realidad.

Ilusiones: desde luego, después de lo que hemos vivido en Colombia, tenemos el derecho a tenerlas. Apoyándose en logros alcanzados en el campo económico, los anuncios que ha venido haciendo el presidente Santos en campos como el empleo, la salud, la vivienda, la restitución de tierras, la ayuda a los damnificados por el invierno, la infraestructura vial e incluso la seguridad, para no hablar del fin del conflicto armado, han suscitado ilusiones en grandes sectores de la población.

Ahora bien, no necesariamente por culpa del Presidente, sino por factores como la pesada tramitación de todo proyecto y la telaraña jurídica que en este país todo lo enreda, al menos un 60 por ciento de lo ofrecido se demora o no llega a cumplirse. Lo dice la propia contralora, Sandra Morelli. Y ahí brota en todos los ámbitos de la opinión pública un profundo y comprensible desconcierto.

"Colombia va por buen camino" es el mensaje publicitario que el Gobierno nos hace llegar a diario por televisión. Pero cada mañana, cuando abrimos diarios o noticieros, nos encontramos con un país acosado por hechos sombríos. Además de la corrupción que aflora por todos lados, de los escandalosos 'carruseles' de contratación, de los desastres en el sistema subsidiado de salud y de toda suerte de crímenes atroces, nos encontramos en el periódico con voladura de puentes, oleoductos o torres de energía, carros bomba o cilindros explosivos que martirizan a la población civil. Ahora la propia contralora Morelli denuncia un 'carrusel' de pensiones que compromete nada menos que a 24 magistrados, cuya venalidad consiste en contratar amigos de 60 o 64 años sólo por dos meses meses, para que gracias a los sueldos otorgados puedan el día de mañana disponer de una pensión mensual de 16 millones de pesos y no de 3 millones (lo que venían ganando).

Ahora bien, el desconcierto de todos nosotros aparece cuando comprobamos que nuestra justicia tiene raíces podridas y que sus fallos y sentencias no son confiables. Si uno -como es mi caso- investiga algunos procesos de militares o de personalidades políticas, lo descubre. Ahora, después de lo ocurrido a Sigifredo López , los casos más sonados que registra la prensa suscitan dudas. Falsos testigos, débiles pruebas y una justicia sin rigor ni reservas, convertida en espectáculo, me llevan a pensar que no hay base alguna para numerosos juicios y condenas. Otras personas cercanas a mí no se atreven a asegurarlo. Mi mujer, por ejemplo. "Quién sabe", me dice.

La paz es un cuento aparte. Suscita esperanzas, claro. Pero también impugnaciones o en todo caso inquietudes legítimas Admiro, por ejemplo, la ruda franqueza de Salud Hernández-Mora cuando considera que lo presentado como una negociación toma los visos de una entrega. El discurso de 'Iván Márquez' en Oslo parece confirmarlo. Recordemos esta afirmación suya: "La paz no significa el silencio de los fusiles, sino que abarca la transformación de la estructura del Estado y el cambio de las formas políticas, económicas y militares". En consecuencia, el acuerdo que busca no es el fin de la lucha armada, como espera el Gobierno, sino la aceptación de un modelo de socialismo marxista que ve el mercado como un "pecado metafísico" y pide el rechazo a las multinacionales.

Cierto, todavía encuentro amigos que confían en el presidente Santos, en su realismo y en los límites que impondría a las pretensiones de las Farc. Pero no pocos, en cambio, lo ven metiéndonos en otro Caguán. Como sea, con la incógnita que reina en torno a las Farc, nada es seguro. De ahí el desconcierto que estamos viviendo.

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