Desperdicio

No siempre se debe evaluar lo que se hizo, sino lo que se dejó de hacer. Ello permite saber si se realizó el máximo o se desperdiciaron posibilidades que eran alcanzables. En el caso del balance legislativo del Gobierno Santos, conviene analizar si los resultados son, comparativamente hablando, positivos o negativos.

Hace cuatro años, Juan Manuel Santos fue electo con la más alta votación de la historia. Además, tenía un impresionante respaldo legislativo, pues contaba con el 92 por ciento del Congreso apoyándolo. Ningún otro presidente reciente tenía ese margen de maniobra legislativo. En el 2010, el presidente electo tenía el campo abierto para realizar el más ambicioso programa de reformas estructurales que la sociedad venía reclamando. No solo llegaba con una sólida legitimidad personal, sino que contaba con el espacio parlamentario requerido para hacer aprobar proyectos complejos.

El balance en el campo económico muestra, después de cuatro años, un enorme desperdicio de oportunidades. Se hicieron algunas reformas importantes como la ley de regalías y la reforma constitucional, que limita el gasto público para hacerlo sostenible en el mediano y largo plazo.

Juan Carlos Echeverri, el primer ministro de Hacienda, fue clave en estos dos proyectos que eran necesarios y que, sin duda, son históricos.

De menor envergadura pero también importante, el proyecto de ley que permitió devolverle a la cesantía su carácter de primera fórmula de seguro de desempleo. Buena también la ley que acelera los trámites de expropiación para evitar que se paralicen los proyectos de infraestructura. Y pare de contar.

En los demás temas de impacto económico, el balance es bien magro. No se hizo la gran reforma tributaria para eliminar exenciones, simplificar y mejorar la fiscalización. Por el contrario, el régimen de impuestos es cada vez más complejo y sigue castigando a los asalariados en lugar de apretar las exenciones de los grandes capitales. Nada se hizo en educación, elemento fundamental de la competitividad. Luego de la catástrofe del proyecto de reforma a la justicia, el Gobierno decidió ignorar el tema más complejo de nuestra sociedad. Tampoco se abordó la reforma del régimen pensional, verdadera bomba de tiempo de nuestra estructura fiscal. La salud sigue en una crisis total, mientras el Gobierno patina en el Congreso con un proyecto que a nadie le gusta y que no resuelve nada.

Y de las locomotoras poco fue lo que avanzaron. En infraestructura, apenas se están definiendo las concesiones de cuarta generación, donde el Gobierno tuvo un grave fracaso en la atracción de inversionistas internacionales con músculo financiero propio. En minería, el sector enfrenta la desinstitucionalización del país, en la que cualquier gamonal veredal puede paralizar los planes de inversión.

En vivienda, las 100 mil casas gratis inconclusas se robaron toda la atención sin que se hicieran avances en el tema de urbanismo, que es el principal reto de nuestras ciudades. Muy pocos resultados que mostrar en innovación y cero en agricultura, como lo atestiguan los frecuentes paros.

Como en tantas otras áreas, el Gobierno se precia de su gestión legislativa. Pero la verdad es otra. Lo que hubo fue un gigantesco despilfarro de capital político.

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