Diatriba contra Maduro

Amigo Nicolás:

Fíjate que, a pesar de todo, te llamo “amigo”, a pesar de todos tus desplantes, de todo el feo que nos haces, de todo lo que rajas de nosotros. Y si te digo “amigo” no es por darte coba, ni por ganar tus favores, que creo que son pocos los que haces. Tampoco es que quiera lagartearte algo. Te llamo “amigo”, pero te subrayo las comillas, a sabiendas de lo que decían nuestros abuelos, los tuyos y los míos: “amigo el ratón del queso”.

Lo que me indigna de ti, no es tu revolución, pues cada quien es libre de ponerse a vivir como quiera. Y si a los venezolanos les parece que la revolución anda bien, aunque el país ande mal, allá ellos. Yo no quiero meterme en camisa de once varas, para no darte papaya y que me acuses de estar interviniendo en los asuntos internos de tu país. Bien sé las influencias que tienes y que tienen tus amigotes en La Haya y en las otras cortes y organismos internacionales. Y como todos se tapan con la misma ruana, es mejor guardarme la lengua donde mejor pueda. Prefiero callarme, pues, ante lo que haces con Corina y con Leopoldo y con los estudiantes y con la prensa. Tus razones tendrás.

Tampoco me indigna que les des abrigo y protección y seguridad, según dicen, a los de la guerrilla colombiana. Cada quien puede hospedar en su casa a quien le venga en gana, aunque al otro día lo dejen en la calle. De modo que estás en plena libertad de meter en tu rancho y hasta en tu cama a quien a bien tengas. Eso sí, con la condición de que mañana no vayas a poner el grito en el cielo porque los desalmados armados te pagaron mal. ¡Casos se han visto!

No me molesta ¡ni más faltaba! que nos vendas la gasolina al precio que tú quieras. Es tuya, y puedes ponerle el precio y el sobreprecio que te aconsejen tus asesores y las necesidades de tu bolsillo. Y esa es la misma razón por la cual no me molesta que persigas el contrabando. La harinapán es tuya y el aceite es tuyo y las arvejas son tuyas, y se las vendes a quien quieras. El hecho de que seamos vecinos no nos da derecho a pedirte gabelas especiales.

Y menos aún me molesta que hayamos tenido que regalarles a ustedes unos cuantos rollos de papel higiénico. Hay que dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y limpiar al que está cohino, según nos enseñaron en las Obras de Misericordia. Lo hacemos y lo seguiremos haciendo, con mucho gusto, aunque tengamos que taparnos la nariz.

Lo que sí nos tiene con la chispa afuera es que te vayas a Cartagena, a pasarla sabroso, a que te hagan manifestaciones de rechazo, y en cambio no vengas a visitar a tu nativa Cúcuta. Que niegues que eres cucuteño, lo aceptamos. Otros presidentes venezolanos también nacidos en estos lares, lo han negado. Les toca. Y eso lo entendemos. Pero lo que no te perdonamos es tu olvido, tu ingratitud, tu infidelidad. Los vecinos del barrio Carora te reclaman, los de El Callejón quieren darte la mano, los del El Páramo, a donde ibas a echar cometas, te recuerdan. La viejita que te fiaba pocicles aún vive y con orgullo dice que le quedaste debiendo unos helados. Tus compañeros de darle pata al balón dicen que guardan un pedazo de cuero de tu bola preferida. Tu maestro de español y literatura dice que fue él quien te enseñó los giros graciosos que usas: el pajarito de Chaves, la multiplicación de los penes y aquello de hombres y hombras. En cambio, el profesor de Sociales te recuerda como mal alumno de Geografía. Pero todos te tienen cariño y tú le das la espalda a tu ciudad, a tus paisanos, a tus compañeros de infancia, de escuela y con quienes te volabas a bañarte en el Pamplonita y a robar mangos en las fincas vecinas. Ellos te quieren y te añoran, y tú finges no conocerlos. ¡Eso no se hace, Nicolás!

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