Dictadura mediática: ¡qué vergüenza!

Tal vez nunca en la historia de Colombia se había vivido una campaña política tan degradante como esta. Los insultos, improperios, montajes, ataques rastreros, espionajes, traiciones y actuaciones aleves nos tienen saturados y están provocando que el elector termine por alejarse definitivamente de las urnas y prefiera ceder el uso de su derecho para no verse involucrado en esta guerra a muerte que nos hiere a todos y que devasta la democracia.

Pero hay algo más preocupante: la injerencia de los medios nacionales que no tienen vergüenza para mostrar su sesgo en los espacios que deberían ser informativos y noticiosos. Y no hablo de espacios de opinión, que tienen un tratamiento diferente. Hablo de espacios informativos donde se cuenta la mitad de la verdad, se oculta o se distorsiona la otra mitad, y se manipula la información.

El Gobierno Nacional ha penetrado descaradamente en la gran mayoría de los medios y estos han asumido una posición no solo de defensa de su campaña, sino de degradación de la de su contendor más fuerte. De ahí que sea casi predecible lo que va a decir Darío Arizmendi cada día; o Vicky Dávila en la FM; o Julio Sánchez en la W; o los noticieros de televisión de Caracol y RCN; o el contenido de la revista Semana; o las noticias políticas de El Tiempo y El Espectador.

Es realmente triste tener que asistir a esto. Pero, además de triste, es, repito, preocupante. Y no lo es por que un candidato trate de ganarse los medios de comunicación para que le sirvan de soporte a su campaña; eso es lo normal. Lo verdaderamente preocupante es que los medios acaben por determinar cuál es la verdad y cuál no. Que acaben por decidir si existen conductas delictuosas o no; si existen hechos graves o no; si esos hechos pueden ser castigables o no; y hasta por decidir culpables cuando ni siquiera existe un hecho punible.

A JJ Rendón, asesor de la campaña presidencial del presidente candidato Juan Manuel Santos, se le estalla en las manos el escándalo de 12 millones de dólares que presumiblemente pagó la mafia para negociar con el Gobierno Nacional, y la noticia no pasa de algunos tibios titulares que mueren con la supuesta renuncia del maquiavélico asesor. E inmediatamente esos mismos medios despliegan un escándalo mayúsculo por la relación del candidato Óscar Iván Zuluaga con el hacker Sepúlveda y entonces nos atiborran de desinformación y ubican a este candidato en la horca, con la soga al cuello y se disponen a masacrarlo a él, a su familia y a sus amigos antes de dar la orden de la ejecución. Todo orientado a ocultar los hechos verdaderamente graves de la campaña Santista. ¡Qué peligro!

Nada ha dicho la prensa sobre la violación de la privacidad y de los derechos, que se están cometiendo en el caso de Óscar Iván Zuluaga. Al penetrar su campaña; hacerle seguimientos clandestinos; entregar declaraciones a la prensa que deberían hacer parte de la reserva del sumario; recoger pruebas ilegales; manipular esas pruebas; y demás actos por todos conocidos, el propio Gobierno Nacional, en complicidad vergonzosa con la Fiscalía General de la Nación, está sentando un precedente deplorable sobre el que se ha guardado un silencio sepulcral. ¿Cuál ha sido el origen de las grabaciones explotadas por esa prensa inescrupulosa? ¿Por qué las declaraciones, los videos, las grabaciones que se supone están en poder de la Fiscalía, pasan de un momento a otro a la prensa nacional aliada y se permite impunemente su manipulación?

¿De qué delito se le puede acusar a Óscar Iván Zuluaga? Quien haya escuchado y visto las grabaciones seguramente no encontrará en ellas más que unas conversaciones de asuntos triviales sobre los que nos ocupamos los colombianos todos los días. Especulaciones entre amigos o conocidos no pueden ser delitos; comentarios o vaticinios personales que se digan en privado, tampoco; previsiones de qué harán nuestros contendores, o cómo procederán para derrotarnos, menos. ¿Y que más hay en las grabaciones tan hábilmente explotadas por la campaña del presidente candidato? ¡Nada! Pero esto para la prensa amañada es de una importancia y de una gravedad tales, que amerita opacar las noticias verdaderamente importantes, y desfigurar la imagen del candidato que viene punteando en las encuestas y le gana a su presidente proveedor de mermelada.

¡Ojo! Los colombianos vivimos demasiado orgullosos de nuestro orden institucional y de tener una de las democracias más antiguas. No podemos caer en la desgracia de que ya no solo nos asedie la dictadura castrochavista a la que le juega y le apuesta Juan Manuel Santos, sino que nos asedie la dictadura de algunos medios de comunicación que están amangualados para ejercer el poder maquiavélico que hoy ostentan y nos atormenta. ¿Nos podremos dar el lujo de acabar con nuestra democracia para cederle el espacio a una dictadura mediática? ¡No lo creo!

Aunque hay algo de positivo en toda esta guerra perversa: nos afianza más en la convicción de que Óscar Iván Zuluaga es tan bueno, que la campaña del presidente candidato tiene que acudir a los medios más ruines para derrotarlo. Es el mayor símbolo de desespero y el mayor incentivo para el triunfo. Ahora más que nunca mi voto es por Óscar Iván Zuluaga.

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Señor gobernador Julián Gutiérrez Botero: sigue en pie mi reto del debate público. Ojalá lo acepte antes de que negocie la Industria Licorera de Caldas y termine entregando nuestro patrimonio.

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