Diplomacia colombiana

Las reuniones que tendrá la canciller colombiana con funcionarios de la ONU para informar de la crisis con Venezuela tienen una eficacia simbólica, pero es mejor hacerlas. ¿Qué diplomacia tiene Colombia?

El presidente de la República, Juan Manuel Santos, en su discurso de antenoche al país, anunció una serie de medidas para buscar un mayor apoyo internacional a la posición de Colombia frente a las medidas manifiestamente ilegales del gobierno venezolano, con relación al maltrato y ausencia del debido proceso de los colombianos deportados y expulsados de la vecina nación.

Esas medidas, por supuesto, tienen como inmediato precedente el fracaso diplomático de Colombia ante la OEA, y la consecuente necesidad de movilizar mecanismos de eficacia por lo menos simbólica, para que el país pueda hacer visible ante la comunidad internacional su visión de la situación de crisis en la frontera. Hacerlo visible no implica, por supuesto, que la comunidad internacional vaya a tomar partido dándonos la razón, ni mucho menos que condene al gobierno venezolano, porque no es previsible que algún país lo haga. Tener eso claro nos evitará muchos equívocos.

En la OEA Colombia buscaba la convocatoria a una reunión de cancilleres para que analizaran la situación y la crisis humanitaria que ha generado, a la cual intenta hacer frente el gobierno. No era un voto a favor de Colombia o en contra de Venezuela. Pero fue más efectiva la diplomacia chavista, representada por su embajador Roy Chaderton, quien, entre otras cosas, hace presencia en la mesa de negociaciones de La Habana como representante de su país, que tiene la calidad de “acompañante”. Un punto que en la actual coyuntura debería replantearse.

Es posible que Colombia diera por descontada que la reunión de cancilleres se aprobaría. Grave error de cálculo. Y falta ver cuánto movilizó la Cancillería de San Carlos a la adormilada diplomacia del país a lo largo del continente para recabar apoyos que al final se revelaron tan precarios.

Fallido el intento de la OEA, resultaba aún más torpe asistir a Unasur. Hizo bien el gobierno en desistir de ello, como tuvimos oportunidad de manifestar ayer.

El jefe del Estado colombiano ha ido subiendo el tono. Acusó no solo “intereses monetarios” en la OEA -lo cual generará previsibles roces diplomáticos con los países aludidos- sino que ayer se refirió a los “pirómanos del otro lado”. No obstante, sigue moviéndose dentro de las líneas del llamado soft power (poder blando) en el manejo de las relaciones internacionales, y así lo anotó expresamente en su discurso. Mientras tanto, el gobierno venezolano acude al más ríspido hard power (poder duro): movilización de tropas, anuncios de más cierres de puestos fronterizos, uso real de la fuerza.

Las citas de la canciller María Ángela Holguín con el secretario general de la ONU, Ban Ki Mon, con la Oficina de Derechos Humanos en Ginebra, con el director general de Migraciones, tienen más que todo un efecto simbólico, aunque no por eso deleznable. Es mejor tener esas citas que no tenerlas. Pero la solución no la van a dar del exterior. Máxime cuando nadie tiene interés alguno en exacerbar la histeria del chavismo bolivariano, atento siempre a aprovechar cualquier asomo de pelea para activar su eficaz aparato de propaganda.

La reflexión final tiene que ir directamente a interrogarnos cuál es la diplomacia con la que contamos para hacer uso efectivo del soft power: quiénes son los que están llevando la vocería, ante las otras naciones, de nuestros argumentos y razones. Ya se hizo patente nuestro vacío absoluto en el Caribe, falta ver si ese vacío también existe en el resto de nuestras embajadas en Latinoamérica y Europa.

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