Diplomacia farandulera

Como he sostenido numerosas veces en esta columna, en lo que al ejercicio diplomático respecta, el caso de Colombia es atípico y aberrante.

A diferencia de la mayoría de los países del mundo, en donde la formación, trayectoria y excelencia profesionales son los criterios usados para nombrar a quienes representan al Estado y sus ciudadanos en el exterior, aquí priman el pago político, la amistad y las razones de familia. Entre sus efectos negativos, el manejo clientelista de la diplomacia reduce el desarrollo efectivo de la política exterior, entorpece la rendición de cuentas, fomenta la corrupción y desincentiva a quienes, como diplomáticos profesionales de carrera, se dedican al servicio público como opción de vida.

Al no visibilizar y discutir esta tendencia, los medios colombianos —que con pocas excepciones son apáticos y acríticos frente a los asuntos internacionales— contribuyen a su normalización e, incluso, muchas veces la reivindican. Más enervante aún, como lo ilustra un reportaje en la última edición de la revista Jet Set sobre el nombramiento de María Isabel Nieto como cónsul general en Nueva York, la diplomacia se banaliza por completo. Aparte de buscar el apartamento perfecto e instalar allí a su familia, para la que estima que será “maravilloso… conocer y vivir en esta ciudad multiétnica y cultural”, la nueva cónsul no da muchos indicios de tener un plan concreto para su nuevo cargo, salvo que afirmar “quiero trabajar por mi país y realizar uno de mis sueños: vivir en Nueva York” constituya uno. Pese a confesar su falta de experiencia y deseo de aprender de quienes llevan más tiempo trabajando en el Consulado, su antecesora, Elsa Gladys Cifuentes, cuya labor es reconocida por Nieto —al igual que por El Tiempo— como excelente, no parece ser el mejor referente. En dos oportunidades en 2014, la Cancillería suspendió a la exgobernadora de Risaralda del cargo por participar en política y por realizar una contratación irregular, fue forzada a renunciar posteriormente y sigue bajo investigación.

Dentro del desinterés general que suscita la política exterior entre el público y los formadores de opinión en Colombia, los asuntos consulares —que suelen considerarse no sólo aburridos sino de menor peso estratégico— ocupan un lugar marginal. Sin embargo, en el mundo de hoy, el incremento exponencial de la movilidad geográfica humana, evidenciado en aspectos como la migración, el turismo, el empleo, la jubilación, las adopciones y las remesas internacionales, en combinación con la revolución en las comunicaciones y la tecnología, han creado cambios dramáticos en la importancia, el tamaño y el carácter de esta faceta del trabajo diplomático. En especial, la demanda de servicios consulares ha aumentado ostensiblemente, al tiempo que las expectativas en cuanto a su calidad y rapidez han crecido.

Con alrededor de cinco millones de nacionales colombianos en el exterior, según estimativos del Ministerio de Relaciones Exteriores, y números crecientes de turistas, estudiantes, trabajadores, comerciantes e inversionistas que ven oportunidades en la “nueva Colombia”, la innovación en la actividad consular es imperativa. En lugar de promover la diplomacia farandulera en Jet Set, uno de mis deseos para 2015 es que funcionarias políticas como Nieto —de quien se afirma le habla al oído al presidente Santos—, junto con el próximo canciller, inviertan esfuerzos en corregir los defectos de la arquitectura diplomática que impiden enfrentar retos como este.

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