«Dolor de católica»

Como practicante orgullosa de mi fe religiosa, recibí con dolor la incomprensible decisión de un sector del clero colombiano en el sentido de permitir que Jesus Santrich fuera conducido a una sede adscrita al episcopado.

La Iglesia, desde siempre, nos ha enseñado el perdón, pero también la penitencia como expiación de nuestras faltas. Sántrich no es un hijo pródigo que ha regresado con su corazón contrito. Las víctimas de ese sujeto aún esperan un gesto de arrepentimiento, una excusa de su parte, un reconocimiento por las faltas cometidas.

Su actitud ha sido lo menos cristiana posible. No solo niega sus crímenes, sino que se burla a la cara de quienes han sufrido sus abusos. No reconoce haber cometido ningún delito y ha manipulado al Estado de derecho con la huelga de hambre que inició cuando se descubrió que seguía inmerso en actividades de narcotráfico.

Al ver a ese criminal protegido por la Iglesia, me pregunto, si los sacerdotes que equivocadamente ordenaron conceder ese beneficio han sido igual de generosos con aquellos colombianos que verdaderamente han sido víctimas de una injusticia.

¿Cuántos compatriotas nuestros no han sido encarcelados con fines de extraditan por equivocación? ¿A ellos el episcopado también les ha abierto las puertas de sus sedes para que sobrelleven allí el dolor de la injusticia y del inmerecido encierro?

He aprendido como cristiana que además de la justicia Divina, existe la justicia de los hombres. Y aquí son muchos los creyentes que han sido víctimas de Sántrich. Pero también, ha sido la justicia de la Tierra la que ha determinado que él debe ser encarcelado mientras se surte el proceso de extradición hacia los Estados Unidos, país en el que deberá responder el requerimiento de una corte que tiene evidencias de su participación en una conspiración para traficar10 toneladas de cocaína.

A los colombianos, pero sobre todo a quienes como somos católicos, nos gustaría ver a nuestro episcopado haciendo gestos de caridad y humanidad con quienes han sido las víctimas y no con aquellos que causaron dolor y que aún no se han arrepentido de sus actos.

Como cualquier otro delincuente, Sántrich debe estar confinado en una cárcel en la que se le respete su dignidad humana y se le preste toda la asistencia médica para salvaguardar su vida. Si la Iglesia quiere ofrecerle acompañamiento espiritual en la cárcel La Picota, está en todo su derecho de hacerlo. Al fin y al cabo visitar a los presos y a los enfermos son obras de misericordia irrenunciables.

Hago un llamado a aquellos sacerdotes que seguramente de buena fe autorizaron el traslado del narcotraficante Jesús Sántrich a una de sus casas, para que reflexionen y entiendan el dolor que esa decisión le ha causado a la sociedad en general y a una inmensa porción de la feligresía en particular. Queremos que nuestra Iglesia pose sus ojos sobre todos, pero particularmente sobre las víctimas y no sobre los victimarios.

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