¿Dónde estaba la famosa paz?

Los últimos acontecimientos, por más que sean maquillados por la gran prensa y desfigurados por el régimen y sus áulicos, no hacen más que confirmar al mundo entero que con el pacto habanero no se obtuvo ninguna paz. Que – además- el propósito que animaba a la FARC y a sus cómplices en la negociación no era terminar una guerra, sino conducir al país hacia el llamado “socialismo del siglo XXI” y, mientras tanto, continuar explotando el lucrativo negocio de la droga.

Pruebas al canto:

Un desmovilizado de la FARC asesina cruelmente a tres periodistas ecuatorianos en la frontera con Colombia. De inmediato, el Presidente Santos salta a la defensa de las FARC.

La DEA, con todas las pruebas en la mano, desenmascaró la verdadera actividad de la FARC: El narcotráfico. Pescó a uno de los que va a ejercer la investidura parlamentaria por concesión graciosa de Santos, Jesús Santrich, a Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez y a otros integrantes de la FARC, dedicados a negociar con cocaína. El gobierno colombiano, en lugar de cumplir con la extradición de Santrich solicitada por la justicia americana, como lo disponen los tratados, optó por afirmar que habrá que analizar las pruebas y que la competencia del asunto recae en la JEP.

Ocho policías son asesinados en Urabá por el Clan del Golfo, socio comercial de la FARC. No parece importarle tanto este hecho a Santos como la defensa de Santrich y de su cómplice, el sobrino de Iván Márquez.

Voladuras de torres de energía por grupos autodenominados disidencias de las FARC se repiten en Tumaco y San José del Guaviare, sin que se observe ni reacción del gobierno, ni mucho menos condena de esos actos por los cabecillas de la Farc. No puede haberla, pues las tales disidencias responden a una división del trabajo entre los narcoterroristas: Unos se dedican a la violencia y el narcotráfico, y los otros a saborear las mieles del poder.

Continúa el Catatumbo, Arauca, el Pacífico colombiano, especialmente Tumaco y Buenaventura, Chocó y el Putumayo, Huila, Caquetá y, en general, casi todas las regiones rurales de la Patria, sometidas  al terrorismo, la extorsión, el negocio ilícito de las drogas y las acciones vandálicas y criminales de los narco-guerrilleros de FARC, disfrazados con el remoquete de disidencias o amparados con el brazalete del ELN. Para el Gobierno, son meros incidentes que no ameritan su atención.

No hay lugar a la menor duda sobre la causa eficiente de semejante tragedia: La impunidad absoluta pactada con FARC. Impunidad que, según anuncia el candidato Vargas Lleras, se encargará de terminar convirtiéndose en el primer policía del país. Olvida confesar que fue él quien, como Vicepresidente, participó en la aprobación del acuerdo habanero que consagró la más absoluta impunidad para los guerrilleros incursos en delitos de lesa humanidad, y en su implementación en el Congreso.

Por su parte, el candidato Petro no pierde oportunidad para defender tales acuerdos y para insistir en la necesidad de mantener la JEP, la misma que ya absolvió a Santrich, sin leer siquiera el expediente preparado minuciosamente por la DEA.

Colombia se encuentra indignada ante tanta desvergüenza. Está harto el pueblo colombiano de las iniquidades que se cometieron en nombre de una paz que ahora, hasta el último de los colombianos, se ha percatado que no existe.

Si faltaba un empujón para el triunfo de Iván Duque en la primera vuelta, se lo han dado con creces las tenebrosas acciones de las FARC, la actitud  alcahueta del régimen santista y la despistada actitud de los candidatos enfrentados a las tesis de Duque. A éste no le ha temblado la voz para condenar tales delitos, y anunciar medidas concretas para modificar los acuerdos, reformar la Justicia y capturar y castigar a los facinerosos que tienen en vilo a la Nación.

No hay, pues, alternativa para los millones de colombianos que no queremos esta paz inexistente que prometió Santos ni la prolongación de este lamentable estado de inseguridad: Salgamos como un solo hombre a votar el 27 de marzo por los programas de Iván Duque. No esperemos a ganar en la segunda vuelta, pues ello significaría darle oportunidad al fraude al que el sátrapa ya nos tiene acostumbrados.

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