¿Dos visiones de Colombia?

Cierta intelectualidad con asiento en la capital insiste en reducir el debate sobre la paz y la seguridad a una supuesta contradicción entre dos visiones de la sociedad, la moderna y la atrasada.

Pienso que no deja de ser una actitud simplista y maniquea que reedita viejos vicios que se adornan con una fraseología rimbombante, densa en apariencia y con aires falsos de pensamiento estructural y complejo.

En el ardor de la campaña presidencial, esa intelectualidad se arrastró, sin ruborizarse, a la estrategia del presidente candidato de dividir el país entre amigos de la paz y partidarios de la guerra, sacando de este bando a las guerrillas y graduando de guerreristas y extremo derechistas al 46 por ciento de los electores.

Algunos, con pretensiones más teóricas, han tratado de encontrar, a la vieja usanza estructuralista y desde un marxismo innombrado, quizás por vergüenza, las causas “profundas” de la “guerra” que nos afecta, eso que llaman las “causas objetivas y materiales” del “conflicto armado”. Los hay que hablan del “conflicto social y armado”, porque, más allá de la realidad de unas guerrillas degradadas y fracasadas en su pretensión de representar los intereses de los pobres y excluidos, piensan ellos, debe haber una razón esencial que haya producido el “levantamiento” y que este haya pervivido por más de 50 años. Son incapaces de superar el esquema binario de fondo-superficie, base material-superestructura, causa-consecuencia.

Una rara confluencia interpretativa ha tenido lugar entre los teóricos de la revolución, defensores de la lucha armada y los intelectuales liberales y progresistas. Probablemente sea algo más indecoroso, una especie de capitulación del pensamiento crítico para darle la razón moral a un proyecto a todas luces inviable, nada razonable y rechazado por la inmensa mayoría de la población. Los desvaríos de esta intelectualidad constituyen un buen tema de investigación para los jóvenes estudiosos de la política.

Uno de los más serios columnistas, Carlos Caballero Argáez, se suma ahora al empeño de confirmar la tesis según la cual el país está dividido entre modernos y atrasados. En reciente columna (El Tiempo 28/06/2014), Caballero, afirma que en Colombia desde el Frente Nacional surgió “una tecnocracia cosmopolita y modernizante… una elite central más conectada con el exterior que con las regiones colombianas”. Nada preocupante, excepto cuando más adelante se casa con esa mirada bogotanocentrista que considera a la capital como el centro desarrollado, moderno, progresista y a las regiones como lo provinciano, el atraso, lo conservador, el estatu quo, porque no otra cosa se puede deducir cuando sostiene que “Nuevos fenómenos como el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción, dieron lugar a matrimonios non sanctos en las regiones (SM), cuya máxima expresión fue la parapolítica”. Como quien dice, el centro “Moderno” y las “elites centrales” estuvieron al margen de los fenómenos mencionados. Tendrá que aclararnos el doctor Caballero si los firmantes del pacto de Ralito pertenecían o no a los partidos tradicionales, liberal y conservador, expresión orgánica de esas “elites centrales”.

Y nos deberá decir si esas elites ilustradas fueron o no responsables de onerosas y depredadoras prácticas de corrupción, verbigracia “Foncolpuertos, el proceso ochomil y el carrusel de los Nule. Y nos debe aclarar la responsabilidad de los gobernantes ilustrados e incorruptos, Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana, dos conservadores y tres liberales, “centrales y modernos”, por qué fueron tan inanes e inútiles en el combate estatal legal a los fenómenos de criminalidad que crecieron exponencialmente entre 1982 y 2002 y dejaron que el paramilitarismo reemplazara al estado en muchos sitios?

Según Caballero “En la actualidad convive en Colombia el mundo de antes con el de ahora” y el lío para la elite central es que no ha sabido adaptarse a esa situación. Pero, resulta que ante la mediocridad que reina en las filas de esas elites centrales donde pulula el clientelismo, la fusión de los poderes, el abuso de propaganda oficial, la repartición de mermelada y el sistema dinástico, el líder “moderno” es Juan Manuel Santos, el mismo que ha anulado la separación de poderes y que fue incapaz de hilar dos ideas programáticas en su discurso de la victoria reeleccionista.

En cambio, al expresidente Alvaro Uribe lo identifica con el pasado, con los que se niegan a hacer la paz y las reformas para, supuestamente, no perder privilegios. Se reafirma en esa dicotomía arbitraria del centro moderno versus las regiones el atraso. A propósito, se nota que no miró el mapa electoral que muestra todo lo contrario, que el país más atrasado en sentido económico y el más olvidado, donde florece el gamonalismo de corte feudal y la compra de votos, fue el que eligió a Santos.

Lo que afirma y lo que sugiere el columnista de marras es no solo caprichoso desde el punto de vista sociológico, antropológico y de sentido común, sino que es ofensivo en perspectiva política. Es la mentalidad del “cachaco” encerrado en su cosmos citadino por fuera del cual todo es oscuridad y mosquitos.

Una visión que ya no le reconoce, como sí lo hicieron entre 2002 y 2010, los logros de seguridad del expresidente Uribe: haber evitado que unas guerrillas crecidas y envalentonadas amenazaran el poder central, devolver al estado el monopolio legítimo de la fuerza, perdido en los años de los gobiernos ilustrados. El que eliminó las masacres del paisaje nacional, el que en palabras del poeta William Ospina “ha hecho más que cualquiera por eliminar el fenómeno paramilitar”, el mismo que redujo los homicidios, los magnicidios políticos, el que abrió el camino de los tratados de libre comercio, o sea, mirar hacia afuera, el que dio garantías para que la izquierda democrática tuviera su mejor experiencia electoral y parlamentaria de todos los tiempos y cuyo prestigio fue abusado para elegir a Santos en 2010.

Queda la amarga sensación de que esas elites “centrales” y “modernas”, utilizaron a Uribe y se creyeron el cuento de que él era un simple peón sacrificable. Pero, ahí lo tienen, señores ilustrados, con medio país que no le camina a esa división absurda.

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