Drogas: Tercera vía

Ya nos vamos acostumbrando en todo a la Tercera Vía. El intento es viejo y para decirlo de una vez, nada apreciado en el campo de la filosofía. Un hombre brillante, como casi todos los fabuladores, Víctor Cousin, se inventó el eclecticismo, para asaltar todos los sistemas de pensamiento, llevándose de cada uno lo que le parecía mejor. El resultado fue deplorable. Porque esa suma de ventajas no produjo ninguna final. Y por una razón sencilla: a cada idea maravillosa se le prendían también sus defectos.

Las terceras vías han sido frecuentísimas. Por ejemplo, en materia económica, quisieron algunos apartarse de los errores del marxismo y de las debilidades del liberalismo, tomando la solución ecléctica. Al final, nada de nada. Todos los problemas del marxismo y ninguna de las conquistas de la libertad. En política, ni tanto autoritarismo que queme, ni tanta libertad que empalague. El justo medio. Lo mejor del Estado Fuerte, y lo mejor del Estado Liberal. Pero ambos se traen sus vicios y dejan su esencia justificativa o benéfica en una retaguardia perdida.

Pues toda esta historia viene a que Santos, por temperamento hombre de Tercera Vía, conciliador con todo e incapaz de sostener un principio, se está inventando una muy particular para el tema de las drogas. Y nos tememos que como en tantas cosas, nos va a dejar en la estacada. Es decir, en el peor de los mundos posibles.

En materia de drogas, hay dos escuelas. Las que proponen combatirlas a toda costa, porque son intolerables y constituyen un gran peligro para la humanidad. Y los que declaran la batalla perdida, y quieren que no se las combata, sino que se las prevenga y que se salve a los drogadictos por el camino de la advertencia, o por el de la recuperación médica.

Ambas posiciones son respetables. Y a las dos las asisten buenas razones. Pero también tienen altos costos. La prohibición trae guerras, corrupción, temibles bandas que la desafían. Pero la libertad puede desembocar en un consumo frenético que convierta el mundo en un ambulante hospital psiquiátrico. ¿Qué hacer?

Aquí es cuando saltan a la palestra los amigos de la Tercera Vía. Como ambas posturas son tan riesgosas, sumemos los beneficios de cada una y entremos en algo así como el Mundo Feliz de Huxley. Tomemos de los libertarios la cuestión hermosa, y declaremos a los consumidores pobres enfermos que no necesitan represión sino comprensión, tratamiento, buenas palabras y no castigos. Pero como pueden ser muchos los enfermos si las drogas circulan sin control ni medida, tomemos del prohibicionismo la limitación de la oferta y sigamos combatiendo el negocio, la producción y venta a gran escala.

El resultado es obvio. De la libertad de consumir nos llegará una demanda en crecimiento exponencial. Si a los atractivos de la droga se le suma el que se la pueda conseguir y consumir sin riesgo, sino con el premio de buenos consejos y ayuda pagada por terceros, es obvio que la demanda aumentará. Se le ha quitado el peligro del castigo y aún el de la sanción social: a un enfermo se lo comprende y ayuda. No se lo reprime.

Una demanda creciente se va a encontrar con los factores policivos que tratarán de impedir o disminuir la oferta. Esa parte, que representamos nosotros, hará más dura nuestra tarea, más alta nuestra responsabilidad y más negativos nuestros resultados. Porque la demanda creciente aumenta el precio, y el precio alto nos genera enemigos más terribles. Estamos haciendo más rentable la producción y el tráfico a grande escala. Y nos estamos echando encima la mala imagen, los muertos, los costos morales, políticos y de seguridad ciudadana.

La Tercera Vía, también en drogas, es el camino del infierno. Como casi siempre. Solo que el papel de diablos y de condenados nos queda reservado. Para los consumidores, el delicioso papel de las víctimas, casi de ángeles. Una mala distribución de cargas, ésta que nos trae la tesis de Santos. La falta de carácter casi siempre conduce a estos nefastos resultados.

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