Duque: 100 días de una doble transición política

Y de cómo la estatura histórica de Duque dependerá de su gestión de ambas transiciones.

Hay una transición cierta: de un gobierno de centro izquierda a un gobierno de centro derecha. Y una transición incierta: de un gobierno prosistema a una continuidad o ruptura con el sistema en 2022. La entidad o estatura política e histórica de Iván Duque dependerá de cómo gestione las dos transiciones.

En el mejor de los casos, produce un cambio desde la visión de centro derecha exitoso, fortalece la legitimidad del sistema y entrega el poder a un gobierno del centro político. En cierto sentido, sería como un César Gaviria: que llegó a la Presidencia aparentemente antes de tiempo y sentó las bases de un cambio que le valió una estatura propia.

En el peor de los casos, no logra modificar el statu quo, paga sin embargo los costos de la filiación de centro derecha y entrega el poder a un gobierno de izquierda populista. En perspectiva histórica, sería un experimento fallido.

Estos términos sirven para evaluar sus primeros 100 días de mandato. ¿Cuáles son la personalidad, la vocación y la orientación que reflejan? ¿Puede aventurarse un vaticinio sobre el desenlace de la transición incierta?

Iván Duque, hay que admitirlo primero, enfrenta lo que parece ser el “nudo gordiano” o paradoja obvia de la política colombiana: “si hace un gobierno de centro derecha entregará el país a la izquierda (radical) porque la centro derecha no representa los intereses populares”.

La supuesta dificultad del reto de demostrar que esto es falso puede inhibir el propósito de meterle el diente al statu quo, que en esencia es soportado por un pensamiento de izquierda.

Véanse estos 100 días en educación: se cedió a la sabiduría convencional, pero la oposición sigue y el sistema ahí, sin cambios necesarios a la vista, como el dinosaurio, “porque nadie lidia con esa economía política, y especialmente no un gobierno de centro derecha”.

Pedirle al presidente Duque que tenga ya la fórmula para cortar o desatar este “nudo gordiano” puede ser exagerado. Él comenzó por cambiar la naturaleza de la gobernabilidad corrupta que dejó Juan Manuel Santos, aunque sin sustituirla claramente por otra.

Eliminar la “mermelada” para construir mayorías en el Congreso ha sido la mejor medida anticorrupción y tal vez la principal muestra, hasta ahora, de la personalidad de su mandato, aplaudida.

Para la vocación de gobernar con determinada orientación, una vez esté el balance de la primera legislatura, le bastará dar dos pasos: i) acudir a la innovación de la gobernabilidad programática con representación en el gabinete, y ii) conseguir antes que la nueva iniciativa congresional en inversión, desde su diseño, sea transparente, inferior al 20% y no un “barril de los puercos”.

Duque puede señalar otra muestra benéfica del carácter de su gobierno: la despolarización. Como centrista, le ha evitado al país los costos de agudizar una división en torno al acuerdo con las Farc, sin abandonar la postura que lo eligió, a diferencia de Santos.

Hace bien, pues sin gobernabilidad es muy difícil usar la brújula, aun desde el centro. Si en gobernabilidad política los 100 días han sido duros, en gobernabilidad social (las manifestaciones callejeras + las encuestas de opinión) las cosas no han sido mejores.

Pero es normal que en 100 días no se consiga el equilibrio. Entre las urgencias de corto plazo del Gobierno y los compromisos de largo plazo del proyecto político agenciado por el partido de gobierno (caso emblemático de más IVA a la canasta familiar).

El equilibrio entre los partidos de la coalición y Cambio Radical para crear un centro político actuante, y entre la coherencia ideológica y programática del proyecto político del cual es (o debe ser) tributario el Gobierno y las consideraciones tácticas para evitar los riesgos del populismo en el poder.

En cualquier caso, los “100 días” no dejan de tener algo de superstición.

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