Educación en historia en el Bicentenario, neutralizando sesgo ideológico

Hay más “pensamiento único” que “pensamiento crítico” en bachilleres y eso se parece a “adoctrinamiento”.

Una educación de calidad fomenta el pensamiento crítico (y creativo), que haría imposible un izquierdismo infantil o radical generalizado en estudiantes activistas o vocales de la secundaria pública. La mayoría silenciosa o apática es otra.

La evidencia muestra que la ideología política del sindicato de docentes se está transmitiendo exitosamente en las aulas. Que la cultura política inculcada en la educación pública choca con la distribución de preferencias políticas en la sociedad. Y, adicionalmente, que se está enseñando una versión sesgada, ideologizada de la historia contemporánea de Colombia.

Evidencias (de lo obvio: que la educación escolar influye en la ideología política y más si no se respeta la regla de la neutralidad valorativa en el aula): i) las preferencias políticas de los jóvenes de 18 años en las encuestas electorales (no se parecen a la realidad nacional); ii) el comportamiento discursivo de los personeros estudiantiles en los ejercicios que realizan en los concejos municipales en las grandes ciudades; iii) las manifestaciones cualitativas en redes sociales que denotan una socialización política distinta de la del hogar.

Ante la realidad o evidencia, algunos contestan con cierto cinismo que el problema es que la izquierda sí pueda “adoctrinar” en la educación pública y la derecha no. Este sinceramiento permite recordar que la matriz totalitaria ha sido amiga del adoctrinamiento y la matriz democrática defensora del pluralismo (que no hubo en la asamblea de Fecode con Petro, por ejemplo).

Como comprenden muchos, hemos llegado a un punto en el que esto no es aceptable. La petición que expuse en la W es “separar la ideología de la enseñanza”.

Los profesores no lo van a hacer porque el gobierno se los pida, eventualmente, pero este gobierno sí puede y sí debe hacer algo al respecto para conseguir más “neutralidad” y menos “parcialidad” ideológico-política en las aulas estatales.

Lo que puede hacer es un avance de la política nacional de textos escolares que nos falta, una medida de calidad y equidad. Con motivo del Bicentenario de la Independencia, sacar dos textos didácticos de historia de Colombia: uno para grado quinto de primaria y otro para grado noveno, y ponerlos en manos de todos los alumnos y de los docentes de ciencias sociales . Y elevar el debate de los lineamientos hacia un currículo básico común.

El gobierno puede encargar la dirección intelectual de estas obras a Jorge Orlando Melo, Eduardo Posada Carbó y Álvaro Tirado Mejía. Pocos cuestionarían su idoneidad para llevar a las aulas un relato nacional por encima de la actual polarización.

Para contextualizar: soy partidario de instaurar Historia y Geografía como asignaturas independientes, indispensables para la identidad nacional, y de crear orgullo patrio en la básica y de comenzar a complejizar la enseñanza de la historia en la media, sin entrar en disputas que deberían abordarse con rigor en la educación superior.

A quienes creen que el pensamiento crítico solo puede expresarse en una visión pesimista o fatalista de las cosas, habría que solicitarles que se apliquen el pensamiento crítico a sí mismos. Hoy el espíritu crítico y la creatividad llaman a no seguir como estamos y vamos.

El reto del cambio cultural en las nuevas generaciones es crucial para dispararnos como país (no en el pie, como hacemos cada día, sino para coger una senda de crecimiento alto sostenido en el largo plazo). Como decía un filósofo pragmatista liberal, el orgullo patrio, no el nacionalismo, es como la autoestima de las personas: necesario. Y aquí llevamos décadas en lo contrario y lustros sembrando odio.

El cambio cultural exige, además, no darle largas a la promesa presidencial de Cívica y Urbanidad, y no confundirla con, ni subordinarla a, “la promoción de competencias socioemocionales y ciudadanas para el ejercicio de los derechos”. Hay un matiz diferente en formar los valores, las actitudes y los comportamientos para la democracia, la convivencia, la legalidad y la productividad.

A muchas instituciones educativas no solamente hay que rescatarlas de la influencia de las drogas, sino de la pérdida de cosas básicas como el respeto, el deseo de aprender, la responsabilidad, la comunidad. La escuela tiene que tomarse en serio la recreación de la sociedad, algo más elevado que destilar ideología en el aula con ánimo político o gremial.

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