El 2019 no va a ser nada fácil

El 2019 no va a ser nada fácil. Tengo la idea de que el presidente Duque, aparte de unas vagas referencias a la equidad (meta que a cualquier gobierno le puede tomar varias décadas lograr), sabe lo que busca, cómo lo va a lograr y la dimensión y magnitud de los múltiples problemas que enfrenta. En reciente entrevista en El Tiempo (nov. 18/18), el mandatario afirmó: “No estoy calculando mis decisiones con aplausos, ni por resultados electorales, ni por encuestas. Estoy gobernando en función de lo que el país necesita. Y me siento profundamente cómodo, dejándole a Colombia una economía creciendo, una política fiscal más transparente, una política social que efectivamente llegue a los más vulnerables”. Plinio Apuleyo Mendoza, en su reciente columna (El Tiempo, dic. 17/18), afirma: “Nuestros problemas son muy graves y requieren duras medidas concretas. El narcotráfico, por ejemplo, se expande peligrosamente en Colombia. Los cultivos de coca, que hace diez años solo cubrían 50.000 hectáreas, hoy se han expandido a más de 180.000. Igual que el déficit fiscal, ha crecido hasta llegar a $14 billones en el presupuesto del próximo año. La carencia en programas sociales, la educación, la salud y el índice de pobreza son de una magnitud inquietante… Estas y otras muchas medidas caben en el programa de gobierno para rescatar de la pobreza extrema a tres millones de colombianos”.

La preocupación de quien escribe esta nota radica en tres encrucijadas a las que el Gobierno, con urgencia, debe prestarles atención: la primera es que los días corren y ya solo quedan 43 meses para estructurar e implementar las reformas. Esta administración no puede desconocer la infinita capacidad que tienen la clase política, el estamento judicial y la burocracia de enredar las cosas. En apariencia, estos actores pueden afirmar que están de acuerdo con los cambios, pero de forma soterrada van a intentar bloquear y obstaculizar muchos programas del Gobierno. El presidente afirma que hay que gobernar con los principios y que la gobernabilidad es más importante que la “mermelabilidad”: “Si el costo es que las cosas se demoren más, lo pagaremos”. Me temo que las demoras no planificadas son un lujo que cada día el Gobierno tiene menos espacio para darse.

La segunda encrucijada es que pocas veces en la historia reciente las expectativas han estado tan bajas. Según informe de Fedesarrollo, la confianza del consumidor, por el deterioro de las expectativas, se ubicó en el peor nivel en cerca de dos años. Las expectativas, que es lo que uno cree o espera que suceda en el futuro, son determinantes para entender el comportamiento de los diferentes actores económicos y sociales, y el éxito de las políticas de todo gobierno depende de lo que la gente piensa que serán sus efectos. Contra expectativas a la baja no hay discurso que valga: solo hechos concretos.

La tercera encrucijada es que la descolgada de los precios del crudo (caída que puede durar meses, y aun años) va a arrastrar a otros minerales, como el carbón, cuyos precios pueden contraerse significativamente. Las consecuencias de los menores ingresos en las finanzas públicas —ninguna de ellas halagadora— pueden ir desde la reducción en la calificación del riesgo soberano, pasando por mayores dificultades en cerrar los proyectos de infraestructura, hasta no cumplir la regla fiscal y tener que llevar a cabo otra ley de financiamiento en el 2019.

Puede ser prudente dejar la champaña enfriando un tiempo más…

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