El acuerdo que proponemos

Construyamos entre todos una Patria libre de cualquier forma de terrorismo. El terror es el regreso a la caverna y a la más cruel de las servidumbres.

No le alcanzó la vida a Álvaro Gómez Hurtado para escribir la que hubiera sido la mejor de sus obras y que sin duda habría llamado 'Acuerdo sobre lo Fundamental'. La idea consistía, nada menos, en definir las bases de un Pacto Social nuevo, para encontrar los puntos en los que todos estaríamos de acuerdo y sobre los que edificaríamos una sociedad abierta, en el sentido que le dio Popper, capaz de soportarlo todo, incluido el disenso sobre cuanto no definiéramos fundamental.

A nuestro regreso del viaje que impremeditadamente hicimos por las riberas de la muerte, nos sentimos en el deber y el derecho de proponer nuestra idea sobre tema tan urgente.

Construyamos entre todos una Patria libre de cualquier forma de terrorismo. El terror es el regreso a la caverna y a la más cruel de las servidumbres. El terror es retrógrado por lo brutal, radicalmente injusto y moralmente inaceptable. El terror es incompatible con cualquier expresión de vida alta, noble, decorosa. El terror es negación de cualquier forma de vida civilizada y de cualquiera aspiración de progreso, sea como se lo quiera entender. Hay que proscribir el terror, sin reparos de su fuente ni de su destino. No hay terror bueno ni perdonable.

En el espacio vital que el terror nos deje libre levantemos una sociedad segura para todos y frente a todo. Álvaro Uribe la llamó seguridad democrática, pero no vamos a discutir títulos. Solo convicciones. La inseguridad, esa fría antesala del terrorismo, destruye cualquier germen de vida plena. Y por supuesto golpea más a los débiles que a los que tienen algún medio para precaverse ante el entorno. La inseguridad es perversamente clasista.

Seríamos inferiores a nuestro destino histórico si no señaláramos sin temor ni ambages el origen obvio de la inseguridad que nos aflige y del terror que nos mata. Colombia no puede convivir con el narcoterrorismo. En el principio de todas nuestras desventuras hay una mata de coca y un kilo de cocaína. Nadie puede negar su concurso sincero a derrotar estas legiones malditas. Colombia sin una mata de coca tiene que ser una causa común, una cita con el porvenir, una condición de la supervivencia colectiva.

Pongámonos de acuerdo en que tuvo razón el Pontífice cuando dijo que el Desarrollo Económico era el nuevo nombre de la Paz. Sobre la manera de alcanzarlo y extenderlo con plena equidad caben todos los debates. No sobre lo fundamental: vamos a desarrollar este país. Tenemos todo para lograrlo. Esta Colombia encogida y acomplejada le tiene que abrir paso a la que todos queremos, exitosa y feliz.

Seamos capaces de proponernos como cuestiones fundamentales las que en torno del Desarrollo giran. Una educación de calidad, que rompa los esquemas de la discriminación y la injusticia social. Los colegios públicos tienen que ser, cuando menos, tan buenos como los privados. Y pongámonos de acuerdo en que la clave del progreso es la capacitación profesional, técnica y tecnológica de todos nuestros jóvenes. El capital dinero se consigue, ya lo sabemos; el capital humano es nuestra tarea impostergable.

Una Democracia plena, alguien la llamó el Fin de la Historia, no se consigue sin tres elementos esenciales. El soldado y el policía, que respetemos y amemos, porque son la garantía de nuestra seguridad y nuestra victoria sobre el terror. El maestro, que pongamos en la mitad de nuestro devoto corazón. Y el magistrado, que en cada sentencia nos diga una palabra de justicia, desprendida de cálculos, de mediocridad y de interés.

El libro, o los libros, pueden tardar. Este proemio, parece que no. Cuando las almas vacilan, nadie puede sustraerse al deber de ensayar palabras decisivas.

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