El ADN de Santos

La primera vez que Juan Manuel Santos quiso someter su nombre a una elección popular fue en 2003 con ocasión de las elecciones de “mitaca”. En aquella ocasión anduvo explorando la posibilidad de lanzarse a la alcaldía de Bogotá por el partido liberal. Su anhelo duró poco tiempo. Había otro precandidato por esa colectividad: Jaime Castro. Dirimieron el asunto con una encuesta y el poco carismático Juan Manuel Santos fue aplastado por el boyacense Castro Castro.

Santos edificó su carrera política sobre tres pilares: su apellido, el periódico de su familia y su impresionante capacidad para intrigar, conspirar y traicionar.

Quienes querían congraciarse con El Tiempo o neutralizar la influencia de sus editoriales, lo nombraban en sendos cargos: Gaviria en el Ministerio de Comercio, Pastrana (que estuvo a punto de caerse por el propio peso de su impopularidad) en el de Hacienda.

Durante la era de Samper, Santos traspasó los límites permitidos en una democracia: en campamentos paramilitares y cambuches guerrilleros intentó pactar el mecanismo para derrocar al gobierno que aunque ilegítimo por el ingreso de dinero de la mafia, mereció caer por fuerza de las acciones institucionales y no por el resultado de las alianzas del intrépido Juan Manuel con organizaciones al margen de la ley.

Durante los 3 primeros años del gobierno de Uribe, fue feroz opositor. Desde los cuarteles del liberalismo cuestionó a la seguridad democrática hasta que un día cualquiera su maestro en estas cosas de la política, el finado Luis Guillermo Vélez, campeón mundial de la política menor, de las componendas corruptas y padre del actual superintendente-asesor-consejero de Interbolsa, lo convenció de que era mejor dar una nueva voltereta. Y así, de la noche a la mañana Santos pasó de agresivo opositor a solícito y fanático militante del uribismo.

Se hizo nombrar en el Ministerio de Defensa. Su paso por esa cartera coincidió con episodios harto incómodos: falsos positivos, contrataciones multimillonarias para la adquisición no muy transparente de armas y montajes jurídicos contra altos oficiales que, como en el caso del Almirante Arango Bacci, se demostró que Santos algo tenía que ver –por algo la Corte Suprema de Justicia en la sentencia 31.240 del 3 de diciembre de 2009 ordena investigarlo por el presunto delito de omisión de denuncia-

Hundida la posibilidad de una segunda reelección y destrozada la posibilidad de que Andrés Felipe Arias fuera el Presidente de Colombia, precisamente por un montaje periodístico orquestado desde una revista de propiedad de la familia Santos, don Juan Manuel anunció su aspiración a la primera magistratura de la nación.

Dado que no es una persona a la que se le facilite la comunicación verbal, quienes ayudaron a esa campaña se vieron a gatas. Inenarrables sufrimientos tuvieron que padecer cuando lo ponían sobre una tarima a que dijera cualquier cosa. A los electores lo único que les importaba era que se comprometiera a seguir con el legado del Presidente Uribe. Por eso le perdonaban que no los saludara, que los mirara como si fueran escoria y que de su boca brotara toda suerte de sandeces cuando se “echaba” sus discursos.

Nueve millones largos de uribistas fueron disciplinadamente a votar por Santos. Más que una elección, se trató de un plebiscito, de un “gracias por todo Presidente Uribe”. Fueron mueve millones de ratificaciones a la seguridad democrática.

Pero el ADN de las personas no es modificable, ni siquiera por el mandato popular. La naturaleza de Santos fue superior a la voluntad del pueblo que lo eligió. Que haya traicionado a Uribe es lo de menos. Lo de más fue el engaño a quienes votaron por él, a quienes creyeron que daría continuidad a las exitosas políticas que cambiaron para siempre y para bien la historia de Colombia.  Santos, ahí sí como un rufián de esquina, asaltó la buena fe de la mayoría de ciudadanos.

Ahora, cuando su gobierno boquea por falta de ese oxígeno que los politólogos llaman “popularidad”, Santos ha decidido atacar al uribismo diciendo que es una fuerza de extrema derecha, una corriente de guerreristas y que el gobierno anterior era una manifestación del realismo mágico.

Llama la atención que ningún medio de comunicación de cobertura nacional se pregunte en qué momento el gobernante de los colombianos olvidó que esa “extrema derecha guerrerista” fue la que resolvió cambiar su destino para que dejara de perder encuestas frente a Jaime Castro y fuera en cambio el reemplazo del más grande gobernante de los últimos años: Álvaro Uribe Vélez.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar