El bravo pueblo mandó a parar

El cambio apenas comienza. Habrá verdadera oposición en un régimen que no admitía posiciones divergentes. La unión de los partidos de la MUD es esencial para lograr una transición pacífica.

Era inequívoco que el pueblo venezolano, convocado a las urnas por vigésima vez desde que se atornilló el chavismo, quería un giro político que impulsara la recuperación del rumbo económico y, sobre todo, la restitución de los valores democráticos, conculcados por la forma autoritaria en que el régimen decidió ejercer las atribuciones heredadas del caudillo militar Hugo Chávez.

Las encuestas que pudieron realizarse con metodologías aceptables indicaban que una gran mayoría ansiaba reemplazar el poder legislativo por otro donde tuviera control la opción de los partidos de oposición, agrupados en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Y los corresponsales extranjeros de medios independientes testimoniaban en sus reportajes las angustias de una población oprimida y sin acceso libre a alimentos, que perdieron el miedo y no dudaban en anunciar su voto en contra del chavismo.

A pesar de la voluntad popular previa, todo estaba en contra de la oposición política. El régimen arrinconó las opciones de divulgación de su programa político, encarcelando arbitrariamente a algunos de sus líderes, cerrándoles los espacios en los medios masivos de comunicación, insultándolos y señalándolos como delincuentes. La maquinaria publicitaria del chavismo fue, en cambio, omnipresente.

Pese a todo esto, y parafraseando la letra de una conocida trova cubana, “llegó el pueblo y mandó a parar”. Fue el pueblo venezolano el comandante que a través de las urnas dio partida a un cambio genuino, al que podría llamarse revolucionario si el término no estuviese tan contaminado de ideologización, pero que por los cambios que puede traer si la oposición sabe gestionarlo, obedecería a la definición cabal de la ruptura popular con un régimen opresivo que dilapidó la riqueza y aniquiló el sistema productivo, además de haber asfixiado la democracia.

Con una participación electoral cercana al 75 % (sin voto obligatorio), y sometidos a condiciones cambiantes por parte de su autoridad electoral, fue tan contundente el mandato ciudadano que ni la violenta retórica previa de un amenazante Nicolás Maduro pudo revertir los resultados.

Informes periodísticos reportan que el ministro de Defensa, general Vladimir Padrino, jugó un papel clave, al notificar a los altos mandos chavistas, en particular a Diosdado Cabello, que las Fuerzas Armadas no contrariarían la voluntad mayoritaria de los votantes, en gesto que le honra a él y a su institución. Sobre todo cuando saben que con el cambio mucha de la impunidad de altos mandos por vínculos con el narcotráfico puede llegar a su fin.

El presidente Maduro reconoció su derrota. No pudo evitar, eso sí, acudir a explicaciones de perdedor como al decir que “en Venezuela no ha triunfado la oposición, ha triunfado circunstancialmente una contrarrevolución que ha impuesto su escenario, su guerra”.

La oposición, al igual que la comunidad internacional, sabe que la lucha apenas comienza. Revertir un poder enquistado durante casi 16 años y superar los vicios no se hace en pocos meses. Además de ello debe superar su principal amenaza, que es la división interna, consolidando un liderazgo claro que hoy se ve atomizado entre figuraciones individuales que pugnan por sobresalir.

La oposición ha ganado uno de los poderes del Estado, pero todos los demás (el Ejecutivo, el Judicial, el Electoral) permanecen en manos del chavismo. Y no podrán cambiarlos a sombrerazos, sino con un gran poder de convocatoria, convencimiento en sus ideales y, ante todo, persistencia.

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