El centro democrático

El movimiento inscrito para representar los intereses políticos de los seguidores de Uribe, se llama el “Centro Democrático”. Son los intereses de millones de colombianos que respaldaron la gestión de un gobernante que durante ocho años logró sacar al país de la inviabilidad en la cual se hallaba. Un gobierno con logros y errores, que puestos en la balanza de la efectividad, favorecieron la democracia, restablecieron la fe en las instituciones, y crearon confianza y seguridad. Para ese entonces Uribe inspiró la creación de un partido, el de La U, de lo cual se encargó su ministro Santos; nadie se imaginaba que ocurriría lo que vivimos hoy. El mismo día de su posesión como jefe de Estado, Juan Manuel sacó las uñas para mostrar de a poco su talante y su condición; a estas alturas aun no sabemos qué más sorpresas nos tenga guardadas dentro de su cubilete de rolo filipichín, de doble fondo, de tan dudosa ideología que ni los mismos defensores de su falsa causa en el fondo de su conciencia le creen ya.

A pesar de que los medios de comunicación bajo el control del gobierno tratan de salvar su prestigio, con permanentes noticias falseadas y encuestas amañadas, el pueblo amigo de la verdadera democracia, en cuyo centro esta Uribe, sigue al lado de la verdad. De hecho, hay mucha gente que de manera equivocada cree que el partido de la U sigue siendo el de Uribe; de ahí la necesidad de promulgar el nombre del movimiento que puede recuperar todo lo que estamos perdiendo desde que Santos llegó con engaños al solio presidencial. El Centro Democrático está llamado a asumir desde el Congreso la antigua dirección y mejor rumbo que llevaba nuestro país; ese el reto inmediato, que para después, en la elecciones presidenciales ya sabremos qué hacer con el propósito de que la democracia sin mermelada, y la paz sin entreguismo, eviten la entrada de regímenes comunistas disfrazados del socialismo del siglo XXI, según lo tienen planeado los narco socialistas desde el Foro de Sao Paulo, y desde Venezuela y Cuba, con el apoyo de las maromas inéditas de ciertos estamentos y funcionarios nacionales, que pretenden, apropiándose de la bandera de la paz, hacernos creer cuanto digan los farsantes de las Farc. Para ellos todo lo malo que hicieron, hoy es bueno, y todas las fechorías cometidas durante cincuenta años desaparecerían con la convocatoria de una asamblea nacional constituyente, o cuando menos con los resultados de una consulta popular amañada que les permita asentarse en el poder ejecutivo.

Dentro del legislativo los estragos los causa la corrupción y el clientelismo propiciado por Santos con visos de legalidad; en el poder judicial, la infiltración aterradora y aterrorizante del retrogrado socialismo, es tal vez el ingrediente más dañino del desequilibrio nacional: sin justicia, jamás habría paz.

El nuevo Congreso de la República con senadores del Centro Democrático y del partido Conservador haciendo mayoría, ha de asumir el reto de enderezar las conversaciones de La Habana, para que la paz llegue de verdad; con rebaja de penas si es del caso para los delitos no atroces, ni de lesa humanidad. Y para los responsables probados de delitos de esa índole, que paguen cárcel, con las consecuencias legales que les impediría someter su nombre a una aspiración por voto popular. Pero tal cual lo plantean los voceros de ambas partes, lo que se viene no es bueno para Colombia, máxime cuando ni tan siquiera entregarán las armas; tan solo las dejarán guardadas. Hasta el golpe final.

oscaralbertodiazgarcia@hotmail.com

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