El ‘cerebro’ de una sociedad intoxicada

No todo el mundo se siente cómodo con la idea de que cierta clase de política es una adicción culpable. Pero lo es. Los que la ejercen son adictos y son culpables de mentir, engañar y robar – como todos los adictos. Y cuando entran en un frenesí, van a sacrificar cualquier cosa o alguien, para alimentar su hábito cruel y estúpido, y no hay ninguna cura para eso. Ese es el pensamiento adictivo. Así es cierta política que puede arruinar un país. Hunter S. Thompson

No digo el nombre del joven que murió intoxicado por respeto a él y su familia; tampoco menciono el del colegio por consideración con la profesión docente. Y me remonto a mis clases de Ciencias Naturales, biología incluida, en Barranquilla, 60 años hace, con el profesor Álvarez, en donde nos enseñaron el comportamiento básico del cerebro. Dibujarlo como tarea nos enseñó sus partes y funciones. No sé si a Rodolfo Llinás le toco un profesor así en el Gimnasio Moderno. Pero a mí se me dio por las humanidades lo que me ha llevado por los senderos misteriosos del ser pensante. Años después me auto enseñé el funcionamiento del cerebro, cómo se comunican sus partes, cómo las drogas le ‘enseñan’ malos hábitos, el daño que le hacen, los factores de riesgo y protección, aprendiendo que la protección real comienza desde el vientre materno; después me di cuenta que cuidar a ese niño era la mejor inversión económica para la familia y la sociedad. Pero muchos empresarios pareciera que hubieran sido concebidos ‘in vitro’, pues le regatean a las futuras madres el tiempo de acompañamiento psico-afectivo del recién nacido, aduciendo costos, cuando en Europa ya se sabe que es la mejor inversión.

Hace 60 años la ‘reacción neuronal’ de la sociedad frente a la amenaza de la droga y el abuso de los niños era inmediata. Hoy es casi inexistente. Recuerdo una anécdota en un cine continuo, el Teatro Colombia, donde proyectaban una película de aventuras, tres de la tarde, domingo. Teatro a oscuras. Asistía con mis padres. De pronto el grito desesperado de un joven: “¡Un marica me agarró!” Se encendieron las luces y un hombre salió corriendo despavorido. Sabía lo que le esperaba. Es decir, reacción neuronal inmediata frente al peligro, tanto del joven como el degenerado. Hoy el tipo habría argumentado sus derechos al ‘agarre’; defensa mediada por el lenguaje y los argumentos del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Lo mismo ocurría con los marihuaneros. El solo nombre era sanción social suficiente. La traba de un famoso bolerista portorriqueño, antes del concierto, era asunto de leyenda, comentario, escándalo, sorpresa. Nadie se atrevía a decir que lo imitaba. Pero vino Woodstock y la droga adquirió ‘status’ social. Me pregunto hoy si aquella sociedad provinciana de hace 60 años era de avanzada o retrógrada. Ninguna de las dos cosas.

Sencillamente el ‘cerebro social’ era más saludable, reaccionaba mejor frente al peligro de los niños, la fuente natural de vida cuya contaminación buscaban los ignorantes o mal nacidos.

Nuestros cerebros están conectados para garantizar que repitamos las actividades vitales al asociarlas con el placer o la recompensa. Cada vez que se activa ese circuito, el cerebro nota que está sucediendo algo importante que necesita recordar, y nos enseña a hacerlo una y otra vez sin pensar en ello. Debido a que las drogas adictivas estimulan el mismo circuito de la misma manera, aprendemos a abusar de las drogas. Cuando se consumen algunas adictivas, pueden liberar de 2 a 10 veces más la cantidad de dopamina que lo que producen las recompensas naturales al comer, tener sexo o trotar, por ejemplo. En algunos casos, esto ocurre casi de inmediato cuando se fuman o inyectan, y los efectos pueden durar mucho más que los producidos por las recompensas naturales. Los efectos resultantes sobre el circuito de recompensas del cerebro son gigantescos en comparación con los producidos por los comportamientos naturales de gratificación. El efecto de una recompensa tan poderosa motiva fuertemente a la gente a consumir drogas una y otra vez. Por este motivo, los científicos a veces dicen que el abuso de drogas es algo que aprendemos a hacer muy, muy bien. ¿Pero cuál es el costo?

Si al cerebro le inyectan el equivalente de dopamina, pues se vuelve más perezoso para producirla de manera natural, por lo que su falta vuelve a la persona sin vida, deprimida. Así, una persona que abusa de las drogas eventualmente se sentirá incapaz de disfrutar de las cosas que antes le resultaban placenteras. Vayamos ahora al meollo del asunto.

Las investigaciones realizadas por el Dr. Allan N. Schore, revelan que al nacer el cerebro de un niño es de aproximadamente 25% de su peso aproximado en la edad adulta y a los 3 años su cerebro ha alcanzado el 90% de su potencial. En la primera década de la vida, es más del doble de activo que el de un adulto. La principal consecuencia de esta información es darnos cuenta de la importancia en cómo la calidad de las experiencias tempranas influyen en la estructura del cerebro y el desarrollo del niño; es decir, en los primeros 3 años ya son críticos por lo que saben procesar y distinguir entre lo que es malo o bueno para ellos y tomar decisiones, expresas o tácitas. Dicen los expertos que el cerebro adolescente es vulnerable porque está en ‘desarrollo’; quizá su vulnerabilidad consista en el procesamiento correcto de información nueva.

Ahora bien, si comparamos la capacidad de respuesta reactiva del individuo y la sociedad frente al peligro inminente y escandaloso de las drogas y el abuso infantil vemos que la del individuo y la sociedad es inmediata; pero la capacidad de respuesta efectiva de la sociedad y el individuo frente al peligro futuro disimulado o poco evaluado son muy diferentes; mientras la del individuo puede darse de inmediato, según su inteligencia y procesamiento de la información, o en un lapso de horas o días, la de la sociedad puede demorar siglos (El consumo del opio en China duró de 1760 hasta la llegada de Mao Tse Tung al poder en 1947.) Al igual, la respuesta efectiva frente a un peligro futuro puede ser inexistente o tardía en el cerebro de un adicto igual que en el conglomerado social. Solamente tomando conciencia de esta realidad se puede hacer algo efectivo. Veamos los ejemplos de comportamientos de riesgo permanente y tolerado frente a diversas formas de peligro que pueden involucrar tanto a niños como adultos.

1. Un individuo puede reconocer inmediatamente la utilización creativa del tiempo libre, mediante la ejecución de actividades creativo-formativas, recreacionales o de carácter cultural, artístico, científico, deportivo, ecológico y productivo. La sociedad las ‘confunde’ con lo que dice un papel o un procedimiento burocrático y puede darle licencia de funcionamiento a un centro de perdición, a un negocio de estafas, y tolerar tal realidad, a pesar de evidencias, hasta que hay una tragedia.

2. Un niño sabe si sus valores intrafamiliares son o no son los de respeto, tolerancia, cooperación, responsabilidad y afecto. La sociedad también puede conocer la carencia, pero no importarle hasta que ocurre la tragedia.

3. Una sociedad sabe si es o no, solidaria, democrática, equitativa, participativa, que permite la satisfacción de necesidades humanas como: educación, salud, vivienda, alimentación. Pero la falta de satisfacción de esas necesidades se tolera hasta cuando amenaza la llegada de un régimen totalitario que promete lo que no puede cumplir; es decir, la tragedia.

4. Una sociedad o institución sabe de la permisividad en la venta y consumo de alcohol, tabaco y drogas; de la facilidad para conseguirlas; de los resultantes problemas estudiantiles de rendimiento, asistencia y disciplina, maltrato, abuso escolar, deserción, pérdida de año; de la buena o mala influencia de padres, amigos de la misma edad y presión del grupo; de los mensajes que motivan consumo de drogas transmitidos por algunos medios de comunicación; de la inseguridad laboral y ciudadana; pero nada se hace hasta cuando ocurre la tragedia.

5. Un individuo sabe si el otro (novio/a, pareja / ex pareja, amante, cónyuge, familiar, vecino, etc.) tiene dificultades para tomar decisiones y enfrentar problemas, si es una personalidad inestable, si no practica valores como: responsabilidad, equidad, tolerancia, solidaridad, calidez afectiva, amor y ternura; sabe si tiene dificultad para establecer relaciones interpersonales, o una inadecuada utilización del tiempo libre; si vive de manera desorganizada o irresponsable, sufre o practica violencia intrafamiliar, falta de comunicación, irrespeta los roles y funciones por parte de padre, madre e hijos/as; si vive en una ambiente de permisividad de consumo de drogas en la familia, o tolerancia del delito, etc. PERO NADA SE HACE HASTA QUE SOBREVIENE LA TRAGEDIA.

Veamos ahora cómo se comporta el cerebro de un adicto. Las personas adictas no pueden tomar decisiones positivas sobre consumo de drogas o sobre otros aspectos que influyen en su vida en general con base en el análisis de los resultados inferidos a largo plazo; es decir, sufren de una miopía, culturalmente inducida sobre las consecuencias futuras por falta de información apropiada, en el momento justo y con la persona correcta. Como todos nosotros han aprendido a identificar el dolor relacionado con perspectivas inmediatas, (la tragedia) pues es un aprendizaje automático del sistema impulsivo. No han aprendido a prever y tomar medidas estratégicas sobre el dolor a futuro que es el resultado del uso permanente, evaluativo, del pensamiento crítico, resultado del uso normal del sistema reflexivo mediado por una educación adecuada. Si comparamos entonces las falencias del cerebro adicto con la sociedad, pareciera entonces que los ‘centros reflexivos’ de nuestra sociedad (en este caso: Mineducación, ICBF, Policía, Minsalud, Medicina legal, Cuerpo Especializado de Drogodependencia y Prevención de Conductas Alteradas, en coordinación eficaz de un conjunto neurálgico) estuvieran desconectados por lo que reaccionan impulsivamente, como un adicto, solo cuando vemos la amenaza obvia o la tragedia. ¿Pero cómo y cuándo se empieza a ‘deformar’ ese cerebro?

A partir de la primera infancia. En su investigación 'Toxic Childhood' (Niñez tóxica) Sue Palmer reunió evidencias de un complejo problema cultural en la sociedad moderna que afecta el desarrollo de los niños para aprender, pensar críticamente y comportarse. En YouTube vimos el video viral de cómo una niña de 12 años es inducida a una conducta de riesgo ¡POR FALTA DE PENSAMIENTO CRÍTICO que es el último invitado en el proceso educativo!

Por otra parte, la dieta inadecuada vuelve a los niños más gordos, menos saludables; la falta de sueño afecta el estado de ánimo, haciendo la concentración más difícil. Las habilidades, hechos e ideas que se adquieren durante el día, el cerebro las transfiere a la memoria de largo plazo durante el sueño. Por ello es importante que las rutinas antes de dormir se establezcan tan pronto como sea posible. Crianza: los diferentes estilos de crianza pueden influir en cómo se desarrollan los niños. El estilo más recomendable para formar niños resilientes bien balanceados es el tratamiento amoroso, dedicándoles tiempo y atención, escuchándolos, respondiendo inquietudes para que tomen decisiones seguras; los padres deben ser firmes, con reglas y rutinas que proporcionen estabilidad, seguridad física y afectiva. La falta de juego al aire libre perjudica a los niños, pues la revolución tecnológica ha sustituido las actividades seculares de juego: correr, escalar, pretender algo que hacen, que comparten, con un estilo de vida a base de pantallas que promueve el sedentarismo. Las soluciones de guardería, los estilos de enseñanza adecuados, el lenguaje apropiado en el trato, la correlación del hogar y la escuela más lo que sucede en el país afectan profundamente la capacidad de los niños para aprender.

Tenemos, además, la buena o mala influencia de la comunidad en general y cómo a través de la comercialización se influye en sus juegos al promover comportamientos más adultos en relación con las amistades, los mayores y la cultura heredada que son factores importantes que pueden afectar el desarrollo de los niños.

Si la buena conexión entre neuronas condiciona la inteligencia humana, las ‘neuronas sociales’ que necesitarían interconectarse en nexos vigilantes permanente, además de las arriba mencionadas, serían: colegio con familia, no solo a nivel del pre-escolar, sino en el bachillerato, cuando existe el mayor riesgo de inicio en la drogadicción, pues aunque le tiren la pelota de responsabilidad a los padres en la formación de los hijos, muchas veces ignoran lo que es formar de manera adecuada y por qué. Las indicaciones dadas en ‘Niñez Tóxica’ nos dan un leve indicio del problema. Vendría entonces la conexión protectora de la policía con los niños y sus familias que no solo debería ser presencial, sino formadora: cursos de defensa personal, de conocimiento de drogas, (muchas veces los niños saben más que los padres) perfiles criminales, organización de defensa y apoyo ciudadanos, etc. Socialización de las diferentes reformas educativas europeas que dan cuenta de la importancia de la primera infancia que es la nueva vertiente de votos de los políticos, pero a los que nadie les pide cuentas porque el tema se ignora. Concientización del sector empresarial y el estado que deben entender que la inversión en ‘capital humano’ para un apoyo de calidad en la primera infancia les concierne a ambos.

¿Y qué debemos hacer de parte nuestra? Si observamos en nuestros hijos un comportamiento agresivo, enseñemos autocontrol. Si el colegio ve que en el hogar no hay supervisión, enseñen apoyo parental. Si observamos relaciones sociales deficientes en nuestros hijos, estudiantes y en el entorno, enseñemos y demos ejemplo de relaciones positivas. Si la experimentación con las drogas es el tema de nuestros hijos y estudiantes, desarrollemos competencias académicas sobre el tema. Si la disponibilidad de drogas es la amenaza, luchemos por políticas escolares y cívicas contra ese flagelo. Si hay pobreza en una comunidad azotada, ayudemos desarrollando fuertes lazos con esa comunidad. Estas son las neuronas sociales e individuales que necesitan conectarse para que no sigamos teniendo el comportamiento colectivo de un cerebro adicto. Lo que nos lleva a preguntarnos: En el siglo XXI ¿cuál es el papel formativo real del sector educativo en relación con la sociedad? Ya los empresarios han ‘descubierto’ el nexo. ¿Qué pasa con el sector parental? ¿Estamos en realidad preparados para formar a nuestros hijos para afrontar las realidades que nos agobian? ¿Afrontamos o evadimos?

El funcionamiento eficiente de ‘redes neuronales’ en el individuo y la sociedad, se refleja en el dinamismo y efectividad de la toma de decisiones. Las soluciones óptimas del supuesto post conflicto va a requerir una estrategia de resolución de problemas en relación con la producción y consumo de drogas, una vez definidas las condiciones reales de los carteles actuales. La tragedia de los colegios amenazados por la droga plantea un escenario de muchas incertidumbres que revertirá en la capacidad de liderazgo de las futuras generaciones que deberán afrontar la buena o mala herencia de un proceso de paz.

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