El complejo adánico

La revolución ciudadana se basa en muchas falacias. Una de ellas es en la negación y descalificación absolutas del pasado. Aquello sirve como justificativo de los errores y omisiones del presente y hábil recurso retórico para cerrar la puerta del futuro. Hace algunos días escuché que un expresidente latinoamericano había afirmado que son muy ciertas las críticas al régimen de Correa, pero que había que aceptar que el Ecuador hasta antes de su llegada al poder no tenía Gobierno; que estábamos dominados por una oligarquía corrupta que se había apropiado de todos los recursos del país y había dejado relegadas a las mayorías a la pobreza y marginación.En consecuencia (seguía su argumento), no obstante sus errores, su sesgo autoritario, su discurso internacional anacrónico, la violación a los derechos humanos y la limitación a las libertades públicas de su Régimen, el correísmo era la única manera de que los ecuatorianos tengamos algo que se parezca a un Estado y a un Gobierno, con un líder fuerte imponiendo orden y estabilidad. Evidentemente, la personalidad que exponía esta visión tendría una perspectiva fragmentaria del país y, quizá, sus parámetros de comparación se basaban en las imágenes que han recorrido Latinoamérica de las extravagancias de Abdalá, las caídas presidenciales, Lucio y el mismo Alvarito.

Aquello pesa internacionalmente y hace que la crítica objetiva y radical que sí merece nuestro pasado quede reducida a caricaturas como las anteriores, las mismas que ocultan que nuestra patria se ha venido haciendo y rehaciendo, quizá desde Espejo, con muchísimas virtudes también. Pero lo anterior no sería tan grave si solo fuera una postal que nos llega del exterior. El problema es que la misma visión es igual de dominante dentro de nuestro país. Se trata de una suerte de complejo adánico, la frase no es mía, que tiñe cada pieza propagandística del Gobierno y del discurso oficial por al cual el Ecuador nació con Correa, se refundó por él. El rescate de unos pocos íconos pasados -Bolívar, Alfaro-, solo sirve para insistir que todo antes de la revolución ciudadana estaba patas arriba, no servía, estaba mal hecho, mal organizado, y si algo existía se debía rehacerlo desde cero. Para el correísmo el pasado sencillamente no existe y si se lo nombra es para negarlo, descalificarlo, hacer tabla rasa de él. Esta negación total de la historia es muy útil, empero, para apuntalar de forma incuestionable el papel trascendente del caudillo y disculpar sus defectos presentes.

Hablamos de una ideología de la justificación total del estatus quo. El refundador puede cometer muchos yerros, pero que se le disculpan por ser el padre de la patria, pues sin él nada sería posible. Así pasa por alto su prepotencia, su autoritarismo, sus expresiones retrógradas, las graves ineficiencias de su Gobierno. Todo lo envuelve la magnánima y amorosa figura de nuestro Adán. El complejo adánico es una de las trampas con que se nos pretende robar el pasado. Si no recuperamos críticamente la historia quedaremos encadenados al presente.

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