El deber de los intelectuales

Ciertos intelectuales prejuiciosos, aferrados a principios endebles, humillan la transparencia de las historias con razonamientos resbaladizos.

El deber de los intelectuales fue un tema muy discutido entre los escritores hace años, cuando todos leíamos a Lenin y dedicábamos poemas al Che y a Ho Chi Minh y algunos se dejaban crecer la barba del saduceo, y no se volvieron a bañar, y compraron una chaqueta de dril como la que llevan los bolcheviques en los cómics y una camisa sin cuello como la de los terroristas rusos de las enciclopedias.

Volví a acordarme de aquel sainete de los tiempos del 'Submarino amarillo' y 'Jesucristo superestrella', comedia de equivocaciones, por una cosa que leí de Lisandro Duque sobre un documental que dice haber visto en YouTube. Duque se derrama en alabanzas a una cosa que él llama universo inédito, a propósito de la manera como se preparan los niños de las Farc para su vuelta a una vida decente en el posconflicto, bajo las cámaras, al mejor estilo de la propaganda comunista de todas partes, que usa sin vergüenza los recursos del tecnicolor imperial, tan eficaz a la hora de amasar mitos e higienizar canalladas.

Me parece haber visto el video. Unos adolescentes posan estrenando uniforme envueltos en cananas. Sonriendo, ellos, con la arrogancia ingenua de quienes se sienten razonables porque van armados. Y ellas, maquilladas por evidentes profesionales mientras ponen a secar sus pantaletas de flores en los alambres del campamento, bajo la vigilancia ultraterrena de los adorados matones, ‘Jojoy’, ‘Reyes’, el Che y el abuelo emblemático con la toalla.

Enternecen esas campesinas engañadas por sus profetas libidinosos con el arcaico cebo de la tierra prometida. Condenadas a vivir entre gallinas y matas de cebolla y fusiles, mientras las ciudades florecen lejos, llenas de posibilidades. Todas sueñan con estudiar veterinaria. O sistemas, que suena tan bien. O ecología, ya que les tocó crecer entre monos. Todo en el video prueba que para emprender una revolución hay que trabajar mucho primero. Y sobre todo en el saber de que yerra aquel que asume el derecho de salvar a los demás de sus vidas porque no supo qué hacer con la propia. A mí, al contrario que a Lisandro, el video me pareció la continuación de una farsa cansada. La misma que puso en evidencia sin querer en la entrevista que le concedió ‘Timochenko’, cuando dirigía el canal Capital, en la cual lo tutea como a un camarada entrañable. Tal vez los intelectuales, me dije entonces, en vez de justificar las torpezas de sus amigos, por más que los quieran, deberían ayudarles a enfrentar su verdad sin añadirles esplendores que nadie necesita para mejorar. A veces la lealtad en la amistad tiene que ver más con la crítica que con la adulación.

La guerrillerita de cuatro años es un rumor, una fantasía maligna de Alejandra Borrero, dice Duque, palabra más o menos. Pero yo también la vi, acurrucadita entre botas de caucho. Aunque ya estoy dudando si aluciné. Porque la nota de Duque me puso en el peligro de pensar como él que los del secretariado son casi unos trapenses (sic) y que lo demás son las calumnias de la prensa capitalista para rebajar a Caperucita.

Ciertos intelectuales prejuiciosos, aferrados a principios endebles, humillan la transparencia de las historias con razonamientos resbaladizos. Y van por este mundo montando películas que arriban siempre a una conclusión arreglada de antemano, torciéndole el cuello a la realidad, como Mandrakes acicalando la fealdad para que se parezca a la nobleza, e intentando convencernos de que comparada con ‘Iván Márquez’ la madre Teresa es una pobre perdida.

La mentira es una forma de la violencia. La más dañina, cuando sale de los teclados de los intelectuales. Porque hiere antes de que nazca del todo la paz que todos esperamos cansados de las embrolladas utopías. Un poeta llamado Borges dijo: el amanecer es el miedo de hacer cosas distintas, y se nos viene encima.

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