El descaro de los “zombis-políticos”

La política es un universo extraño donde las leyes de la vida y la biología no siempre parecen cumplirse. La vida después de la muerte, así sea en condiciones mentales disminuidas, como es el caso de los zombis, manido argumento de los productores de series de cine y televisión de ficción, es realidad pura en el campo de la política, o politiquería, para no ensuciar a la buena, especialmente en la nacional.

Solo a la luz de la ignorancia popular y al poder del clientelismo populista puede uno entender que Horacio Serpa siga insepulto, políticamente hablando. Después de lo que los colombianos vimos más de 8.000 veces cuando gobernó al lado del que hasta hace cinco años detentaba el título del presidente más nefasto de Colombia, no es fácil aceptar que alguien como él ahora sea uno de quienes escriban la ley.

Un curioso ejercicio hecho por investigadores de la Universidad de Ottawa y de Clareton, titulado “Infectious diseases modelling research progress”, buscando entender la propagación de enfermedades contagiosas, usó la tipología de los zombis para ver el peligro que representaría para la humanidad una infección que tuviese las características de un zombi. El resultado resultó aterrador, como lo describió uno de los científicos: “Si los zombis existieran, un ataque por parte de los mismos conduciría a la extinción de la civilización, de no ser tratado rápida y agresivamente”. Y eso que para el modelo no se usó a un zombi superdotado sino al zombi clásico, el “lento y de poca inteligencia”. La diferencia preocupante entre los zombis y la propagación de las infecciones reales, y en ello radica su peligro, es que “los zombis pueden volver a la vida”.

La literatura vudú establece dos tipos básicos de zombi, el que es el resultado de un alma sin cuerpo y el de un cuerpo sin alma. Pero los tratados sobre zombis tendrán que actualizarse e incluir una nueva tipología, el “zombi tirano”, que ya no solo quiere devorar a otros y convertirlos a su corriente de autómatas en busca de sangre, o mermelada, sino que decide condenar a quien no sea como él y se atreva a disentir.

Hace pocos días, el senador Serpa, al mejor estilo cubano o venezolano, se atrevió a condenar al Centro Democrático por su intención de ir a EE. UU. a exponer su visión del nefasto y peligroso proceso de “paz” que adelanta el Gobierno con el mayor cartel narcotraficante del mundo. Como si él tuviera alguna autoridad moral para siquiera abrir sus labios para algo distinto a comer, y menos para condenar a quienes, con razones tan grandes como una montaña, están en desacuerdo con la infamia que se está gestando en La Habana, este excelso exponente de la mala política dijo que: “Hablar mal del proceso de paz fuera del país es un delito de lesa patria” y que es “deplorable que el Centro Democrático vaya a salir a echarle agua sucia al país”.

El “tapen tapen” sigue siendo su guía para actuar, Senador Serpa. A nadie sorprende, pero al menos disimule su pequeñez argumental.

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