El dictador en caída

El socialismo del siglo XXI lleva 17 años maltratando al pueblo venezolano.

Lo hizo primero con los partidos de oposición y después con todo aquel que se atreviera a opinar distinto, a no decir bien del Gobierno. En estos años, han sido víctimas el sector productivo, las instituciones, los medios de comunicación y la libertad de opinar, la infraestructura y, principalmente los más pobres quienes, alentados por prebendas juiciosamente distribuidas con criterio electoral, fueron conducidos sistemáticamente a las urnas para avalar un régimen corrupto que en breve sería su propio verdugo.

El desastre del régimen del incompetente Maduro es involutivo. Se acabaron las píldoras anticonceptivas y los condones, no existen medicamentos, la cerveza y la crema dental no son suficientes y el papel higiénico es escaso. Se reutilizan los marcapasos de los muertos, se volvió a usar pañales de tela, toca usar bicarbonato como desodorante y vinagre para limpiar los pisos. Las filas para comprar alimentos son eternas y la gente debe dejar de trabajar para poder comer. Se marca a los ciudadanos como al ganado y se les maltrata por procurar simplemente una congrua subsistencia, prohibiendo las filas cuando no hay alternativa para obtener comida. Una mezcla de corrupción y planificación centralizada de la economía promovida por los militares que sostienen el régimen y los aliados del dictador en apuros, han hecho que en el país vecino la inflación quizás alcance el 150% a finales de este año, que el PIB caiga cerca del 7% y que la escasez ronde el 80% de los productos básicos. La moneda venezolana ya no vale nada y hasta los secuestradores cobran los rescates en dólares. El precio del petróleo empobrece al Gobierno cada día y la corruptocracia que demanda recursos para funcionar se empieza a marchitar. Y como si lo anterior no fuera poco, los servicios públicos son intermitentes, el sistema de salud es inoperante y la inseguridad ha llegado a niveles insostenibles (más de 80 homicidios por cada 100 mil habitantes).

Y a la debacle económica y social se ha sumado la política. De acuerdo con últimas encuestas, el 83% de los venezolanos dicen que el país va por mal camino y la mayoría culpa al Gobierno. Para las elecciones de diciembre, el chavismo se ubica como tercera fuerza electoral, después de la oposición que lo duplica, y de los líderes independientes. La escasez, la inseguridad, el desempleo y la crisis del sistema de salud operan como determinadores de los ciudadanos en favor de la derrota electoral del chavismo.

Todo lo anterior explica, además de las razones que ignoramos por estar inscritas en el bajo mundo de la criminalidad que también caracterizan al régimen chavista, por qué Maduro no cesará en su maltrato a Colombia y por qué busca una crisis diplomática y humanitaria como parte del plan para escapar al trágico destino que le espera a él y al régimen que preside.

Mientras ello sucede, hay que exigir al Gobierno eficacia para atender a las víctimas del cruel dictador venezolano y también apoyarlo en las decisiones que acometa con firmeza y prudencia para denunciar internacionalmente estos hechos y exigir que cesen los agravios. Pero como poca razón obra en las decisiones del Gobierno venezolano, no debemos extrañar que esto empeore cada día.

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