El factor Uribe

Gajes de la política contemporánea
La confusión del proceso de paz

De unas semanas para acá, tal vez desde que le apresaron a su hermano, el expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez viene copando, por tesis o antítesis, buena parte de las primeras planas nacionales. Haberse anticipado al llamado “acuerdo especial” de La Habana con el tema de la “resistencia civil” le produjo una gigantesca cantidad de exposición política y mediática y el monotema de sus contradictores sobre su figura, en las columnas de opinión tanto impresas como electrónicas, lo han puesto por igual en el apogeo noticioso. Parecería, con ello, cumplirse el viejo adagio de Oscar Wilde según el cual no importa si hablan bien o mal de ti, lo importante es que hablen. Circunstancia, por lo demás, que parecería corresponder a la política contemporánea que viene asentándose con el fenómeno de Donald Trump, en los Estados Unidos, y que hoy lo ha puesto a ganar sorprendentemente, no solo la nominación republicana, sino los últimos sondeos contra Hillary Clinton. Nadie dudaría, en la actualidad, que Trump es un candidato considerable luego de que comenzara la carrera presidencial, hace algo más de un semestre, en el sótano de las encuestas.

En todo caso, lo que hoy se dice en Colombia no es nada en comparación a lo que viene afirmando el aspirante republicano en el país norteamericano. La perla de esta semana, por ejemplo, consistió en sugerir que el ex presidente Bill Clinton era un “violador”. Ya antes su campaña había conseguido una antigua foto en la cual el padre de su adversario en las primarias, Ted Cruz, hacía campaña pro-castrista a comienzos de los años sesenta al lado de Lee Harvey Oswald, el presunto homicida del presidente John F. Kennedy, sujeto igualmente asesinado para acallarlo. Ello terminó, de algún modo, de sacar a Cruz de la liza. Ahora Trump va por los demócratas, especialmente los “clintonistas”. Y si es así, la ex secretaria de Estado será sometida a un duro fuego cruzado apenas sea proclamada después de la esplendorosa campaña de Bernie Sanders. Sea lo que sea, los que más engrandecieron a Trump y le dieron relevancia fueron, ciertamente, aquellos políticos y columnistas que se encargaron de hacerle de caja de resonancia en rabiosas declaraciones en su contra y artículos incendiarios para desestimarlo.

Volviendo a Colombia, una de las consecuencias de la política moderna, al parecer, es que sale por donde menos se espera. Las agudas reflexiones de otras épocas, la oratoria cuidadosamente expresada, nada tiene que ver con el escenario de la actualidad. Lo que la gente quiere es claridad, franqueza, respuestas adecuadas a sus inquietudes precisas y no irse por entre las ramas. Es el problema, precisamente, que tiene el proceso de paz. Sumido en los incisos y los parágrafos, ni siquiera digeribles para el más conspicuo de los constitucionalistas, naufraga, como diría Gilberto Alzate Avendaño, al igual que un barco con las luces encendidas. Existe una confusión de criterios, en los que suele primar la explicación de una orfebrería jurídica incomprensible frente a las razones políticas y ello ha terminado en un enredo babilónico. Habría de entenderse, verbi gracia, que el denominado “blindaje” jurídico no sería de ninguna utilidad si el gobierno o los gobiernos siguientes no son proclives a lo acordado. De hecho, el Frente Nacional se salvó porque las disidencias nunca obtuvieron la mayoría. Pero supóngase, por ejemplo, que hubiera ganado la Anapo o el MRL con la candidatura de Alfonso López Michelsen. ¿Habría mantenido la alternación y la paridad? ¿Habría prosperado el Frente Nacional? El tema fue entonces y sigue siendo hoy, político. Mucho más cuando hay una prometida, aunque difusa, incierta y no acordada, validación popular de por medio.

Basta, de otra parte, observar esta semana el debate en la Comisión Primera de la Cámara de Representantes sobre el injerto intempestivo procedente de La Habana, evitando al Senado. En aquella sesión televisada, que debió tener gran audiencia, dos o tres parlamentarios del Centro Democrático, pupilos del ex presidente Uribe, se tomaron los micrófonos. Perdieron la batalla jurídica ante la catapulta oficialista, pero ganaron en toda la línea la exposición mediática, con el Gobierno por el piso y la figura presidencial sin defensa alguna por la premura de los ponentes y el vacío oficial.

En tanto, el ex presidente Uribe llegó, incluso, a recibir una carta del jefe de las Farc esta semana, lo que igual lo puso en las primeras planas. De modo que por cualquier lado que se le mire, el factor Uribe sigue preponderando. No obstante, el desencanto con el proceso de paz no viene solo de aquel o su cauda. Así ocurre con muchos que quieren la salida política negociada, pero le han tomado prevención a las formas repentinas que ha tomado el proceso actual. De suyo, críticas aún más duras que las de Uribe vienen de Human Rights Watch, la ONG internacional tan furibundamente “antiuribista” en su época. Solo que ahora ni el Gobierno ni los columnistas dicen nada sobre ella, como en cambio antes la defendían con ahínco. Muchos, pues, son los frentes que sin alinderarse han entrado en zona de reserva. Y la falta de claridad del proceso colabora ostensiblemente en ello.

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