El fenómeno Santos

Nadie puede negar, a estas alturas del partido, que Juan Manuel Santos es un verdadero fenómeno de la política colombiana, en el sentido más amplio del vocablo.

Fue escogido a principios de los 90 por el Congreso de la República como designado presidencial; fungió como ministro de Comercio Exterior de Gaviria; en el gobierno de Pastrana estuvo al frente de la cartera de Hacienda, y en la era Uribe se desempeñó como ministro de Defensa.

Además, ejerció de conspirador contra Samper, el único gobierno en el que no participó desde que comenzó su rutilante carrera política. Hoy día son grandes aliados: la política es dinámica.

Después de semejante ejercicio camaleónico y sin tener un solo voto propio, Santos coronó el sueño de su vida: la Presidencia de la República. La carta de presentación de Santos para escalar en el mundillo político siempre fue la misma: El Tiempo, medio de comunicación del que fue propietario junto a su familia.

Otra habría sido la historia de Santos de no haber contado con las rotativas de tan poderoso patrocinador. No nos digamos mentiras: los gobiernos de turno no nombraban a Santos como ministro por sus méritos propios: el objetivo era neutralizar al periódico de más alta circulación.

La información que proporciona un medio de tanto reconocimiento y los editoriales del mismo pueden llegar a ser más peligrosos para el gobernante que miles de opositores armados.

A la más alta dignidad del Estado llegó con los votos de Uribe, pero prefirió gobernar con los contradictores de quien lo eligió: se rodeó de los enemigos de su mentor. Como ministro de Defensa, actuaba como un líder de derecha, pero, al llegar a la presidencia, dio un salto a la centro-izquierda.

El poder no cambia a nadie, simplemente muestra a las personas como realmente son. En todo caso, la coherencia no es uno de los atributos de la política colombiana.

Santos logró cambiar la percepción que sobre él tenía la misma clase política. Antes de ser presidente, los miembros de los partidos que hacen parte de la mal llamada Unidad Nacional lo consideraban un oportunista sin escrúpulos; hoy, después de que han corrido ríos de ‘mermelada’, lo ven como un estadista de talla internacional.

No solo los políticos han caído rendidos ante los ‘encantos’ de Juan Manuel Santos, también los líderes de opinión y medios de comunicación más importantes apoyan su gobierno, magnificando sus logros y haciéndose los de la vista gorda ante sus desaciertos.

Se necesita ser un fenómeno político, como lo es Santos, para que, después de cuatro años en el poder y repartiendo toda la plata del mundo, la aprobación de su gobierno y la reelección estén por el orden de un exiguo 25%, y el voto en blanco ganando en todas las encuestas, a pesar de que aspira un presidente en ejercicio, con recursos ilimitados. Increíble pero cierto.

El presidente enfrenta un complejo panorama: si no se pone las pilas, se le puede enredar la reelección con cualquier tercería que surja de una alianza entre partidos, y, si es reelegido, tendrá poco margen de maniobra, pues su baja aceptación afectará la gobernabilidad de manera significativa. No me cabe duda: Santos se encuentra en el peor de los mundos.

La ñapa I: el nuevo escándalo de las ‘chuzadas’ en el Ejército huele a ‘falso positivo’. Errática explicación la que ha dado el Gobierno.

La ñapa II: con la vicepresidencia, el general Naranjo quedará ‘mamando’ y Vargas Lleras se ganará un poderoso enemigo que hará todo lo posible por destruirlo.

La ñapa III: murió Philip Seymour Hoffman, uno de los más grandes actores de los últimos tiempos. Paz en su tumba.

abdelaespriella@lawyersenterprise.com

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