El fiscal Nisman y la ‘moda’ del suicidio

Sea como fuere, la muerte del fiscal demuestra que la violencia produce el efecto contrario.

Corría 1994 y el terrorismo asesinó a 85 personas colocando explosivos en la sede de la Amia, la Asociación Mutual Israelita Argentina, en Buenos Aires. Extrañamente, el Estado no pudo resolver un caso sencillo, cuando las pruebas físicas estaban disponibles. Sin embargo, años de investigación posterior pareciera que probaron la responsabilidad del Gobierno iraní, a través de cinco funcionarios que serían los autores intelectuales del atentado.

Días atrás, el fiscal Alberto Nisman, que hacía más de diez años investigaba la causa Amia, apareció muerto con un balazo en la sien, según los peritajes oficiales, poco antes de presentar su acusación contra la Presidenta argentina y otros funcionarios, en el Congreso Nacional, citado por la oposición para mostrar las pruebas de una durísima denuncia: afirmaba que los acusados dirigieron una “operación”, con la participación de los servicios de inteligencia, para “desvincular a Irán” e inculpar a inocentes a cambio de “acuerdos comerciales”.

El Gobierno asegura que Nisman se suicidó y la hipótesis es respaldada por la fiscal interviniente, que, en cualquier caso, no descarta un “suicidio inducido”. Y los rumores apuntan a diversos culpables, desde los principales beneficiados con su muerte, el Gobierno argentino, hasta los servicios de inteligencia, incluidos varios extranjeros. De hecho, el fiscal muerto era seguido de cerca por muchos, al punto de que su nombre apareció reiteradamente en los cables de la embajada estadounidense en Buenos Aires filtrados por WikiLeaks.

La hipótesis del suicidio es absolutamente inverosímil, empezando porque no estaba deprimido, sino todo lo contrario. La escena de la muerte “parece un traje a medida” para que parezca que se quitó la vida. “Suicidios” que parecen estar de moda, porque se han producido varias veces en Argentina, como en la causa por la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia que dejó un sospechoso “suicidado” y una testigo mortalmente “accidentada”. Y no solo en Argentina, sino en muchos países donde los servicios secretos se manejan “acostumbrados” a ejecutar personas por “razones de seguridad nacional” que, muchas veces, se transforma en “seguridad” para ellos.

En cualquier caso, Nisman, un fiscal estatal, acusa al Poder Ejecutivo en una causa sospechosamente no resuelta por el Estado, con demasiados servicios secretos involucrados y, cuando este fiscal aparece muerto, el primero en presentarse en la escena del crimen es un funcionario del Ejecutivo imputado. Y la causa Amia ahora queda en manos de otro funcionario del Gobierno que debe nombrar un fiscal reemplazante para una causa en la que está acusado. En fin, es muy ingenuo creer en la “independencia” de los poderes estatales, sobre todo del Ejecutivo, que financia a los demás, incluidos los que portan armas. Aun cuando Nisman era, precisamente, un fiscal estatal que parecía independiente, esta trama muestra que solo era un díscolo que nunca llegaría muy lejos.

Sea como fuere, la muerte del fiscal –homicidio o suicidio inducido– demuestra, una vez más, que la violencia produce el efecto contrario. Ahora, más que nunca, el mundo entero se interesará por las investigaciones que estaba realizando; de hecho, su muerte (#MuerteDeNisman) fue trending mundial en Twitter. Definitivamente la paz –y la concordia– es el único camino para la victoria sobre el mal.

Alejandro Tagliavini

Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California)

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