El liberalismo, ¿pasado sin futuro?

Este histórico partido está siendo atacado por diversos virus que pueden, literalmente, matarlo. Tiene suficiente peso para renacer, pero necesita airearse.

La renuncia de la senadora Viviane Morales a la Dirección Liberal por discrepancias con el estado actual del partido y la forma como se dan avales electorales muestra la crisis padecida por el liberalismo, que podría enrutarlo hacia su desaparición.

Durante buena parte del siglo XX, el partido tuvo la fuerza política mayoritaria de la nación, al punto de que la discusión sobre candidaturas se daba en su interior, pues el nominado salía elegido Presidente: así ocurrió con López Michelsen (1974), Turbay, Barco y Samper. Era una organización con ideología que, pese a sus errores, despertaba mística y fervor –el famoso “trapo rojo”– entre campesinos, obreros, intelectuales y organizaciones estudiantiles.

Las disidencias “creadoras” lo jalaban y sacaban del marasmo, como sucedió con la Unir de Gaitán, el MRL de López y el Nuevo Liberalismo de Galán: sin fracturas éticas, conformismo burocrático (el ‘lentejismo’ era duramente fustigado), ni menos incoherencia ni oportunismo, hoy populares y admitidos ‘voltearepismos’.

Sin “disciplina para perros” se acataban las decisiones democráticamente tomadas dentro del partido. Pero los resortes, incluidos los morales, se fueron relajando, y el oportunismo pasó de ser un defecto a la principal “virtud” para aspirar a las posiciones de mando.

Un simple repaso de los resultados electorales de los últimos veinticinco años prueba la lenta desaparición del que fuera motor de la política en el país: en 1986 Virgilio Barco obtuvo más de cuatro millones de votos, casi el doble del candidato conservador. Para el Congreso la cifra fue superior a tres millones.

En la consulta liberal de 1990 los liberales consignamos más de cinco millones de votos. Y César Gaviria ganó la Presidencia con tres millones de sufragios. En 1994 Ernesto Samper obtuvo tres millones setecientos mil votos y en 1998, con Serpa, el partido alcanzó más de cinco millones seiscientos mil.

En el 2002, con el mismo candidato, la votación se redujo a tres millones quinientos mil, y el mismo Serpa, de nuevo aspirante en el 2006, apenas alcanzó un millón cuatrocientos mil, la mitad de lo que sacó el Polo con Carlos Gaviria, quien apenas irrumpía en la política.

La hecatombe llegó en el 2010 cuando Rafael Pardo, ungido como candidato único, apenas logró poco más de seiscientos mil votos (por poco no alcanza el umbral), superado ampliamente no solo por el ganador, Juan Manuel Santos, que en esa primera vuelta obtuvo casi siete millones de votos, sino por Mockus, Vargas Lleras y Petro.

Entonces no se asimiló la lección y el perdedor se mantuvo como jefe del partido, con las consecuencias recién señaladas por el Consejo de Estado. Esa tendencia se mantiene en el Congreso, pues de los cincuenta senadores del 98, hoy pasamos a diecisiete, descenso más significativo si se considera el aumento del censo electoral.

Aquí no hicimos lo que es usual en otros países. Por ejemplo, ante una derrota, el PSOE español revisa cuadros y cambia estrategias. Y aun el PRI mexicano tuvo que renovarse para recuperar el poder.

El liberalismo está siendo atacado por diversos virus que pueden, literalmente, matarlo: excesivo pragmatismo, desorden ideológico, pérdida de identidad, laxitud moral, parlamentarismo excluyente y nepotismo.

Como dije, la dimisión de Viviane Morales es autorizada voz de alerta. El partido no puede continuar como simple dispensador de avales otorgados con “pragmatismo”, sin consideraciones morales ni coherencia. Tampoco reducirse a los parlamentarios, pieza fundamental pero no única de un partido.

El liberalismo tiene suficiente peso para renacer. Pero necesita airearse. No temerle a la confrontación. Llegarles a los jóvenes. Abrirse a organizaciones sociales, sindicatos, campesinos, estudiantes. De seguir como va –algo muy parecido a la “piel de zapa”, de Balzac–, su desaparición será un hecho, más pronto que tarde.

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