El maestro

Se habla de la educación como prioridad; de los billones incluidos en el presupuesto, hasta equipararlo con el de la guerra; de las megainversiones en ladrillo y en dotaciones tecnológicas; de la jornada única como meta mayor; de la calidad como propósito (“Colombia la más educada”).

Pero no se habla de los maestros. Frente a ellos: drástica evaluación y ahorro salarial. Son ellos los que finamente le dan sentido, contenido y dignidad a la educación. Pero ellos, los definitivos, son los olvidados.

Y subvalorados a pesar de ser, en muchos casos, personas ejemplares, como la profe Gloria, la maestra sin escuela trabajando en una vereda perdida en Campamento, Antioquia. El profesor Giovani Mejía emprendió un largo viaje para llegar a la escuela de Gloria Vásquez donde había sido asignado tras ganar el concurso departamental de docentes. La realidad de lo que encontró le dio para escribirle una impactante carta abierta al gobernador Sergio Fajardo, que se viralizó en las redes. Nada más revelador del desafío de enseñar en la Colombia rural, a espaldas de las decisiones tecnocráticas e irreales de los burócratas de la educación.

“Después de más de una hora con paso de arriero, llegué a la caseta comunal que funciona como escuela en medio de un potrero a unos 15 minutos de un camino empinado después de cruzar el puente colgante sobre el rio Nechí”, cuenta Mejía. “Allí encontré los 17 niños que combinan el estudio con el cultivo de la tierra. En la parte de atrás de la caseta está la pequeña cocineta donde la profesora cocina para ella y sus estudiantes. No se usa la tiza, pero no porque haya sido desplazada por la tecnología, que brilla por su ausencia, sino por falta de tablero. Gloria Vásquez, la docente, duerme en una carpa con su hijo de 10 años, el único de sus estudiantes que se alegró de mi llegada, pues de yo quedarme, él y su madre tendrían que quedarse en el pueblo y era lo que él más deseaba sin comprender, a su corta edad, que eso significaba que su madre se quedaría sin empleo.

Gloria Vásquez es una mujer muy joven y muy hermosa, con una férrea vocación que trabaja con el método de Escuela Nueva; bastante exigente, pero muy amorosa. Nació allí y lleva cuatro años educando a estos niños sin escuela; de lucha infructuosa con las administraciones para que le construyan una. Ella es, a todas luces, una excelente maestra, una guerrera (…) pero ha perdido dos veces el concurso del Icfes, que yo he pasado las mismas veces, y no le llego ni a los tobillos como docente”. Por eso su plaza la ofertó la Gobernación.

Mejía regresó a su escuela en El Peñol con una convicción: “Renuncié a la plaza de Campamento señor gobernador. No me siento tan fuerte para afrontar esas condiciones y no podría mi conciencia con la carga de dejar a estos niños sin una maestra como ella, no sería yo capaz de llenar en ellos el vacío que ella dejaría”.

Esos son los educadores de Colombia que no conoce la ministra Gina Parody, a los que solo ve como una fuerza amenazante. Escuchar a Mejía y a Vásquez le daría luces para entender que sin maestros respetados, reconocidos y apoyados, pretender cambiar la educación es una ilusión. Una demagógica mentira.

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