El mambo de Nicolás

Elías Jaua, de lo más encapuchado, quemaba cauchos y trancaba la entrada a la UCV todos los jueves (quizás porque el viernes se iba de rumba, vayan ustedes a saber…). Luisa Ortega Díaz, cuando tenía el cabello sin decolorar y 40 años menos, participaba en cuanta manifestación se convocaba contra el gobierno y el imperialismo yanqui. En una foto, muy distinta de la que le tomaron hace poco a las puertas de una tienda en París, la joven Ortega aparece cargándole el megáfono a un greñudo y luce de lo mas activa, gritando consignas en medio de una manifestación estudiantil.

Jorge Rodríguez era otro de los que tiraba piedras mientras estudiaba Medicina –habría que ver su promedio de notas–, cargando con el trágico currículo de ser hijo de su papa, torturado y asesinado a golpes en la Disip por haber participado en el secuestro de William Niehous. Los asesinos, por cierto, fueron enjuiciados y encarcelados.

Ellos y cientos de estudiantes más protestaban contra el gobierno, recibían su dosis de gases lacrimógenos y juraban que Cuba era el modelo de dignidad a seguir.

Nadie les disparaba a mansalva, no existían “colectivos” armados por el gobierno y, vaya detalle, en los supermercados había aceite, harina PAN, leche, café, en fin, de todo. La luz no se iba nunca, los hijos llegaban sanos y salvos a su casa cada noche y la delincuencia no asesinaba a los ciudadanos por un reloj o un celular.

De la juventud de Maduro se sabe menos, muchísimo menos. Que si fue un reposero mientras trabajó en el Metro, que estuvo en Cuba de vacaciones (o entrenándose quién sabe para qué), que comenzó como guardaespaldas de Hugo Chávez y, porque me consta, era el muchacho que le llevaba café a Luis Miquilena y atendía a quienes le solicitaban una entrevista. La única vez que hablé con él, mientras hacía antesala para ser recibida por Miquilena, le dije que los 40 años de democracia no lo habían tratado tan mal porque era grande y “papiaote”, lo que significaba que en los gobiernos de la derecha la gente comía de lo más bien. Entonces me respondió que su buena alimentación se la debía a sus padres. No era capaz entonces (y creo que hasta el sol de hoy) de hacer la conexión entre la obligación de un gobierno de incentivar y apoyar la producción alimentaria y su repercusión en los costos de la alacena de cada quien.

Ellos, y muchos como ellos, ni se fueron a la guerrilla ni pusieron su vida en riesgo, ni investigaron ni escribieron nunca nada y asistían regularmente a la que fue una de las universidades modelo del mundo, para básicamente limitar su “lucha” a hablar pistoladas en las asambleas y los cafetines.

Como sabemos, a la larga tuvieron que aliarse con un grupo de militares troperos y fracasados en la única guerra que intentaron (para lo que supuestamente estaban preparados), para “tomar el cielo por asalto”, lo que en su caso se limitó a visitar a Hugo en Yare. De esa cárcel salieron ministros, fiscales, magistrados, embajadores y más de una amante. Pero, visto lo visto estos últimos días, también más de un asesino.

El 12 de febrero pasado, mientras todos ellos bailaban al ritmo del “Mambo” de Bernstein y Dudamel dirigía las vuelticas que ejecutan los muchachos de la Sinfónica Juvenil, tres jóvenes venezolanos ingresaban a la morgue y otros cientos de heridos eran atendidos en clínicas y hospitales. Toda una escena operática, digna de Coppola. Mientras unos hombres morenos, de chaqueta negra y armas al aire asesinaban estudiantes, ellos ordenaban el cierre de NTN24, aterrados porque se supiera lo que todo el mundo ya sabe: que los infiltrados los pusieron ellos para aterrorizar y callar a la población, igual que han hecho los Castro en Cuba. Que los hombres vestidos de civil (bien papeados también), que arrastraban a los estudiantes indefensos y maltrataban mujeres, están fotografiados y, si les interesara jurungar en la verdad, podrían ser plenamente identificados. Pero es mejor criticar a las agencias France Press o Reuters, cuyos fotógrafos dejaron clarísimo quiénes fueron los agresores.

Vaya biografía la de Jaua, Ortega, Maduro, Rodríguez y afines. Transformados en quienes fueron sus enemigos hace nada, aunque con más poder, arrogancia e impunidad. Con más guardaespaldas, pero con más miedo. Miedo a perder sus privilegios, a quedarse desempleados, desamparados frente al hampa delincuencial y política que han creado y alimentado. Miedo hasta para atender a una delegación estudiantil indefensa que la señora fiscal se negó a recibir sin razón alguna. Quizás con ese mínimo gesto hubiese impedido los acontecimientos posteriores y no habría tres hogares venezolanos llorando a sus hijos. Pero no: ellos son arrechos. No pueden ver al adversario político a la cara porque se creen superiores. O, lo más posible, ni de vaina se imaginan volver a París pero con 2.500 euros del cupo Cadivi. Necesitan mantenerse en el poder a como dé lugar porque después de la incapacidad que han demostrado, ¿quién cipote los va a emplear para absolutamente nada?

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