El mito de la enlechada

Están disparadas las alarmas en el país lechero y, con mayor fuerza, en lo que conocemos como “lechería especializada”, es decir, la ganadería dedicada exclusivamente a la producción de leche a partir de razas -valga la redundancia- especializadas en zonas de trópico alto, una actividad caracterizada también por un altísimo componente -más del 80%- de pequeños y microproductores, para quienes la quincena lechera es su salario mínimo y su tabla de subsistencia.

Las alarmas están disparadas porque no hay resultados en la concertación de una fórmula para el precio al productor y, en el entretanto, la industria reduce el precio, limita unilateralmente las cantidades acopiadas o suspende la recolección uno o varios días a la semana. Lo malo es que las vacas no tienen interruptor de stand by, son una máquina que no se detiene, y las medidas de la industria comprometen la supervivencia del ganadero. Es como si a un obrero de salario mínimo el patrón decide pagarle solo tres días de su trabajo semanal.

¿Qué razón arguye la industria para tan arbitrarias e injustas decisiones? La de siempre. Estamos enlechados, ya sea porque ha llovido mucho y hay sobreproducción, o estamos enlechados porque no ha llovido y, entonces, qué pena, pero toca importar, afirmación que es solo una estrategia para deprimir el precio al ganadero, porque aún en épocas de verdadera disminución de la producción, la industria siempre tiene el comodín, inmenso por demás, de ir por el 50% de la leche fresca que regularmente no acopia y que fluye en la informalidad al precio que le quieran pagar al ganadero.

En tiempos mejores -sin TLC- el Gobierno podía abrir o cerrar la llave de las importaciones para abastecer a la industria o proteger a los productores, según el caso. Hoy los TLC tienen cupos o contingentes sin arancel que obligan a las partes y van creciendo progresivamente. Para 2015, el país no podría evitar el ingreso de 52.000 toneladas de productos lácteos sin arancel. De hecho, durante 2014 entraron 28.000 toneladas que fueron a parar a las bodegas de la industria y hoy salen a soportar el mito de la enlechada. Sin embargo, ese volumen equivale a 12 días de producción nacional y no es argumento suficiente para afirmar que la industria está ‘sobrestockeada’. Pero si así lo fuera, una cosa es que tenga llenas sus bodegas con leche importada a bajo precio, y otra muy diferente que, realmente, el país este enlechado.

Las soluciones brotan al ritmo de los intereses de cada quien. Ya me referí en anterior columna a la propuesta leonina de Asoleche a partir de un estudio de Fedesarrollo, en la que todos, ganaderos, Gobierno y consumidores, debemos trabajar para hacer posible exportaciones rentables para la industria. Colanta, el principal acopiador del país, redujo el precio, limitó la compra de leche de alta calidad, y hasta invita a sus proveedores a cambiar de negocio.

Fedegán, por su parte, en carta al ministro Iragorri plantea estrategias que parten de una concepción de cadena, en la que debemos ser asociados y no rivales permanentes en una puja por el precio. El reajuste de la fórmula, la destinación de recursos parafiscales y del presupuesto nacional a compra de leche para población vulnerable, los contratos de proveeduría, el control al precio de los insumos, la tarifa preferencial de energía y verdadero crédito de fomento, son algunas de las propuestas sobre las que podríamos llegar fácilmente a un acuerdo con el Gobierno y la industria. Pero, como en la otra mesa, siempre será cuestión de voluntad entre las partes.

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