El orgullo de no ser mamerto

“Debemos presentarnos abiertamente como lo que somos: defensores de la libertad, de la democracia y del progreso real de las sociedades. Esa tríada que forman la libertad, la democracia y el crecimiento económico es la mejor prueba de que las viejas ideologías que pretendían forzarnos a escoger entre libertad y prosperidad y que jugaban con la democracia a su capricho son falsas”. José María Aznar.

Hace unas semanas, el reconocido analista económico Alberto Bernal, de quien tengo el privilegio de su amistad, escribía una valiente declaración que a la mamertera, o progresistas como ahora se hacen llamar, alborotó su gastritis existencial porque hoy no es común encontrar personas inteligentes que no se avergüencen de visibilizar sus convicciones y actuar en concordancia con ellas.

Haber estado, como él lo dijo, ad portas de la muerte, convence a quien tenga carácter y cuya única herencia de sus padres fue la creencia en el trabajo duro y en el respeto por la ley, que ocultar los principios y convicciones para no ser mal visto entre el paradigma mamerto que se tomó este país desde los años 60 y que atrapó a una parte de la clase dirigente, empresarial, literaria, académica y eclesiástica, es un suicidio diario y no es una forma digna de caminar por la vida sino de reptar por la inmundicia perfumada del qué dirán.

Dijo Alberto, a quien sus convicciones no interfieren con su rigurosidad y profesionalismo, que: “Colombia necesita autoridad, eficiencia, perseverancia, ética, bajos impuestos, emprendimiento, libertad de culto, libertad de expresión, libertad irrestricta de lucro, cero burocracia y, lo más importante, abandonar de una vez por todas el patético discurso de la “igualdad”.

¿En qué trampa caímos cuando defender la libertad y las ideas fundamentales del capitalismo es motivo de vergüenza? ¿Quién dijo que capitalismo salvaje es lo mismo que la manifestación económica de la libertad? ¿Por qué resulta “chic” denigrar del capitalismo y culpar al FMI y al Banco Mundial de todas nuestras desgracias ocultando nuestros pecados y sobre todo nuestras ineptitudes? ¿Por qué declararse socialista de caviar y despotricar del sistema capitalista que da estatus en los cocteles en que se beben whiskies con mayoría de edad, pero que al “maldito sistema”, que tanto dicen odiar, ni se le ocurra bajarle su sueldo o tocar sus cuentas bancarias nativas y en el extranjero? ¿Por qué sostener que el cumplimiento de la ley es incuestionable y no hacerlo pone en peligro el futuro de la sociedad, te hace merecedor a ser catalogado como de “ultraderecha”? ¿De cuándo acá la estupidez triunfó? ¿Por qué uno se vuelve “terrorista” al estar en desacuerdo con un aberrante proceso de paz que premiará a los delincuentes con impunidad y sillas en el Congreso, y quiere llevar a la cárcel a quien se ganó ese puesto con carácter y trabajo? ¿A qué horas dejamos que solo se puede ser académico o intelectual si eres de “izquierdas”, como si ser mamerto resolviera los problemas neuronales?

El fracaso rotundo no fue del capitalismo ni de la libertad, sino de todo lo contrario. La vergüenza debe ser de quienes apoyaron y apoyan lo contrario.

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