El país de la vergüenza

Allí están esas veredas enclavadas en los Montes de María a las que se llega por empolvados caminos.

También hay las que están  desperdigadas  en lo profundo de los Llanos Orientales, en el Catatumbo y en las orillas del río Magdalena, esperando, como dicen popularmente, la mano  de Dios. Muchos asentamientos de 60, 70 años, conformados en cualquier lugar por campesinos, colonos desterrados de otras zonas, instalados de cualquier manera sobre tierras baldías que esperan aún titulaciones. La mayoría de los corregimientos en los Montes de María están conectados por unos carreteables infames, intransitables en el invierno,   y no tienen acueducto ni alcantarillado, pero sí un servicio de luz intermitente, letrinas y baño de alberca, casas vara entierra… Una descripción que debería resultar impensable en la Colombia que habla en Bogotá de modernidad y aspira a formar parte de la OCDE. En el territorio se confirma el récord de inequidad que ostenta el país. Todo parece un mal chiste.

La pobreza y el abandono son inauditos en cientos de lugares (los mismos por donde han transitado guerrilla o  paramilitares) cuya memoria reciente está marcada por relatos de dolor y muerte. En el caso de los corredores paramilitares, se construyeron autoridades paralelas con conminecia de gobernadores, alcaldes, coroneles, generales y  todos los representantes de un Estado vergonzante. Un cuadro que se repite con especial énfasis en los departamentos de Sucre, Guajira y Chocó, donde campea la perversa combinación de ilegalidad con un poder seudolegitimado electoralmente. Me ocupo aquí de Sucre.

Para empezar, y como precedente, en las calles de Sincelejo se vanaglorian del negocio en el que participaron una cadena de abogados orquestados por recomocidos senadores que terminó en la absolución del gobernador Julio Guerra en un fallo de segunda instancia en el que la Procuraduría  revocó la sanción que destituía al gobernador  y lo inhabilitaba por 15 años para ejercer cargos públicos por el famoso contrato del chance con La Gata. “Para eso están los abogados y cobran por hacer que las cosas sucedan. ¿Cómo? No importa”, me dijo cínicamente un personaje sucreño conocedor del tema.

En las paredes de las entradas en todos los pueblos de Sucre está presente la  huella  de la trinca ganadora en las elecciones legislativas de Yahir Acuña y Efraín Cepeda como símbolo de la desvergüenza. Recogieron los votos y se esfumaron. Regresarán, como todos los congresistas ahora en campaña, a aceitar con contratos derivados de los cupos indicativos que repartió el ministro Cárdenas para asegurar el trámite de la reforma tributaria y el Plan de Desarrollo, para imponerse en de las elecciones regionales de octubre en las que no cuentan las ideas sino la plata.  En casi todo el territorio paramilitar caribe la disputa para alcaldías y gobernaciones, concejos y asambleas, será entre los pupilos de los condenados de la parapolítica  que ya van saliendo de las cárceles y están activos en las calles. Un escenario desolador que confirma lo poco que hemos avanzado.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar