El populismo en América

Los gobiernos populistas están primando en los Estados latinoamericanos. Con ellos viene toda esa ola de corrupción administrativa que ya perfora a las instituciones nacionales y regionales.

Uno de los ejemplos más fehacientes de los daños que está causando el populismo en la moral, es el de Venezuela.

Periódicos tan influyentes como The Wall Street Journal, de los Estados Unidos, y el ABC, de España, denuncian a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional venezolana, de ser la cabeza del llamado Cartel de los Soles. Líder del comercio ilícito de la droga que penetra a los mercados europeos y con cuyas ganancias de tan lucrativo como seguro negocio, brillan los galones de los militares venezolanos para que sostengan a Maduro con el filo de las bayonetas. Sabe con Mao, que también su “poder nace del fusil”. Ya se le califica de Narcoestado por Emilio J. Blanco en su libro Bumerán Chávez.

El populismo lleva al resentimiento social –lucha de clases– y de allí pasa al autoritarismo que rige hoy en Venezuela. De lo popular degenera en impopular cuando aparece la escasez y la violencia callejera. Se defiende el régimen cerrando la entrada a líderes continentales que abogan por los derechos humanos de los presos políticos. Ahoga su revolución también sobre su propia vindicta.

Las desastrosas consecuencias que trae el populismo en la economía, en la política y en la cultura han sido denunciadas por la politóloga de amplio prestigio internacional, Gloria Álvarez. Se pasea hoy esta hondureña por todos los foros internacionales proclamando que “el populismo ama tanto a los pobres que los multiplica”. Irónica verdad cuyos efectos nocivos ya se riegan por naciones -fuera de Venezuela- como Argentina. Allí “el culto a la personalidad que se le rinde a Cristina Kirchner es una copia de la imagen de Evita Perón”. Se “lava dinero a través de hoteles que ella tiene en la Patagonia”, sin que haya capacidad de abrirle juicio ejemplarizante.

En Brasil la corrupción también tiene hoy su trono en el Partido de los Trabajadores, el mismo de Lula y de Dilma Rousseff. Grandes manifestaciones populares de repudio, antes impensadas en el país de la samba y del fútbol, es la respuesta a la inmoralidad administrativa.

En Ecuador, el presidente Correa amordaza la libertad de prensa. En Bolivia, dice la politóloga Álvarez, Evo es “simplemente una marioneta de la alianza del narcotráfico con el empresariado”. Eso para no subir por el cuerno centroamericano porque allí también se va instalando el populismo que asfixia y corrompe. Populismo que se refleja en instituciones regionales como Unasur y la OEA, tan poco eficaces por cierto.

En Colombia en 1970 se derrotó en las urnas -quizá por vías no muy transparentes de pureza electoral- el populismo del general Rojas Pinilla. “Fraude patriótico”, como lo llamó un comentarista internacional. Esperamos que el populismo aquí haya quedado sepultado por largo tiempo.

El populismo con sus fracasos se riega como epidemia sobre la piel de América Latina.

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