El populismo, enfermedad infantil del socialismo.

En épocas de Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, padre de la URSS y de la revolución de octubre, 1917, que arrasó con el zarismo e instaló en el poder al partido comunista, por primera vez en la historia, escribió un libro: “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”. Como todo lo escrito por Lenin era controversial. Se trataba de darle una paliza al radicalismo idealista que actuaba más con sentido de dogmas estratégicos que con tácticas políticas acertadas y realistas. Lenin descalificaba las ideas pequeñas burguesas ultra revolucionarias de aquellos que se sentían más izquierdistas que los bolcheviques.

El populismo tiene raíces ideológicas en la izquierda, pero sus prácticas pueden ser adoptadas por la derecha. Y ahí, una vez más, se mezclan las ideologías y quedan los analistas en la confusión. Ha pasado mucha agua por debajo del puente y en el escenario de hoy ha surgido en América Latina una corriente que, como una culebra, sube por tallo de la historia en un enroscamiento que cubre múltiples partidos y movimientos.

Caracterizado por su sentido paternalista, el populismo va de la mano de un caudillo con dotes militares, que infunde en el pueblo la sensación de seguridad y mando. El paternalismo es hermano del asistencialismo y juntos recorren el trecho de hacer caridad con la plata ajena, es decir, donar como propia, el dinero o los bienes del Estado. Por eso sus planes de desarrollo y el presupuesto (de la nación o de los entes regionales) son sujetos de interpretación coyuntural y no de planeación concertada. El populista trabaja para el corto plazo y la cortedad de su vida personal. Por lo tanto es un proyecto personal, no de nación ni de construcción de estado. Los populistas no encajan en un régimen republicano, conformado por las ramas independientes del poder público (ejecutivo, judicial y legislativo) porque necesitan el bonapartismo, en mayor o menor medida, para cumplir su meta que tiene rasgos totalitarios, por ende. Ejemplos de esta patología política son: Perón en la Argentina, quien reunía todos los elementos descriptos y actuó en un país donde la migración europea tenía témpanos ideológicos del izquierdismo, lo cual le permitió a Perón organizar y darle personalidad política a la clase obrera y a buena parte de lumpenproletario, cuando no existía una clase capitalista propia, sino una burguesía exportadora de alimentos. Chávez en Venezuela es un personaje similar que se inventó una careta para el populismo y lo tiñó de socialismo del siglo XXI. Si Lenin viviera, lo habría expulsado de la Internacional Socialista. Sin embargo Fidel Castro es un comunista ortodoxo, no juega al populismo porque le tocó la protección de los últimos gobiernos soviéticos y sobrevive gracias a la bandera antimperialista que le sirve para todo incluido el bloqueo comercial, que es un mito a medias.

Más cerca de nosotros está Gaitán. No fue Jefe de Estado, pero encarnó con éxito popular las medidas físico-sociológicas y políticas del caudillo populista. Gaitán era más pasión que razón, más verbo que canción, más volcán que valle sembrado de algodón. El General Rojas Pinilla en su gobierno controvertido, hizo gestos peronistas, pero no alcanzó la altura populista del argentino. Pasó a la historia por ser el militar de la paz.

El jefe de masas y de gobierno populista llega a su cenit por la corrupción e ineficiencia administrativa de la dirigencia política y económica, presuntamente formada en el ideario democrático y liberal, más agudizada por la irresponsabilidad ética de sucumbir a los halagos de la internacionalización que suprime la pedagogía y el conocimiento de formar ciudadanos libres, responsables y patriotas. Estamos ante una etapa donde para solaz de Carlos Marx, no existen las naciones, no tenemos patrias. Solo una oferta mundial de mercancías tangibles e intangibles, fugaces, reciclables y no durables. ¿Las clases dirigentes, la intelectualidad y las clases medias democráticas se encuentran ante un callejón sin salida?

El populismo desentierra los héroes del pasado y se pone sus uniformes, se apodera de la angustia y la ceguera de los pueblos proletarizados que anclan en los cordones de las metrópolis, centraliza la palabra y el mandato en el caudillo autocrático y dogmático, hace de las cárceles el muro silenciado de los críticos.

El populismo tiene un aliado en América Latina: la vieja izquierda que no hizo la revolución y que encuentra una salida revisionista, pero posible, a su sueño. Es donde el virus del ébola ideológico de la izquierda queda inscrito en el libro de las aberraciones con el nombre de: El populismo enfermedad infantil del socialismo.

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