El proceso del absurdo habanero según el marxismo y el sentido común

Considero que la política absurda es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas, sin obtener al mismo tiempo un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Según el sentido común, expresado en esa definición, hagamos un balance de pérdidas y ganancias sobre La Habana. Si de parte de las Farc hubiera verdadera voluntad de hacer un buen negocio, veríamos utilidades, pero no es así. Es decir, que el instinto capitalista para enriquecerse con el narcotráfico, no lo tienen para negociar su supervivencia. Algo les falla en el chip.

Por otra parte, se entiende generalmente que con el poder podemos obtener lo que queremos. Pero cuando no es así, ¿es el poder una herramienta estúpida, una herramienta para inteligentes, o algo que depende de factores incontrolables, por lo que sería iluso pretender logros fuera de los dominios de lo que la inteligencia puede controlar? Debido a lo anterior hipotéticamente voy a tratar de entender el poder marxista, expresándome como el marxista que no soy, a ver si me entienden los voceros de los marxistas que pontifican sobre la paz desde las montañas de Colombia y en la redacción de algunos periódicos.

En su columna “Entonces, ¿hora de acorralar a la Farc? (Álvaro Sierra Restrepo, El Tiempo, julio 18/15) cita el desencanto de las Farc, expresado por Timochenko, al no reconocérseles lo poco que han hecho en tres años: “Con el corazón en la mano nos preguntamos (…) por qué nos señalan todo el tiempo como faltos de voluntad.” Es decir, Timochenko busca aprobación y reconocimiento. Pero Timochenko olvida que un esfuerzo no es un logro. En una negociación, el logro necesita que las personas apliquen diferentes acciones, acordadas de manera previa, de modo que sean tendientes a facilitar el alcance de la meta.

Ahora bien, dentro de las categorías del materialismo dialéctico existe la posibilidad y la realidad. La posibilidad es aquello que no existe pero puede llegar a ser; la realidad, de una manera simple, es todo lo que existe. En relación con Timochenko existe la posibilidad de que se reconozca su esfuerzo, si aprende a manejar otra de las categorías del materialismo dialéctico, el de causa y efecto, que dice: La causa hace referencia a un fenómeno que da origen a otro fenómeno; así el efecto es el resultado de la acción de la causa. Es decir, si a Timochenko no le gusta el efecto de no ser reconocido y aprobado, tiene que cambiar la causa que lo produce: el terrorismo y las pretensiones de llevar al país por donde no quiere.

Como argumento central de su columna al cuestionar la posibilidad de que a las Farc se les acorrale, dice Sierra: “Va en contra del estado de ánimo de la aplastante mayoría del país, pero la única manera de negociar el fin de una guerra es dar al adversario una salida digna. Ponerlo contra la pared en el momento crucial puede provocar exactamente lo contrario.” Pregunto: ¿Reconocen los regímenes marxistas y las Farc la dignidad humana a los que no son de su clase? No lo creo. Por ese motivo se los rechaza. ¿Con qué autoridad moral se la pide entonces para alguien que no la ha tenido con sus opositores?

Los camaradas dialécticos diferencian entre la casualidad y la necesidad que se presenta como aquello que en condiciones normales debe ocurrir; la casualidad es aquello que en unas condiciones concretas puede ocurrir o no. Así, en ‘condiciones normales’ un acorralado, necesariamente: 1) Huye, si se encuentra en la maleza tropical con escondites, teléfonos satelitales que le permitan coordinar un escape, y billete para sostenerse. Esa fue la condición de ‘acorralada’ en la que estuvieron las Farc hasta la llegada de Santos. Entonces, contraatacar como un tigre acorralado en una cueva, no es una conducta dialécticamente necesaria porque esas condiciones son improbables, dadas las características del terreno de operaciones en un 90%. 2) Un acorralado necesariamente ‘pide cacao’, dialoga, salva la vida.

Puede ocurrir como es el caso de los desertores que no están en el predicamento de ser capturados, pero sí de pasar hambre y penalidades. Los ‘acorralados’ no se producen por condiciones del terreno, sino de la tecnología que los detecta y puede bombardear, y la falta de finanzas o vitualla.

La salida digna planteada por el columnista, se gana, o se busca. ¡Pero el gobierno se las ha REGALADO al llamarlos a negociar yendo en contra del 99% del país, mamando gallo como ellos, con miles de vericuetos dialécticos y mediáticos! Para decirlo de una manera sencilla: el país también necesita una paz digna, no arrodillada ante el terrorismo.

Todo lo anterior contrasta con una salida dictada por la casualidad, como sería romper los diálogos, sin ninguna razón. No, Álvaro; si se rompen los diálogos es por la necesidad planteada por las Farc ante la ineludible condición de su conducta absurda y por el inmenso peso del sentido común expresado en el primer párrafo. Como puede ver, son las leyes del materialismo dialéctico, si lo de La Habana se malogra. No es nuestra culpa que los de las Farc no hayan asimilado el marxismo como debe ser.

¿Cuál es lo absurdo de La Habana? El postconflicto y los tres años de diálogos se plantean como una verdad exitosa, pero el éxito real nada tiene que ver con unos papeles firmados, si no hay GARANTÍA, de que esos ‘logros’ puedan llevarse a buen término. ¿Por qué? Porque la lógica deóntica que se ocupa de las nociones morales de obligación y permisibilidad difiere mucho entre un materialista dialéctico adiestrado para el odio de clase, y alguien que no lo sea. Además, una lógica difusa que castiga a sus tropas con el fusilamiento por no cumplir una disciplina, pero rechaza la disciplina social de las leyes de su negociador oponente, no es garantía de coherencia para un acuerdo; por eso nadie les cree.

Además, la incoherencia de acordar una agenda, salirse de ella, pretender que no ha pasado; el disparate de echar bala y sonreír; lo ilógico de calificar como inadecuado el acorralar a las Farc, pero no es inadecuado que las Farc acorralen a un pueblo; el que las Farc abusen de su poder armado con los débiles, pero solo se denigre de las armas del estado construyen un innegable monumento a la incoherencia, el disparate y lo ilógico que son los rasgos muy representativos de una incapacidad, locura o estupidez de alguien que pretende seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes, según lo predicaba Albert Einstein.

A lo anterior se agregan dos escenarios preocupantes. El del Fiscal General como factor de desorientación en relación con el tema de justicia para las Farc, expuesto por María Isabel Rueda en su columna “El obstáculo del Fiscal General (El Tiempo, Julio 19/15) en el que resume sus vaivenes de opinión que las Farc han aprovechado para radicalizarse en su posición de no admitir su responsabilidad ante la justicia. El otro incordio es el estilo y contenido indefinido de pensamiento que proyecta Santos en su entrevista con Yamid Amat de la misma fecha, con otra caja de resonancia representada por Semana. Por lo anterior reproduzco y comento lo que dicen Santos y Semana y el desmentido que nos brindan la Constitución y los pronunciamientos de la Corte Constitucional.

Dice Santos: “Los mayores temores de la guerrilla son su seguridad jurídica y su seguridad personal. Seguridad jurídica solamente habrá si hay justicia. Y su seguridad personal tenemos que garantizársela para que no sientan temor de que van a ser asesinados si dejan las armas.” Suena sencillo. ¿Y por qué se demoran tanto? Interpreto: Tienen que estar vivos, obvio, para disfrutar la seguridad jurídica que consistiría en que colombianos y guerrilla CONOZCAMOS Y ENTENDAMOS lo que está previsto como prohibido, ordenado o permitido por el poder político, jurídico y legislativo, en relación con las diferentes aspiraciones de las Farc.

¿Cuál es el veneno de la afirmación de Santos? Que se comprometería a crear, utilizar o ‘administrar’ un ámbito de "seguridad jurídica" para las Farc en el que no se pongan en peligro sus intereses políticos, personales y sus derechos; que éstos sean amparados por la seguridad de la irretroactividad de leyes o acuerdos relacionados con sus aspiraciones, la tipificación legal del perdón o inimputabilidad de sus delitos y penas, las garantías constitucionales de que lo suyo sería cosa juzgada, la caducidad de las acciones contra ellos y la prescripción jurídica que son, en el fondo, la garantía dada por el Estado al individuo o Empresas que no han cometido delitos, de modo que las personas, bienes y derechos no serán violentados o que, si esto último llegare a producirse, le serán asegurados por la sociedad, mediante la protección y reparación de los mismos. Dentro de la seguridad jurídica existe el concepto del debido proceso para los criminales y la salvaguarda de sus derechos humanos. En este escenario supuesto, ¿le serían devueltas en el futuro los inmensos territorios expropiados a las Farc?

Como podemos ver la contradicción o ABSURDO estriba en que la seguridad jurídica es un derecho LEGAL que sólo se le garantiza a personas que no están inmersas en delitos. Y la seguridad personal es UN DERECHO HUMANO, con limitación dictada por la legalidad de las conductas, pero las Farc quieren amarrarlos como una condición de negociación porque invocan un derecho de rebelión. Y el Fiscal crea confusión con sus vaivenes legales, por lo que la pretendida seguridad jurídica es la manera legal de decir que quieren impunidad y Santos les hace eco. ¿Qué significa para Santos el que haya justicia? ¿Para las Farc o para la sociedad? ¿A costa de la claudicación del Estado de Derecho del que tanto nos ufanamos?

Santos generaliza: tenemos que avanzar en hechos concretos, dice. ¿Cuáles son? No es preciso y se burla de la justicia: ‘ALGUNA’ pena debe haber.’ No basta decir que no hay amnistías, sino que aun habiéndolas, tendríamos que regirnos por la Constitución. Con esta expresión Santos ignora los fundamentos constitucionales que ha jurado cumplir y los convierte en una pantomima con una caja de resonancia, Semana, que en su edición 1733 explica lo que quieren las Farc, pero no menciona lo que dice la Corte Constitucional, creando un sesgo de desinformación grave sobre el asunto. (¿Irá este hombre a la cárcel? Edición 1733) Miremos:

Dice Semana: “La idea, según lo ha dicho el jefe negociador Humberto de la Calle, es que una comisión independiente diga cuáles son los peores hechos cometidos por ambas partes y se los pase a una fiscalía creada para tal fin que determine quiénes deben responder por ellos y los impute.” Luego un tribunal de iguales características, creado por acuerdo entre las partes, los juzgaría, no de acuerdo con lo que establecen las leyes.

Es decir, que entre las Farc y el Gobierno se pasan por la faja el Acto Legislativo 1 de 2012 (Marco Jurídico para la Paz) y la Constitución que determinarían dos elementos claves como son los delitos conexos y quiénes no podrán participar en política, pues “no podrán ser considerados conexos al delito político los delitos que adquieran la connotación de crímenes de lesa humanidad y genocidios cometidos de manera sistemática, y en consecuencia no podrán participar en política ni ser elegidos quienes hayan sido condenados y seleccionados por esos delitos”.

Para que entendamos el peso fundacional de la Pena en un Estado de Derecho, cito a la Corte Constitucional en su Sentencia C 647/01. Pues el folclorismo con el que quieren disfrazar al asunto solo se ve en las comparsas de la Batalla de Flores o en la Noche de la Guacherna barranquillera.

“PENA-Presupuesto para legitimidad en un estado democrático.

“La pena, para tener legitimidad en un Estado democrático, además de ser definida por la ley, ha de ser necesariamente justa, lo que indica que, en ningún caso puede el Estado imponer penas desproporcionadas, innecesarias o inútiles, asunto éste que encuentra en Colombia apoyo constitucional en el artículo 2 que entre otros fines asigna al Estado el de asegurar la “convivencia pacífica y la vigencia de un orden justo”.

“PENA-Proporcionalidad/LIBERTAD DE CONFIGURACION LEGISLATIVA EN MATERIA PUNITIVA

“Como quiera que el delito vulnera un bien jurídico protegido por la ley, la proporcionalidad de la pena exige que haya una adecuación entre la conducta delictiva y el daño social causado con ella, habidas las circunstancias que la agraven o la atenúen,” luego la ‘flexibilidad’ folclórica de la que habla Santos no es un criterio legal.

“PENA-Necesidad” La intención pedagógica, preventiva y reformadora de la Pena no es el instrumento de humillación que han vendido las Farc como argumento central, con eco en políticos como Serpa, y que ha callado a todo el mundo, porque el contra argumento de la Corte dice:

“La necesidad de la pena exige de ella que sirva para la preservación de la convivencia armónica y pacífica de los asociados no sólo en cuanto ella por su poder disuasivo e intimidatorio evite la comisión de conductas delictuales, o por lo menos las disminuya, sino también en cuanto, ya cometidas por alguien, su imposición reafirme la decisión del Estado de conservar y proteger los derechos objeto de tutela jurídica y cumpla además la función de permitir la reincorporación del autor de la conducta punible a la sociedad de tal manera que pueda, de nuevo, ser parte activa de ella, en las mismas condiciones que los demás ciudadanos en el desarrollo económico, político, social y cultural.

Dice Santos que en la justicia transicional hay un amplio margen de negociación. Por el contrario le advierte la Corte que dicha justicia puede “contener medidas que, no obstante estar orientadas al logro de la paz, podrían entrañar una desproporcionada afectación del valor justicia y particularmente del derecho de las víctimas.” Así que el ‘amplio margen’ de Santos es un engaño, por lo que especifica la Corte:

Así acontece con la expresión del artículo 3° que condiciona la suspensión de la ejecución de la pena determinada en la respectiva sentencia, a la “colaboración con la justicia”. Esta exigencia formulada en términos tan genéricos, despojada de contenido específico, no satisface el derecho de las víctimas al goce efectivo de sus derechos a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición. La alternatividad penal parecería una afectación desproporcionada de los derechos de las víctimas si la “colaboración con la justicia” no comprendiera la integralidad de los derechos de tales víctimas, y si no exigiera de parte de quienes aspiran a acceder a tal beneficio acciones concretas encaminadas a asegurar el goce efectivo de estos derechos. En consecuencia la Corte declarará la constitucionalidad del artículo 3°, en el entendido que la “colaboración con la justicia” debe estar encaminada al logro efectivo de los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. (Sentencia C 370-06)”

Es decir, que un acuerdo regido por la ‘flexibilidad’ de Santos corre el riesgo de no ser reconocido por la Corte y dejar a la sociedad colombiana en el papel de tontos ante la comunidad internacional.

Estas y muchas otras imprecisiones sobre cese al fuego, condiciones para la continuación del proceso, desescalamiento, bien disimuladas u olvidadas por la memoria frágil de las personas o la falta de información para analizar a un desorientador camuflado o explícito, hacen posible que el absurdo político siga pavoneándose entre nosotros disimulando su miedo o su ignorancia con una carrera de obstáculos, trampas, engaños simpatías, teorías amañadas, aciertos. El sujeto puede acertar en convencer a un cierto sector desinformado de la opinión, pero no al que define la guerra cuando le toca afrontarla, o a quien interpreta las leyes en bien del país y no de un grupo subversivo; los ´locos lúcidos’ pueden ser corteses, diplomáticos, bien hablados, pero no renuncian a su objetivo de poder para sus logros ilusos o interesados. Los cuerdos ‘luchamos’ para dominar los sinsabores diarios, obstáculos, problemas para ganarnos la vida, etc. Los locos lúcidos luchan para DOMINAR a los cuerdos, lo que llaman la lucha por el poder, algo estúpido. Una vez los han dominado con argucias no saben resolver los problemas que los cuerdos tampoco hemos sabido resolver y a veces los empeoran. Entonces ¿vale la pena negociar con un loco que no sabe que lo está, o aceptar la opinión de un cuerdo un poco incompetente que se esfuerza por aprender y no cometer los mismos errores del pasado? Veamos.

En El Caguán fue un error que los observadores no verificaran la zona de despeje; en La Habana ha sido un error que no verifiquen muchos aspectos que entorpecen el proceso. El Caguán cometió el error de no tener una política de comunicación y lo mismo ocurre en La Habana. Pastrana se quejaba que el ordenamiento de discusión de los temas fue inadecuado; aquí lo inadecuado ha sido mezclar diálogos con intereses políticos y el terrorismo asumido como normal. En ambos casos se crearon expectativas irrealizables de tiempo y resultados. Pastrana les cerró las puertas a las Farc como grupo beligerante matriculándolos como terroristas; Santos los elevó a condición de igualdad con el Estado y ahora nos quiere imponer su manual de buenas costumbres con las Farc quienes engañaron al país en ese momento, quieren hacerlo nuevamente y se pretende restarle importancia a esa posibilidad. En El Caguán hubo diálogo y conversación; no hubo negociación. En La Habana ha habido negociación, pero muy pocos avalan sus beneficios para el país, porque se teme el engaño posterior debido a que no han renunciado a la toma del poder por una vía diferente.

Por lo tanto, si nos podemos defender de la fascinación de la locura por el poder de parte de las Farc, de los errores de pensamiento del gobierno, y nos vacunamos contra el engaño, seguramente aceptaremos como racional el esfuerzo largo y tendido del trabajo pacífico, por un sector de la sociedad que sostendrá el esfuerzo doloroso de neutralizar a los enemigos de Colombia, cuya manifestación no es la guerra o el conflicto, sino algo que no hemos sabido ver, porque no lo hemos sabido nombrar, cuando en realidad es una variante dolorosa de la infinita estupidez humana que yo he llamado absurdo y que Eugene Ionesco ilustraba con su teatro.

Decía un sabio que por sus frutos los conoceríamos; es decir, ilustraba para su auditorio de campesinos de ese entonces y sus seguidores, la ley de causa y efecto del materialismo dialéctico marxista. Se llamaba Jesús. Si en La Habana hay estupideces, eso es lo que cosecharemos en Colombia porque la guerra es el resultado de la estupidez; luego el sufrimiento que viene con la guerra es el resultado de su causa original: algo torpe, necio, ilógico, enfermo, deliberadamente malvado y conscientemente sostenido y predicado, como lo es la lucha y el odio de clase como metodología de logro social que un grupo de personas ve como normal en su manera de luchar o negociar. Hay un camino diferente, el de la sana lucidez mental con la que se construye la paz que ellos han rechazado como forma de vida durante 50 años. Es la tesis inicial de este escrito.

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