El riesgo de la obsesión

Es urgente que Santos dé un timonazo y replantee el eje de su gobierno.

Una paz negociada tiene sentido si el abucheo y la incomprensión inicial dan paso a la exaltación y reconocimiento de quien se la jugó por sacarla adelante; si la firma de unos acuerdos entraña hacia adelante la movilización política de quienes antes empuñaban las armas; si la paz no se negocia a cualquier precio o no compromete la gobernabilidad del país.

Pero en las actuales circunstancias, la búsqueda de la paz comienza a parecerse al riesgo de una obsesión; al acecho angustioso e idealizado que termina por alejarla. Y es que una agenda de gobierno centrada en la paz funciona en tanto es exitosa y logra el respaldo ciudadano. Sin embargo, persistir en ella sin estas condiciones puede ser la más calamitosa de las estrategias.

En primer lugar, porque se vuelve ilusorio esperar que el Gobierno reciba un mayor apoyo popular que el lánguido respaldo a las conversaciones. Un problema que se convierte de fondo cuando el escaso favor ciudadano, sumado a un sistema político que torpedea el consenso, conlleva un serio riesgo de ingobernabilidad.

En segundo lugar –y es lamentable decirlo– cuando se ha estado a favor de las conversaciones de La Habana, se pierde el atractivo de firmar la paz con tan escasos índices de aprobación. Esa es sin duda la vía más segura para el fracaso del posconflicto y el reciclaje de la violencia, sobre todo, por la presencia del narcotráfico y la opinión de comandantes como alias el Indio, del frente 48 de las Farc, que dicen a los alcaldes del Putumayo que ‘no le caminan’ a los negociadores de La Habana.

En tercer lugar, porque no es difícil predecir el estrepitoso descalabro de las Farc en una eventual participación en elecciones. Una guerrilla que hace lustros no encarna ningún mensaje positivo ni ninguna propuesta para la Colombia urbana y que, después de casi tres años de negociaciones, sigue con el propósito de cultivar el repudio ciudadano. Puesto que, además, se van a ‘dar contra el mundo’ cuando Iván Márquez y sus camaradas descubran que, de sus erradas concepciones, es una enorme equivocación mezclar los crónicos problemas de violencia del país con el paramilitarismo.

Como una cuarta explicación de la paulatina pérdida de sentido, cuando se persiste en la paz negociada como el epicentro de la agenda del gobierno, como lo he sostenido en esta columna, se resalta que el conflicto armado colombiano fue rebasado hace tiempo con alta probabilidad por una opinión pública hastiada de tanta violencia guerrillera y terrorista.

Pero, si eso fuera poco, porque además los colombianos creemos que podemos quedarnos toda la vida en el intento de hacer la paz, sin importar lo que piensen de nosotros, considerando que no hay urgencia de hacer la paz, porque el incremento de la clase media y el bienestar de sectores de la población no son reversibles, y que el relativo buen desempeño de la economía en la última década continuará por siempre, o que es gracias a que nos volvimos competitivos.

Pero nos equivocamos de cabo a rabo. Porque la paz también tiene sus tiempos. Porque hay una ineludible conexión entre la percepción del país y nuestras posibilidades económicas en medio de la turbulencia financiera internacional que comienza a desatarse con la cada vez más factible salida de Grecia del euro y el progresivo deterioro de todos los indicadores de la economía china. Esta es la hora en que el país debería estar disfrutando de los dividendos de la paz, o que al menos existiera optimismo nacional en torno a las negociaciones de La Habana. Sería un eficaz refuerzo para afrontar el creciente y adverso clima económico internacional y la muy probable disminución consecuente de los flujos de inversión extranjera.

Por ello, es urgente que el presidente Santos dé un timonazo, fije con liderazgo un plazo definitivo a las negociaciones de La Habana y replantee el eje de su agenda de gobierno. De lo contrario, insisto, corre el riesgo de fracasar no solo en la consecución de la paz, sino también en todo su gobierno, y dilapidar la gobernabilidad. En otras palabras, si no se toma en serio lo que ocurre, el país se puede desbaratar en medio de la obsesión de la paz.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar