El terrorismo del Eln

Volar torres de energía, quemar automotores e intimidar civiles son señales de un terrorismo que contradice el supuesto interés de diálogo del Eln. A su debilidad militar le añade torpeza política.

En Aguachica y Gamarra, Cesar, y en Morales, sur de Bolívar, miles de ciudadanos amanecieron anteayer sin energía eléctrica. En las terminales de transporte de Pereira, Medellín y Quibdó otros cientos se quedaron sin viajar debido a que el Eln quemó un bus. Otra gente decidió no ir o salir de la capital chocoana por la amenaza de “paro armado” de esa guerrilla.

En Ocaña, norte de Santander, los subversivos atacaron con explosivos una estación de policía y mataron a un uniformado. Daños materiales, pérdidas de vidas y terrorismo mediante deplorables actos de violencia que parecieran querer enterrar cualquier posibilidad de diálogo y de entendimiento político.

Después de más de un año y medio de conversaciones exploratorias con el Gobierno, para emprender un proceso de negociación, el Eln da señales en un sentido totalmente contrario a la racionalidad y la paz, y más bien patea el deseo y la voluntad manifiesta de la sociedad colombiana de terminar el conflicto armado.

Ya lo dijo el sacerdote jesuita Francisco de Roux, activista por los derechos de las comunidades más débiles del país, y luchador por la búsqueda de la paz en Colombia: el mejor homenaje que el Eln le puede hacer al sacerdote Camilo Torres Restrepo, abatido por el Ejército en condición de guerrillero en 1966, es “abrir la negociación y participar con todos los que estamos trabajando desde la sociedad civil para que se hagan los cambios que esta sociedad necesita”.

Pero el Eln parece más interesado en fomentar el rechazo, el repudio y la condena de esa sociedad contra la brutalidad de sus actos, que apenas suman más torpeza política y descrédito militar por el ánimo claramente terrorista que los desencadena.

Además del desgaste propio de la larga espera para tratar de iniciar una negociación, el Eln inicia una pretendida “campaña” de recordación del cura Torres acompañada por bombazos y por un fuego que destruye infraestructura indispensable para la población civil. Cada vez más las guerrillas colombianas están de espaldas a la ciudadanía, lejos de sus aspiraciones y muy cerca de una barbarie que por supuesto constituye un anacronismo que rechazan las sociedades y la civilización modernas. ¿Para qué el diálogo con un interlocutor que apenas se expresa con balas y dinamita?

Entre tanto, en este contexto de hechos dañinos que desprecian la vida, sorprende que el Ejército y la Policía se perciban tan limitados para contrarrestar la violencia del Eln y que haya zonas literalmente paralizadas por esta arremetida terrorista. De las autoridades civiles y militares esperamos la mayor firmeza y eficacia, para combatir a quienes buscan lesionar la integridad ciudadana.

Y también resultan por lo menos contradictorias las recientes declaraciones de la secretaria de Gobierno de Antioquia, Victoria Eugenia Ramírez, quien aceptó que el Eln se filtra en las mesas de trabajo que se llevan a cabo con las comunidades para discutir el plan de desarrollo departamental. De ser así, es urgente que se tomen medidas de control que les cierren las puertas a los ilegales en cualquier proceso y espacio institucional.

Con el Eln, en estas condiciones de violencia que buscan atemorizar a la gente y destruir el país, el Gobierno debe tener poco que dialogar por ahora y lo que se requiere es la respuesta contundente del Estado contra este terror y este afán de propaganda intimidatoria, destructiva y estéril.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar