Elías Borrero

Entre chiste y chanza, como es su estilo, el ministro Iragorri -el Gobierno, mejor- sacó a Elías Borrero Solano de la presidencia de VECOL, con espurias razones e innecesarios afanes, como por la puerta de atrás, como se hace con los ineptos y los pícaros, o se debería hacer, cuando menos, en un país donde, cada vez más, la experiencia y la honradez a toda prueba empiezan a ser condenables, mientras todos los días se destapan casos que superan en corrupción e indolencia al anterior.

No le permitieron salir; lo sacaron a escasos días de la Asamblea General de Accionistas, como para no permitirle una despedida con honores, como para no dejarlo hacer pública entrega de una empresa que recibió emproblemada y sin credibilidad hace tres lustros, y a la que convirtió en la joya de la corona de la institucionalidad agropecuaria, no solamente por su valor económico, sino por el estratégico de regulación de precios en un mercado como el de los insumos veterinarios, de alta incidencia en los costos y, por ende, en la competitividad de la producción agropecuaria.

Elías Borrero no ha hecho sino construir institucionalidad agropecuaria, aun a costa de su seguridad, con riesgo de su vida y en contra de las tendencias que, de tanto en tanto, aparecen para destruirla sin miramientos sobre sus consecuencias. Elías, de cuya amistad me precio, llevó a su punto más alto a la Federación Colombiana de Fondos Ganaderos, FEDEFONDOS, que congrega a los Fondos Ganaderos departamentales, un excelente instrumento de fomento con resultados probados, en cuya creación -y también me honra recordarlo- tuvo gran participación otro constructor, mi padre, que también estuvo presente en el nacimiento de la Federación Colombiana de Ganaderos, FEDEGÁN.

La vida es a veces ingrata con los constructores, Ese liderazgo no solo le valió a Elías un grave atentado por parte de los hoy altos negociadores, sino que, de un tiempo para acá, los Fondos Ganaderos y su entidad gremial, vienen atravesando un desierto de dificultades, desde que los gobiernos desvirtuaron la finalidad de tan valioso instrumento y le dieron la espalda, para luego rasgarse las vestiduras ante la opinión pública, pero olvidando que siempre han sido miembros de sus Juntas Directivas; algo que, a propósito, parece estar convirtiéndose en patrón de conducta de los funcionarios gubernamentales.

Ojalá la vida no le sea ingrata a Elías Borrero con el futuro de VECOL. Ojalá los afanes de reemplazo, que no pudieron esperar apenas unos días, no respondan a uno de tantos compromisos burocráticos para consolidar apoyos que hoy se requieren con urgencia. Ojalá una empresa, tan pulcramente administrada y tremendamente competitiva frente a otros laboratorios de renombre internacional asentados en el país, no se convierta, como cuando Elías la recibió hace 15 años, en caja menor del ministerio de Agricultura, en otro botín político o, peor aún, en nido de corrupción y escándalo nacional, algo a lo que -y ese es realmente nuestro infortunio- nos estamos acostumbrando.

VECOL es un patrimonio insustituible del sector agropecuario y, particularmente, de la ganadería; socio estratégico de FEDEGÁN durante veinte años de administración parafiscal, en el logro de la erradicación de la fiebre aftosa y la conservación de tan importante condición. En consecuencia, es menester que el sector mismo levante las antenas de una veeduría permanente y celosa, para que la empresa no sea desviada de ese camino de pulquérrima administración e incuestionables resultados.

Elías Borrero no necesitaba el reconocimiento expreso de su gloria. Ya la había ganado con resultados. Nada más era un asunto de gallardía.

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