En Cuba: 60 años de dictadura

La inagotable retórica del régimen castrista y sus apoyos en el exterior no pueden ocultar décadas de tiranía y exterminio de todas las libertades públicas.

Se cumplen 60 años de la entrada de Fidel Castro y sus compañeros de combate a La Habana, donde solo horas después de ese primero de enero de 1959, caería el corrupto régimen de Fulgencio Batista. Llegaron los Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Huber Matos, entre otros, a liberar a su pueblo de la iniquidad de aquella dictadura. La indudable simpatía popular no daba en esos momentos para pensar que muy pocos años después los “comandantes” de la Revolución impondrían una de las más largas y férreas tiranías que registra la historia latinoamericana, tierra de por sí fértil en caudillos y dictadores.

Muy pronto Fidel Castro se desprendería de todos quienes podían hacerle sombra, desde el Che Guevara –enviado a sembrar revoluciones en territorios ajenos–, Cienfuegos –muerto en extraño accidente de aviación– o Huber Matos –encarcelado durante 27 años en condiciones brutales por advertir que la Revolución estaba torciendo su inspiración inicial–.

En plena época de Guerra Fría entre las dos grandes potencias –Estados Unidos y la entonces Unión Soviética– el gobierno castrista, que al irrumpir no llegó con la prédica soviética, se alineó con las doctrinas estalinistas tan pronto como Estados Unidos comenzó a manifestar su hostilidad al nuevo régimen de la isla. Fue satélite de la URSS hasta la caída de esta, y al perder su asistencia financiera en la década de los noventa del siglo pasado inició un período de mayores carencias y de asfixia total de libertades sociales y económicas a su población.

Son demasiados años para un pueblo sin libertades, sometido a censura férrea, a control totalitario de sus comunicaciones, de vigilancia de sus movimientos, de delaciones a cualquier forma de pensar distinto, de encarcelamientos y represión a quien no se alinee de forma incondicional con las consignas de la dictadura y no participe del culto idólatra a los dirigentes del Gobierno y del partido comunista cubano.Son miles los testimonios sobre persecuciones por pensar distinto, por plantear disidencias intelectuales. La libertad de prensa es una quimera. Muy pocos se atreven a consignar por escrito sus diversas formas de concebir la política, el ejercicio del poder o el manejo de la economía. Y decenas de miles los cubanos que, a riesgo de su propia vida, huyen en cuanto pueden de las garras de los autócratas para buscar horizontes de libertad y realización personal en el exterior. El exilio cubano, uno de los más numerosos del mundo, acumula décadas de frustraciones y dolor al ver que su pueblo no recupera la libertad y aún no se ven esperanzas de que lo logre.

No obstante ello, la adhesión al régimen castrista y la entusiasta participación en los panegíricos a Fidel Castro y a su heredero Raúl todavía son exhibidas sin recato por buena parte de la intelectualidad que se autodenomina progresista. Para ellos las exhortaciones a los derechos humanos y a la dignidad humana solo son válidas en cuanto no roce los linderos del castrismo. El discurso y la retórica revolucionaria han anulado la conciencia crítica de premios nobel y de escritores que para todo lo demás se dicen humanistas.

Sus gobernantes –tanto Fidel como su heredero Raúl– han sido particularmente eficaces en su diplomacia, y en la explotación del discurso victimista derivado del embargo norteamericano, que, en efecto, ha golpeado ante todo al pueblo cubano. En los últimos años han evitado caer en la vulgaridad y zafiedad de la diplomacia chavista, a pesar de ser sus inspiradores y tutores. Dominan los resortes del poder en Venezuela, sus servicios secretos y de seguridad, en una sociedad de auxilio mutuo en la cual Colombia, a pesar de la discreción de sus gobiernos, ha resultado tremendamente perjudicada.

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