En la antesala de la revolución

Bien quisiéramos que el próximo gobierno escuchase a los voceros de los siete millones que no nos dejamos seducir por el discurso sesgado y falaz, que ganó valiéndose del predominio abusivo de los medios, la maquinaria y la copiosa mermelada.

Nadie les quitará grandeza a las palabras de Oscar Iván Zuluaga y Marta Lucía Ramírez cuando se comprometen a seguir luchando por Colombia, ni oportunidad a la magnífica intervención de Carlos Holmes Trujillo, exigiendo que se escuche a los siete millones que ellos representan.

Pero la revolución tiene una dinámica terrible, y el 15 de junio el país, sin darse suficiente cuenta de ello, entró en la antesala de la revolución, por no haber rechazado la “paz” de las Farc, movimiento que sabrá pasar la cuenta de cobro.

Bien quisiéramos que el próximo gobierno escuchase a los voceros de los siete millones que no nos dejamos seducir por el discurso sesgado y falaz, que ganó valiéndose del predominio abusivo de los medios, la maquinaria y la copiosa mermelada.

El hecho real —la Realpolitik— es que el poder no se comparte. Basta con un voto de mayoría para tenerlo, y a mayor rechazo, mayor la radicalización de los gobernantes.

En Venezuela, por un puñado de votos bien discutibles, la autoridad electoral confirmó a Maduro, y a partir de ese momento no se escuchó al 49 y pico por ciento de la oposición. En cambio, la revolución aceleró su paso, con la práctica expropiación de la vivienda civil, el cierre de medios independientes que quedaban, el encarcelamiento de los opositores, la exclusión de los parlamentarios desafectos, el incremento de las bandas —esas sí, paramilitares— de motociclistas con parrilleros armados, y la brutalidad en la represión de las manifestaciones en un país que se hunde en atroz miseria.

Se me dirá que en Colombia, en cambio, las elecciones fueron libres, y que el presidente es un multimillonario que no va a entregar el país. Posiblemente el Dr. Santos no lo quiere entregar, pero con pasmosa ingenuidad sigue abriendo las avenidas propicias a la revolución, y cuando quiera recoger velas ya no le será posible. Cada día está más engolosinado con una negociación donde solo faltan unos “punticos” “para que todo esté acordado”. Si no cede también en esos “punticos”, sus nuevos mejores amigos se levantarán de la mesa para convertirlo en un hazmerreír. Y para no llegar a esa situación, tendrá que firmar también “cositas” que faltan, como la entrega de la autoridad política en las Zonas de Reserva Campesina a los “comités populares”.

Se me dirá que soy muy pesimista. Sí, lo soy. Cómo no serlo cuando se presentan signos ominosos, como la iniciación, tres días antes de las elecciones, de una negociación paralela con el Eln, en la cual operará, de manera análoga al comercio internacional, una “cláusula de la guerrilla más favorecida”. El Eln arranca con todo lo que se les ha concedido ya a las Farc (tanto en documentos como en acuerdos secretos), y a partir de allí pedirán el oro y el moro; y cada concesión al Eln se les otorgará automáticamente a las Farc…

Para terminar con ese diabólico tire y afloje, el gobierno tendrá —con mayor o menor resistencia— que dejar las cosas en manos de una “Constituyente”, que es el sueño más acariciado por la subversión para acabar de desarticular el Estado. En esas asambleas todo ocurre. Les États généraux del desventurado Luis xvi y de la pobre Francia son el primero más no el único episodio que dispara el proceso, anulando el Ejecutivo y disgregando la sociedad.

Angustiado por Colombia, no me consuela el mal de muchos en América Latina, donde ya unos diez países, en diferentes grados, padecen lamentables gobiernos comprometidos con el Foro de Sao Paulo.

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