EN MANOS DE LAS FARC

Decía yo, a mi regreso de unas deliciosas vacaciones y revisar las noticias de las semanas en que anduve desconectado, que tenía la curiosa sensación de que aun cuando en Colombia pasan siempre muchas cosas y muy graves, en realidad nada cambia, todo se mantiene ahí, estático, congelado.

Lo ocurrido en los últimos días muestran que me he equivocado. Vamos hacia peor. El menosprecio lleno de soberbia de Santos al paro de algunos sectores agrarios, le reventó en la cara. Las manifestaciones no han hecho nada distinto que extenderse como un reguero por el país y, lejos de localizarse solo en áreas rurales, se han trasladado a las ciudades. Fecode, el sindicato de maestros, se sumó a la huelga, y parece que pronto lo hará la Mane, la agrupación de estudiantes que ya le torció el brazo al Presidente y lo obligó a echar para atrás una propuesta de reforma educativa.

Ese es parte del problema: Santos le enseñó a la gente de a pie que la manera de obtener lo que quiere es con la huelga, el paro, la marcha, el enfrentamiento abierto con el Gobierno. Más temprano que tarde, el Presidente termina por ceder y la tacaña billetera del Ministro de Hacienda por abrirse para girar. Santos ha cedido frente a los camioneros, los pensionados, los estudiantes, los indígenas, los mineros informales, los cafeteros, los grupúsculos enquistados en el sistema de administración de justicia… La gente entendió que solo así dialoga y negocia un Presidente que vive encerrado en la Casa de Nariño, aislado en las mieles del poder, mareado por la adulación de sus asesores y de unos medios que, por consanguinidad, por afinidad social o por mero interés económico, son incapaces de criticar este gobierno desastroso.

La otra parte es la realidad de la crítica situación del agro. La pobreza del país se centra, en su mayoría, en las área rurales. Ahí la cobertura de servicios públicos es deficitaria, no hay agua potable, la educación pública es aun más mala que en las ciudades, los insumos son muy costosos, no hay centros de acopio ni sistemas de riego, y la infraestructura de transporte, como en todo el país, es de llorar. Si a eso se suma que son los campesinos quienes más sufren la violencia y el narcotráfico, se entiende el panorama. Y como si no bastara, los tratados de libre comercio abren las puertas a productos que vienen con grandes subsidios de Europa y Estados Unidos. Agro Ingreso Seguro era la respuesta institucional ante esas amenazas. Más allá del abuso de algunos latifundistas que, por cierto, deberían estar en la cárcel y no lo están, fue un error mayúsculo haberlo desmontado solo por sus riesgos reputacionales. El Gobierno creyó que el problema del agro era la tenencia de la tierra y ahora estamos pagando las consecuencias.

La última pata de la mesa es Cuba. Primero por el fatal mensaje de que la violencia se premia con diálogo, con beneficios jurídicos para los criminales y con favorabilidad política. Después porque la izquierda radical entendió que le es más fácil enfrentar al gobierno con la infiltración de los movimientos sociales que con las armas. La Fuerza Pública está años luz en resultados del resto de la institucionalidad del Estado, lenta, maniatada, temerosa de los organismos de control y además corrupta. Pero si detrás de los fusiles no vienen los servicios públicos, la salud, las escuelas y la infraestructura, se terminará por perder lo que se gane en los campos de batalla.

Sí, la cosa ha cambiado para peor. Y nos faltan las encuestas. No hay que ser mago para imaginar que serán un desastre para el Gobierno. Si antes Santos tenía embolatada su reelección, ahora está cerca al colapso definitivo. Un Gobierno aún más débil solo es más peligroso. Porque querrá tomar más riesgos y porque estará inclinado a ceder aun más ante las presiones. Si ayer tenía poquísimo para mostrar, hoy su respirador artificial viene de La Habana. El futuro de Santos, para mal de todos los colombianos, está en manos de las Farc y sus aliados. ¡Que Dios nos agarre confesados….

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