¿En un callejón sin salida?

Hoy domingo seis de diciembre se va a llevar a cabo una votación en la que el mundo entero ha puesto sus ojos: las elecciones legislativas de Venezuela.

Que algo va a cambiar, no cabe la menor duda —lo dicen todas las encuestas—. El 90% de los venezolanos quiere un cambio. El 80% culpa a Maduro. El 70% está decidido a votar contra ese Gobierno abiertamente corrupto y meticulosamente incompetente. Bajo el manto pusilánime de Unasur, Maduro está listo para manipular los resultados a su conveniencia. Lo más probable es que los chavistas acepten que una mayoría votó en contra del Gobierno y sus candidatos. Pero no hay ninguna, repito, ninguna posibilidad de que los chavistas permitan que la oposición logre una mayoría calificada para desmontar las estructuras que han adquirido durante 16 años en el poder. Si los chavistas ven que corren peligro, compran a cualquier precio a un puñado de diputados deshonestos y continúan mandando. Maduro, sin embargo, no es el dueño exclusivo del poder. Hoy el control se divide entre el llamado “Cartel de los Soles”, liderado por Diosdado Cabelllo; y el “Cartel de los Flores”, cuya cabeza es Cilia Flores, la mujer de Maduro. Ambos carteles, que se reparten el negocio del narcotráfico, conviven en un precario equilibrio.

Maduro ya ha anunciado que, indistintamente los resultados, va a “profundizar la revolución”. ¿Qué quiere decir este cantinflesco personaje con esa aseveración? Sin duda que va a utilizar las prerrogativas de la Ley Habilitante para intensificar la intervención en los campos en que sigue funcionando la economía de mercado; al igual que encarcelar a los pocos líderes de la oposición que se mantienen libres. Maduro y sus secuaces van a consolidar la satrapía totalitaria, cuyo afán colectivista es más que evidente. No albergamos la menor duda que los capitanes de la escasa industria independiente que queda, como Lorenzo Mendoza de Polar, en breve serán colocados en las mazmorras del régimen.

Cuando se intentó derrocar a Chávez por medio de un golpe —bastante chapucero por cierto—, Fidel y los asesores cubanos se aseguraron que el chavismo nunca fuera despojado del poder, ni por un golpe ni mucho menos por la vía electoral. Fidel, como bien lo relata Carlos Alberto Montaner, aconsejó que “el chavismo desmontara en cámara lenta el andamiaje de la democracia liberal y liquidara las zarandajas de los tres poderes y la libertad de prensa y asociación, pero dejando muy claro que la revolución, es decir, el poder, nunca era negociable. La alternancia era una ridícula práctica republicana de los blandengues burgueses. Esa opción no cabía en un modelo genuinamente testiculado y revolucionario”.

Pero el aspecto más crítico y delicado para el futuro es que en Venezuela existe una dicotomía inexplicable: a pesar de que el 80% de la población rechaza a Maduro y sus rufianes —por corruptos, incompetentes y arrogantes—, el 60% de los venezolanos cree en la bondad de la mayoría de los programas del chavismo, como pueden ser los subsidios indiscriminados, los mercados populares, la salud gratuita —por precaria que sea— y la gasolina regalada. De lo que este 60% de la población no quiere darse cuenta es que el modelo económico chavista no es sostenible. No era sostenible a $100 dólares el barril, mucho menos a $40 dólares que es donde está, y muchísimo menos a $20 – $30 dólares que es a donde va. Pase lo que pase hoy domingo, en Venezuela las cosas van a pasar de castaño a oscuro. ¡Venezuela se encuentra en un callejón sin salida!

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