Entre dos mundos

El primero, cómo negarlo, es muy hermoso. Nos muestra que el país va por muy buen camino. Pero la verdad es que debemos escuchar también las voces de los 'aguafiestas' que destruyen las ilusiones.

Quien deba encontrarse cada día frente a dos mundos opuestos, con sueños siempre castigados por la realidad, necesitaría acudir a un psiquiatra para no perder la razón. Pues bien, ese extraño delirio lo estamos viviendo hoy los colombianos. Nos movemos entre dos mundos que se rechazan entre sí.

El primero, cómo negarlo, es muy hermoso. Nos muestra que el país va por muy buen camino. Después de 50 años de un sangriento conflicto armado, estaríamos a punto de lograr la paz, gracias a los acuerdos que muy pronto se firmarán en La Habana. El posconflicto se pinta promisorio. Pero no es esta la única luz que aclara el panorama nacional. Hay otras. Veámoslas.

Estadísticas recogidas con cierto estrépito mediático nos indican que el desempleo registra el mayor descenso logrado en los últimos 15 años. También los asaltos y homicidios. Por otra parte, más de cien mil viviendas han sido obsequiadas a los más pobres en diversas regiones del país. Son grandes los esfuerzos del Estado en el campo de la salud y, sobre todo, en el de la educación, con escuelas y bibliotecas públicas capaces hoy de impartir una esmerada formación a niños hasta hace poco expuestos a quedar hundidos en un analfabetismo sin porvenir. Y, por último, la infraestructura vial extiende al fin su red en regiones abandonadas gracias a un vicepresidente cuyo empeño viene acompañado siempre de un vistoso casco amarillo.

‘Todo por un nuevo país’ es el lema publicitario que salta en medio de las pautas comerciales de los noticieros, además de la varita mágica que todos los días esgrime el presidente Santos frente a las cámaras de televisión.

Qué bien nos sentiríamos los colombianos si nada empañara estas ilusiones, pero la verdad es que debemos escuchar también otras voces que las destruyen. Provienen de los ‘aguafiestas’ cuya cabeza más visible es el expresidente Uribe, con estridente eco del Centro Democrático en el Congreso, en las redes sociales, en algunos columnistas, en reconocidos programas radiales, pero también, cómo negarlo, en choferes de taxi, sufridas amas de casa y hasta en los coloquios familiares.

¿Qué nos dicen todos ellos? Muchas cosas. Que el famoso acuerdo de paz, a punto de ser firmado, contiene sapos enormes, muy peligrosos. Sin pagar un solo día de cárcel, después de haber cometido 220.000 asesinatos, 27.000 secuestros y 13.000 menores reclutados a la fuerza, las Farc van a reinar en los llamados territorios de paz sin entregar realmente sus armas, sin vigilancia de la Fuerza Pública y con los millonarios recursos de un narcotráfico más boyante que nunca después de que fueran suspendidos por el Gobierno los bombardeos y las fumigaciones a los cultivos de coca. ¿Habrá realmente paz? Quién sabe. El Eln y las bacrim no parecen dispuestas a cesar sus acciones terroristas. Las Farc, mientras tanto, consolidarán su poder en más de medio país y continuarán infiltrando con éxito la justicia.

¿Desempleo en descenso? Basta detenerse en Bogotá ante un semáforo para saber que el llamado empleo informal es una manera de disfrazar un real desempleo, la extrema pobreza y hasta la mendicidad. Escándalos de corrupción, robos, crímenes, asaltos y niños que mueren de hambre en La Guajira son los protagonistas de las noticias diarias.
Entre los ‘aguafiestas’, quién lo creyera, aparecen conocidos economistas. El panorama que nos pintan es sombrío: gasto público desbordado, creciente inflación, nuestra moneda por el suelo mientras el dólar no cesa de subir, déficit nunca visto en la balanza comercial, fuga de la inversión extranjera, precios de la canasta familiar disparados, caída sin remedio de la producción agrícola, bajas exportaciones y una reforma tributaria que nos va a caer a todos como un plomo.

Si visitáramos a un psiquiatra para calmar tanta incertidumbre, estoy seguro de que este nos diría: “Afronten la realidad y no coman cuento”.

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