Entre la tiranía del rating de la paz y el verdadero tono de la canción para generar principios de transparencia y una sencilla lección de Mafalda

La libertad de los pueblos no consiste en palabras ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad; y este cántico maquinal es muy compatible con las cadenas, y opresión de los que lo entonan.

Decreto sobre supresión de honores al Presidente de la Junta y otros funcionarios públicos. Mariano Moreno, Buenos Aires, 6 de diciembre de 1810.

Pareciera un contrasentido que un bien mayor como la paz, pudiera erigirse en tiranía. Expliquemos el asunto. Hemos leído en El Tiempo y en Internet la publicación de los textos de  ‘los acuerdos de paz’ con las Farc como un gesto de ‘transparencia’ del Presidente, que no es tal, como lo prueba la columna de Álvaro Sierra Restrepo “Los acuerdos no tan secretos de La Habana (El Tiempo, Sept.26.14). La lectura de los acuerdos nos recuerda la frustrante experiencia de leer la letra  de un vallenato, un porro o una ranchera, creerla insulsa o tonta, pero que cambia cuando escuchamos el alma de su música. Así, pretender que bailemos o cantemos una cadencia que no conocemos, leyendo su letra, es lo que llamo la  ‘tiranía del rating  de la paz.’ La ‘cadencia’ es la naturaleza y las intenciones reales de las Farc, porque los que no somos terroristas, conocemos la nuestra.

No hay fanáticos ni opositores de la paz, más bien se ha impuesto un escenario que viola  el derecho fundamental a la información  que se debe frente a los intereses públicos y se pretende que bailemos o cantemos, sobre todo, conociendo a la pareja que no sabe bailar y pisa estúpidamente callos cuando abre la boca.  Es decir, que le falta inteligencia emocional.

Frente a esa violación,  ignorando el derecho propio,   puede haber tolerancia conveniente, o cuestionamientos, que pueden ser  de nuestra libre escogencia; pero señalamientos de enemistad, y persecución, a nombre de una opinión disidente, de una sensibilidad de lo correcto, establecen la diferencia entre tiranía y democracia.
La simple convivencia de los vecinos, colegas; las multitudes  que celebran un gol, la asistencia tranquila a actos religiosos, el trajinar diario e incómodo de nuestras ciudades que nos obliga a la tolerancia; el desarrollo innegable del país; el sufrimiento callado de millones; la alegría ilimitada de jóvenes y niños ¿Qué es?  ¡PAZ! cuya  prueba la dan   millones de seres capaces de muchas cosas positivas que conforman la civilidad sufriente y tolerante de nuestra patria que la  han hecho posible contra todos los pronósticos de supervivencia y viabilidad. ¿No será que el perdón de las incomodidades pequeñas, los dramas y tragedias diarias comunes y corrientes,  que conforman la vida real tienen tanto o más valor que el perdón de las tragedias elevadas a reclamo o conveniencia política? Entonces  ¿Por qué la deseable discusión sobre la paz se ha tornado en querella o manipulación en algunos medios periodísticos o televisivos? Porque el gobierno, con sus cajas de resonancia,  se cree superior al adversario, que es una gran mayoría,  en doctrina; no en realizaciones para la paz real,   lo que impide una actividad en común que sería lo importante. Así la pasión oficial, el fanatismo respaldado por los medios, dominan siempre, remplazando entonces  la realidad de la convivencia solidaria de un 97% de los colombianos que quieren una paz diferente a la que han dejado vislumbrar las filtraciones y anuncios de La Habana y que odian a las Farc, porque sencillamente esa organización quiere imponer el terrorismo como la normalidad de los reclamos políticos; remplazar eso, digo,   por un documento ‘no acordado hasta que todo esté acordado’  a la sombra del riesgo de una dictadura material porque el gobierno ni las Farc  han sabido asumir un decálogo sencillo de conducta ética, es inadmisible.

Esta mal llamada  ‘transparencia’ no es un comportamiento ético, es una estrategia de acostumbramiento a un sapo expuesto en  una campana de vidrio como un show político, sin autopsia, ni exámenes de laboratorio, pruebas de veracidad, coherencia, etc. Esa es la verdadera canción. ¿Y cómo será ese DEBATE sobre  la paz que ahora el señor presidente quiere? Consideremos un decálogo de transparencia sobre ese intercambio civilizado para  la paz, un decálogo basado en realidades, en vez de un lavado de cerebro insulso de ser capaz, o una canción por encargo a la manera de los tiranos. ¿Qué tal si, el presidente y sus aliados, el partido de la U y las Farc, y algunos medios,  le jalan a los ‘principios de transparencia’ que enunciaremos más adelante, en vista de lo que dicen las  FARC en su comunicado:  “El gobierno debe ir más allá de la retórica.”?

“El alma del ACUERDO GENERAL PARA LA TERMINACIÓN DEL CONFLICTO Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA PAZ ESTABLE Y DURADERA es su preámbulo, que para desencanto de quienes lo minimizan para tornar inane el compromiso del Estado, es absolutamente vinculante.”  “El Gobierno Nacional revisará y hará las reformas y los ajustes institucionales necesarios para hacer frente a los retos de la construcción de la paz”. Además: “El Doctor Humberto de la Calle, en el día de ayer se ha referido ampliamente al conjunto de los Acuerdos parciales, a veces dándole su propia interpretación. Diríamos al respecto, que lo fundamental es lo que el conjunto de la sociedad y sus organizaciones logren interpretar de los textos. Esa es la esencia: que la gente tenga acceso directo a los contenidos y pueda luego ayudar a construir o a corregir.” En vista de lo escrito en los documentos conocidos y las declaraciones de las Farc, estas serían nuestras sugerencias y correcciones para la transparencia:

  1. No atacar a las personas, sino sus argumentos con pruebas,  y señalar con precisión  las ‘ficciones’ y ´realidades’ con las que pretenden acusar. A ver si superamos de esa manera  el antiuribismo recalcitrante. Eso es parte de ‘la paz,’ ¿o no? En su columna “Bajar la pelota” de El Tiempo (Sept.27/14) dice Adriana La Rotta: “A muchos periodistas les gusta creer que hacen parte de las masas, que son los agentes del pueblo, que su único papel es darles cabida a todos los alborotos, tanto si se arman en el Congreso como si se arman en Twitter. Tanto si están llenos de información documentada y respaldada como si están plagados de calumnias. Los periodistas, especialmente quienes comandan páginas y micrófonos, y dictan los temas del día y también los de la noche, son parte de la élite intelectual del país: ocupan una posición que les da privilegios, pero también les asigna responsabilidades. Están ahí para guiar y pensar a largo plazo. Para pasar por encima del escándalo del día y enfocarse en el bien público. Para diferenciar cuándo el disenso es legítimo o es pura adicción a la polémica. Para evitar que la percepción secuestre a la realidad.”
  2. No malinterpretar  o exagerar el argumento de los opositores ni  sacarlos  de contexto, o invalidar sus interpretaciones  para debilitar las denuncias o riesgos. Es lo que hacen las Farc con Humberto de la Calle, por ejemplo. ¿Por qué su interpretación no es válida, pero la interpretación marxista de las Farc sí  lo es? ¿Qué se espera de los que no negociamos, pero interpretamos desde una concepción metodológica diferente a la del materialismo histórico? O ¿Por qué no desmienten con hechos las denuncias del fraude electoral, por ejemplo? ¿O por qué no confrontan  las Farc las pruebas del  acoso a los electores del Centro Democrático, o los crímenes que siguen cometiendo contra civiles inermes?
  3. No tomar la   pequeña parte de la realidad de un proceso dudoso para  representar un futuro que ignora las conductas diarias de terrorismo; es decir, ¿qué tal si dejan de ‘vender’ generalizaciones imaginadas, difíciles de digerir, sin imponer como verdad una esperanza,  el titular de un periódico o la generalización de un ‘preámbulo’?
  4. No intentar imponer  una proposición suponiendo que una de sus premisas es cierta; el presidente  supone que las Farc quieren la paz. Por sus actos e historia, y porque así lo han anunciado, el pueblo supone que lo que se consiga con las negociaciones de paz será una herramienta usada como pretexto para tomarse el poder. Prueba: ¿No es un cheque en blanco para la subversión el compromiso de que el estado haga cambios institucionales que no sabemos cuáles son?
  5. No asegurar que algo es la causa simplemente porque ocurrió antes. Aunque la llamada violencia es real y nos asola desde hace 50 años, su eliminación no puede considerarse como la única causalidad verdadera para las conversaciones y la cimentación de la paz.  Las Farc tienen sus propios intereses que han generado violencia;  luego si no desaparece la intención de imponer un régimen comunista ¿desaparecerá la violencia? El comunismo no admite debate democrático; es la supresión de la democracia. Esa es la falta de honestidad que no toleramos porque se soslaya el meollo de estos diálogos.
  6. No reducir la discusión sobre la paz   solo a dos posibilidades, amigos o enemigos, porque es un falso dilema. Los procesos son necesarios y se diferencian de las metas o aspiraciones. En este caso, no hay amigos o enemigos, hay resultados y hechos verificables en relación con lo expuesto en el número anterior. Negarse a hablar de  esa posibilidad real como preámbulo a cualquier acuerdo, es  entregar al país a una incertidumbre claudicante.  Desde luego que eso no se escribe, sino que se discierne y deduce, según lo expuesto en la columna de Plinio Apuleyo Mendoza “Reales Jefes en la sombra” (El Tiempo, Sept. 26/14)
  7. No afirmar que por la ignorancia de una persona o un grupo, una afirmación ha de ser verdadera o falsa. El hecho de que se hayan desconocido los textos provisionales  de los acuerdos no quiere decir que lo afirmado sobre la crítica de lo que ocurre en La Habana y sus posibles consecuencias  sea falso.  Mucho del ‘ruido’ generado con el que se quiere hoy descalificar a la oposición se originó en filtraciones de puntos candentes que hoy están por resolver y que las Farc llaman ‘salvedades’. (Leer: Poder | Las2Orillas.CO Los puntos pendientes de la negociación de paz de Tony López) Cualquier conocedor responsable de un proceso que busca cambios en una organización o la sociedad sabe  que hay dos agendas: la oficial y la no escrita. Si la agenda no escrita, no se visibiliza, se da a conocer, se discute, ESA AGENDA OCULTA DERROTARÁ A LA AGENDA OFICIAL.  Y la agenda oculta surge por interpretaciones, intereses personales, malentendidos o simple mala fe.
  8. No dejar caer la carga de la prueba sobre aquel que está cuestionando una afirmación. No tengo que probar que soy amigo o enemigo, sencillamente porque cuestiono o apruebo. En este ‘debate’ se ha remplazado la validez moral por el argumento.
  9. No asumir que “esto” sigue a “aquello” cuando no existe conexión lógica alguna. La falacia utilizada para hacer montajes.
  10. No asumir que una afirmación o un deseo, por ser popular, deba tomarse como garantía de un resultado.  El que Santos promueva la paz,  o que la queramos, no quiere decir que sea cierto que se pueda lograr, debido a la complejidad, mañas e intereses de las Farc. Hay, además,  elementos conductuales, experiencias políticas con el comunismo, que argumentan en contrario.
  11. Esperamos entonces que el canto maquinal del ‘soy capaz’ o las pretensiones de las Farc sean presentadas en un escenario de transparencia. Ejemplo: si mi victimario me desconoce, me desprecia de frente (Casos Clara Rojas, General Mendieta) ¿Por qué ese enfrentamiento  en un escenario ajeno a lo espontáneo,  se quiere resolver  en un falso imperativo moral de perdón? Pretender someternos a la tiranía del rating de la paz es para tontos o manipuladores perversos.

Esperamos que los cuestionamientos no se tomen como enemistad. Ejemplos. ¿Por qué se les garantizará a los miembros de   las Farc la seguridad de sus vidas, con protección especial, en un eventual acuerdo, y no se la garantizan a los ciudadanos comunes que  ellos han masacrado? ¿Qué necesitamos acordar con el gobierno? ¿Qué necesitan acordar los transportadores para que no les quemen sus vehículos? ¿Qué significa negar esas incoherencias: cobardía, conveniencia, complicidad? ¿Será que un transportador acepta la quema de su vehículo con el cuento presidencial de que las Farc están desesperadas? Ese es un insulto moral para las víctimas.

Esperamos que los señalamientos de las contradicciones del documento y la realidad que vivimos  no se tomen como crítica malsana, pues las Farc mismas la piden. Ejemplo sobre el problema de las drogas:

“Que esas políticas deben regirse por el ejercicio de los principios de igualdad  soberana y no intervención en los asuntos internos de otros Estados y deben asegurar la acción coordinada en el marco de la cooperación internacional, en la medida en que la solución al problema de las drogas ilícitas es responsabilidad colectiva de todos los estados.”

Vemos una contradicción palmaria entre señalar  una ‘responsabilidad colectiva,’ que exige resultados, y poner como barrera la soberanía de los estados. ¿En qué queda entonces la extradición? ¿Es el narcotráfico un problema político o una multinacional del crimen? Los farianos quieren convertir el narcotráfico en un   problema político, derivado de condiciones históricas que ellos no controlan,  para eludir la responsabilidad criminal del negocio y el terrorismo consecuente. ¿Es políticamente incorrecto razonar de esta manera y señalar las contradicciones que neutralizarían la lucha real y las soluciones justas?
Si leemos en El Tiempo “La lucha de una madre para que su hijo drogadicto reciba tratamiento” nos damos cuenta que los señores de La Habana no han dimensionado costos para las tan cacareadas  políticas que afronten un problema de salud pública. Colombia tiene 400.768 adictos; el costo de un tratamiento serio con especialistas en drogodependencia oscila entre 700.000 y 30 millones mensuales, con  programas de seguimiento y apoyo para mantenerse limpio. Multipliquemos 400.000 adictos que tendrían derecho a tratamiento costeado por las EPS por el promedio de un tratamiento mensual serio de 15.000.000. Resultado: 6.000.000.000.000. ¿Quién pagaría esos costos, si al legalizarse la droga, aumentan el consumo y los adictos? ¿No quebraría este pequeño costo recurrente, si aumenta el consumo,  al sistema de salud? En el documento sutilmente se sugiere la legalización.
Vemos entonces que un análisis cuidadoso y profundo de cada párrafo del texto nos revelaría situaciones mucho más preocupantes que las pretendidas ‘ficciones’ con las que el presidente quiere acusar a la oposición.

No sé si además de la confidencialidad de los diálogos habaneros existan unos principios éticos de negociación y una estrategia de comunicación clara para la opinión pública, y no una obligación coyuntural, o la sugerencia providencial de un asesor foráneo. Por lo pronto recordemos algunos de  los principios del Código de Ética y Buen Gobierno para ver si son verdad o letra muerta:

Principios de Comportamiento

  1. Creemos en el diálogo constructivo.
  2. Respetamos las diferencias y estamos dispuestos a ceder ante argumentos.
  3. Reconocemos nuestros errores o equivocaciones y estamos dispuestos a corregir.
  4. Reconocemos que sirve bien al gobernante quien le dice la verdad.

¿Será que las Farc practican también estos principios y aceptan la crítica? De no ser así ¿cómo pretenden participar democráticamente en la vida política colombiana?
Por otra parte, decía Mafalda que  lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría. Pero ¿qué pasa cuando las personas tienen llena la cabeza y el corazón de ruido e ilusiones vanas? ¿Podrán escuchar la voz de la conciencia real que no miente? Por ahí se comienza el verdadero camino de la paz.

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