Entre la vida y la política

Ya con más de siete décadas de vida tengo la desgracia de, permanentemente,  recordar los hechos de la vida política con una insospechada nitidez, tal vez porque lo que se olvida es aquello que dejó de irritarnos moralmente, y lo que no olvido está asociado en mi vida a imágenes de intolerancia y sobre todo de violencia, revestidas una y otra de nuevos disfraces. Es necesario tener en cuenta, por lo tanto, la diferencia entre un recuerdo que marca el alma de un niño, de un adolescente para siempre y lo que llaman “tener memoria de bobo”. Las heridas de la intolerancia que chocaron con el ansia de claridad y de belleza de nuestros primeros anhelos pueden conducirnos a una crónica desconfianza hacia el ser humano, reacción y respuesta que puede convertirse en rencor ciego o, por el contrario,  en la capacidad de transformar ese sentimiento de ser ofendido en compasión hacia los demás. Por desgracia en nuestro tiempo la inclinación hacia el desprendimiento y la compasión siempre salió perdedora ante las escuelas del rencor y del odio, disfrazados de protesta y de reivindicación. La compasión, se ha dicho, nos acerca a los Otros y nos exige ante ellos humildad y comprensión, la protesta  dogmática trata de avasallar a los demás y de imponerles su único punto de vista.

El dogmatismo político ha sido en la modernidad una manera de encubrir el miedo a enfrentar los propios interrogantes o sea una manera de eludir las preguntas que inevitablemente conlleva una crisis de fe, una crisis de la confianza y de la solidaridad. O sea que la mezcla de mesianismo, de racionalidad económica nos llevó por partes iguales a lo que vivimos hoy, sin que nos atrevamos a admitirlo: la inconfesada soledad donde se nos ha situado entre las ruinas de las últimas certezas y las migajas de inútiles expresiones de esperanza, ya, sin el consuelo de Dios a quien matamos inútilmente. Este vacío nos ha arrojado, bajo la contundencia de las crisis económicas, a recurrir a la borrachera desolada de rusos, ingleses, suecos y noruegos, norteamericanos, copiadas sin imaginación alguna por esa izquierda que confunde la alegría con “la rumba segura”, pero no a buscar salidas razonables, democráticas.

¿Podemos reclamar un nuevo “Carpe Diem” o sea, ese “exprimir la hermosa flor del día” cuando hasta la misma cotidianidad ha sido vaciada de significados? Constatamos a dónde conducen las especulaciones que  hacen los teóricos desconocedores de la vida  pero que tratan de explicar, diseccionándola. ¿Por qué el olvido sobre los nuevos mártires cristianos en Egipto, en Irak, masacrados por la Yihad? ¿Recibieron algún apoyo de las Jerarquías católicas los mártires de la iglesia de Bojayá cuando en la escogencia de víctimas a la Habana fueron equiparados por estos Jerarcas con los victimarios? Los ojos del corderillo atado en el Agnus Dei, el inmortal cuadro de Zurbarán no son los de la víctima que resignadamente acepta su sacrificio, son los ojos del reproche a esta tibieza moral, en este caso a confundir la compasión, con los crueles objetivos de la política. Nada más terrible a los ojos de Dios.

Jacques Maritain el filósofo católico fue enfático en condenar al nazismo mientras la mayoría de los intelectuales de izquierda prefirieron callar tal como nos lo recuerda Alan Riding. Maritain condenó las matanzas del franquismo y fue enemigo declarado del comunismo  defendido por esos mismos intelectuales que callaron ante las fuerzas invasoras. No olvidemos que lo que reclaman las silenciadas víctimas  son actos de solidaridad con su dolor, no terminar sus días en una granja colectiva.

P.D : “Cuando el diálogo es el último recurso, la situación ya no tiene remedio” Nicolás Gómez Dávila.

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